Dominio público

Clima, pobreza y justicia

José A. Hernández de Toro

 JOSÉ A. HERNÁNDEZ DE TORO

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Mulualem Birhane es un agricultor de Dembecha, Etiopía. Probablemente no sabe que estos días su futuro está en juego lejos de su país, en Bruselas y en Poznan. Lo que sí sabe Mulualem es que antes había una estación de lluvias una vez al año. Ahora los regímenes de precipitación son menos fiables y la lluvia suele llegar en forma de aguaceros, causando inundaciones y erosionando el suelo. El cambio climático está afectando la vida de millones de campesinos que dependen de la lluvia para cultivar, provocando pérdida de cultivos y la extensión del hambre.
Estos días son cruciales para las personas que sufren la pobreza y la tremenda injusticia de un cambio climático que no han contribuido a provocar. Está en juego el paquete europeo de clima y energía que los líderes europeos tendrán que aprobar esta semana, asumiendo el compromiso en la lucha contra el cambio climático para el periodo 2013-2020. Simultáneamente, en la ciudad polaca de Poznan se celebra la Cumbre de la ONU sobre Cambio Climático, donde debe conseguirse un giro en las negociaciones sobre el clima para alcanzar, antes de finales de 2009, un tratado eficaz y justo que evite un calentamiento global peligroso.
Incluso con una subida del calentamiento global por debajo de los 2ºC
–donde los científicos han señalado el límite de un cambio climático peligroso–, se darán impactos muy graves, a menudo devastadores, sobre las vidas de las personas y de los países más pobres. Por ejemplo, con ese nivel de calentamiento, 1.800 millones de personas se verán afectadas por la escasez de agua. Pero si las emisiones no se recortan y las temperaturas se elevan por encima de 3ºC, hasta 600 millones de personas más se enfrentarán al riesgo del hambre y la escasez de agua afectará hasta 4.000 millones de personas. Escenarios aún peores surgen si las temperaturas se elevan más allá de 4ºC: 300 millones sufrirán inundaciones costeras; muchas naciones insulares estarán condenadas a desaparecer; de 1.500 a 2.500 millones de personas estarán expuestas al dengue y la malaria y descenderá en un 50% la disponibilidad de agua desde África meridional hasta América Latina y el Mediterráneo.
Si las negociaciones en Bruselas y Poznan no logran avanzar, se socavarán a gran escala los derechos básicos de las personas pobres y nuestros gobiernos serán los responsables. Un acuerdo global y un liderazgo europeo para alcanzarlo son objetivos alcanzables e irrenunciables. Por un lado, los países industrializados deben comprometerse a reducir de forma inmediata y drástica sus emisiones, a fin de garantizar que comienzan a descender a nivel global antes de 2015 para llegar a reducirse al menos un 80% en 2050. Adicionalmente, los países ricos deben apoyar financiera y técnicamente a los países empobrecidos para que puedan avanzar en su desarrollo basándose en fuentes renovables y limpias, sin repetir los errores cometidos por nosotros. No se puede esperar que los países emergentes acepten sacrificar su desarrollo asumiendo compromisos similares a los países avanzados, que tienen la responsabilidad del mal causado y la capacidad de compensarlo.

Pero existe un proceso de calentamiento en marcha que mantendrá su inercia durante años, incluso aunque se reduzcan drásticamente las emisiones. Los países industrializados deben comprometer fondos de manera estable, previsible y adicional a los compromisos de Ayuda al Desarrollo para que los más pobres puedan adaptarse al cambio climático.
Lamentablemente, los países de la UE están eludiendo estas obligaciones. No es sólo que la delegación europea ha viajado a Poznan sin que se haya aprobado el paquete europeo de clima y energía; es que las negociaciones de los gobiernos están convirtiendo un paquete legislativo que pretendía ser el ejemplo del liderazgo europeo en la defensa del clima en un ejemplo de fracaso político.
Así, respecto a la responsabilidad de reducir las emisiones, los Estados miembros proponen un recorte del 20% para 2020 –claramente insuficiente para evitar un calentamiento global peligroso– que podría llegar al 30% si se lograra un acuerdo internacional (aunque sin detallar los mecanismos que permitirían cambiar la meta). Con esta actitud, Europa renuncia al liderazgo político y moral que reclama para sí, porque ¿qué liderazgo es el que se escuda en que otros avancen primero para avanzar él?
En cuanto a la ayuda para la adaptación, los países de la UE también están eludiendo responsabilidades. Un ejemplo muy claro lo tenemos en el rechazo de los Estados miembros de la UE a la propuesta del Parlamento Europeo para que se subasten los derechos de emisión entre las empresas contaminantes europeas, y que la mitad de los ingresos provenientes de la subasta se preasignen para ayudar a la reducción de emisiones y a la adaptación en los países en desarrollo. Esta medida, que aplicaría el principio de "quien contamina, paga", contribuiría a incentivar la eficiencia de la industria europea y a reducir las emisiones y podría generar una importante cantidad de recursos provenientes de fuentes de financiación nuevas.
Es verdad que hablamos de miles de millones de euros para cambiar un modelo insostenible, pero es una cantidad mucho menor que la que se ha movilizado en pocos días para el rescate bancario. No actuar no sólo será profundamente injusto, sino completamente necio, ya que el coste de la inacción multiplicará con mucho las inversiones en mitigación y adaptación en el futuro.
Todos los ojos están vueltos hacia los líderes políticos que decidirán estos días sobre nuestro futuro. Incluso los campesinos africanos que miran al cielo en busca de las lluvias dirigen sus miradas a los líderes mundiales reunidos en Bruselas y Poznan. La cuestión es si éstos últimos les devolverán la mirada.

José A. Hernández de Toro es Portavoz de Intermón Oxfam para Cambio Climático

Ilustración de Mikel Casal 

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