Dominio público

La tormenta perfecta

Sergio Plaza Cerezo

SERGIO PLAZA CEREZO

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La crisis económica avanza de forma silenciosa, extendiéndose como si se tratara de una epidemia. Una crisis sin apellido: la Crisis, a secas. Los carteles con el rótulo "local disponible" o "se alquila" invaden las calles de Madrid; mientras, las últimas noticias internacionales no son tranquilizadoras. El anuncio de la reducción de los tipos de interés, bajo mínimos en los Estados Unidos, resulta inquietante. ¿Cuál es su significado? Una crisis "a la japonesa" podría haber llegado a Estados Unidos. ¿Nos encontramos, tal vez, frente a la tormenta perfecta?.
Los desafíos a los que se enfrenta Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, pueden interpretarse en clave cinematográfica. El perfil de este economista deja entrever que es un gran experto en la crisis del 29, por la que tiene un interés casi obsesivo. Las películas del género de catástrofes siempre nos presentan al mismo tipo de protagonista con un perfil frecuentemente neurótico. El experto que anticipa el escenario de una posible catástrofe; el arquitecto que conoce como nadie el rascacielos en llamas; el vulcanólogo que predice una gran erupción cuando nadie le cree; el sismólogo que predice el terremoto; el curtido capitán de barco, enfrentando por el destino al gran temporal que siempre había temido...
El neurótico Bernanke tiene un perfil mucho más complejo que el de su antecesor Greenspan, quien pecó de ser un optimista compulsivo. El presidente de la Reserva Federal se encuentra ante su tormenta perfecta. La trampa de la liquidez ha sido denominada la "enfermedad keynesiana". Hasta que se inició la década perdida de Japón en los años noventa, se pensaba que dicha dolencia se trataba de una cuestión teórica: su territorio parecía quedar acotado dentro de las páginas de los manuales de macroeconomía. Se trató de una situación paradójica en la que un tipo de interés cercano a cero no estimuló la inversión ni el consumo, por lo que la política monetaria careció de total efectividad.
Paul Krugman ya nos avisó hace bastantes años: cuando los tipos de interés son bajos, el margen para reducciones adicionales ante la contingencia de una recesión resulta muy limitado. Y, efectivamente, los tipos de interés reducidos han sido la norma durante mucho tiempo. El milagro del dinero barato se achacaba al perfeccionamiento de los mercados financieros, que habían posibilitando una eficiencia creciente en la asignación de los recursos. Y de ahí a la burbuja inmobiliaria, solamente había un trecho.
Los alquimistas de Wall Street caen; mientras, se impone el triunfo de la economía real –o Main Street, como dirían en Estados Unidos–. Físicos, matemáticos y economistas aspiraron a crear una ciencia exacta de la innovación financiera; pero, tal vez, algunos de estos intentos hayan quedado empantanados en el terreno puramente especulativo de la alquimia. El caso de Madoff ha sido más sencillo: el halo de prestigio y glamour que ha rodeado a las altas finanzas y, especialmente, a los fondos tipo boutique para grandes fortunas le ha servido para ampararse en el engaño.

Bernanke quiere evitar las perversiones de la deflación, similares o mayores que las asociadas a la inflación: retardo en las decisiones de consumo, aumento del tamaño real de la deuda de familias y empresas... Y el recurso a Keynes se impone. De hecho, la crisis tiene naturaleza keynesiana.
El retorno a la hegemonía de la política fiscal como herramienta básica para salir de la recesión. Gasto público a mansalva para que la fiesta del consumo y de la inversión no decaiga. Si sólo se bajaran los impuestos, las familias ahorrarían –y, por tanto, no gastarían– una parte significativa del incremento de su renta disponible. Por esa razón, los Gobiernos están poniendo el énfasis en la necesidad de incrementar el gasto público.
Hollywood nos ha enseñado a respetar a los mitos. Por eso, las comparaciones entre Obama y Franklin Delano Roosevelt son recurrentes. El presidente electo prepara un magno programa de gasto público. Y, al igual que ocurriera con el New Deal, las inversiones en infraestructuras volverán a ser protagonistas. Las energías alternativas y la lucha contra el cambio climático aportarán un nuevo icono para el dañado American Dream, ahora que la emblemática industria automovilística de Detroit se cae a pedazos.
¿Será suficiente? Japón llegó a salir de su década perdida gracias a la demanda externa, a partir de un yen muy depreciado. Y esto fue posible por la bonanza económica internacional. Sin embargo, las cosas se complican cuando se trata de una crisis global. En cualquier caso, los mercados emergentes están menos lesionados. Por ello, adquieren un nuevo papel como locomotoras de la economía mundial, empezando por China.
El problema del envejecimiento demográfico complicó mucho las cosas durante la crisis japonesa, cuyo punto de partida fue el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. Una población que envejece gasta menos, ya que ahorra para su vejez. El Gobierno japonés no cesaba de aumentar su ratio de endeudamiento público en términos del PIB, pero el país no abandonaba la recesión.
Ambas variables –desajuste inmobiliario y envejecimiento demográfico– adquieren perfiles excesivos en el caso español. Sin embargo, nuestro país, al igual que Japón, también tiene una economía muy internacionalizada. Otro paralelismo: las empresas niponas combatieron la crisis mediante la búsqueda de aumentos de productividad. Algo que también se necesita en España. Si las circunstancias difíciles incentivan los cambios estructurales, Schumpeter se refería al proceso de "destrucción creativa". La economía española debe evolucionar hacia un modelo de crecimiento más orientado hacia la innovación. Se trata de todo un desafío.

Sergio Plaza Cerezo es Profesor de Economía Aplicada de la Universidad Complutense

Ilustración de Javier Olivares

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