Dominio público

Grecia: salir del euro o suicidio político

Héctor Illueca Ballester

Doctor en Derecho e Inspector de Trabajo y Seguridad Social

Héctor Illueca Ballester
Doctor en Derecho e Inspector de Trabajo y Seguridad Social

Erich Fromm, uno de los pensadores más lúcidos del siglo XX, percibió nítidamente el potencial destructivo de la economía de mercado cuando no está sometida a límites que amortigüen o corrijan las desigualdades sociales. Reflexionando sobre los orígenes del fascismo, el gran humanista alemán encontró en el capitalismo desregulado la semilla de las fuerzas destructivas que acabaron desencadenando la II Guerra Mundial. Su acertado razonamiento puede resumirse como sigue: despojado de cualquier protección ante el mercado, el individuo interpreta el mundo como algo profundamente hostil y ansía someterse a una persona o a un poder externo con el fin de superar su sensación de impotencia y soledad, llegando incluso a desprenderse de la libertad. Durante los años treinta, las clases medias se vieron envueltas en una espiral de proletarización y dieron rienda suelta a sus impulsos masoquistas para superar el sentimiento de inseguridad que el libre mercado infunde al ser humano. No es casual que una de las principales obras de Erich Fromm se titulara El miedo a la libertad y que viera la luz en 1941, durante la conflagración bélica.

Lamentablemente, desde que empezó la crisis económica la Unión Europea parece empeñada en recrear las condiciones que hicieron posible aquella catástrofe, aprovechando las dificultades económicas de los países periféricos para imponer rigurosos planes de ajuste basados en la reducción del gasto público y la desregulación del mercado de trabajo. Grecia constituye un ejemplo paradigmático de esta estrategia política, habiendo sufrido en sus propias carnes y mediante sucesivas oleadas la violenta destrucción del sistema de relaciones laborales vigente en el país heleno. O, por decirlo con más claridad, la intervención europea en Grecia, programada y dirigida por el Estado alemán, ha desatado la explotación capitalista de la fuerza de trabajo, alumbrando un modelo neodarwinista de relaciones laborales en el que predominan la inseguridad, la incertidumbre y la amenaza permanente del desempleo. Anotemos de pasada que este proceso no es exclusivo de Grecia, sino que, en mayor o menor medida, se extiende a todos los países que han necesitado la asistencia financiera de las instituciones comunitarias. Grecia es un laboratorio de las políticas de austeridad.

Veamos. Una de las primeras medidas que se exigieron a Grecia a cambio del rescate financiero fue el desmantelamiento de la negociación colectiva y su sustitución por acuerdos individuales entre empresarios y trabajadores. Como no podía ser de otra forma, la abolición de los convenios colectivos provocó una violenta devaluación salarial que, según la Inspección de Trabajo griega, alcanzó un 20 por ciento durante el primer mes de vigencia de la nueva normativa. Por si ello fuera poco, a principios de 2012 el salario mínimo interprofesional se redujo de 877 a 684 euros, estableciendo cantidades inferiores para determinados grupos etarios, como los jóvenes menores de 25 años. De la noche a la mañana, centenares de miles de trabajadores quedaron a merced de las empresas y experimentaron una brutal reducción salarial que les privaba de poder llevar una vida digna y satisfacer sus necesidades básicas. En este contexto, no puede extrañar que la primera medida adoptada por el Gobierno de Alexis Tsipras haya sido precisamente elevar el salario mínimo a 751 euros mensuales, restableciendo parcialmente el poder adquisitivo de la población trabajadora.

Paralelamente a lo anterior, los procedimientos de despido han sido ampliamente flexibilizados y se han reducido las indemnizaciones, abrogando de facto el derecho a la estabilidad en el empleo como principio vertebrador del Derecho del Trabajo. La contratación temporal se utiliza indiscriminadamente y la degradación de las condiciones de trabajo se extiende a todos los ámbitos del sistema laboral. Según un informe del Ministerio de Trabajo heleno, la economía sumergida se ha multiplicado a pesar de la flexibilización laboral, estimando que el 36,3 por ciento de los trabajadores carecen de contrato de trabajo. En el sector de la hostelería, el porcentaje de trabajadores que no han sido dados de alta en la Seguridad Social alcanza el 65 por ciento. En definitiva, el abaratamiento del despido, la desarticulación de la negociación colectiva o la reforma del sistema de pensiones han quebrado el espinazo del Derecho del Trabajo griego y han acelerado la individualización de las relaciones industriales, abonando el predominio de la precariedad laboral y la economía política de la inseguridad.

Partiendo de esta base, el ascenso de un partido neonazi como Amanecer Dorado no puede atribuirse al azar o la casualidad. Tal y como advirtió Fromm, la institución de un mercado autorregulado propicia y fomenta la emergencia de fuerzas antidemocráticas que se nutren de la amargura y la inseguridad generadas por la precariedad laboral. La desregulación del mercado de trabajo ha disparado los temores e inseguridades de las clases medias, que están viviendo la crisis como un verdadero terremoto social y cultural. Ahora bien, condenarlas por reaccionar de este modo constituye un ejercicio de hipocresía que oculta el protagonismo del mercado laboral flexible en la movilización de sentimientos irracionales y extremistas hacia el ámbito político. Las auténticas culpables del resurgimiento del fascismo en Europa son las élites políticas y financieras que han impuesto políticas neoliberales orientadas hacia la mercantilización plena del trabajo humano, liberando fuerzas sociales de enorme poder destructivo que creíamos erradicadas para siempre.

Llegados a este punto, hay que concluir que el nuevo Gobierno griego no puede ceder a las presiones europeas y renunciar a su programa electoral, so pena de arruinar su futuro político y allanar el camino a la extrema derecha. Las encuestas de opinión pública realizadas tras las elecciones ponían de manifiesto que el 70 por ciento de la población apoya al nuevo ejecutivo, lo que prácticamente duplica los resultados electorales obtenidos por Syriza. El pueblo griego percibe con claridad que este partido es el único capaz de encender un rayo de esperanza en el país, pero es seguro que no soportará una nueva traición. Los medios de comunicación, en su mayoría propiedad de los sectores más conservadores, han alimentado un peligroso clima de xenofobia que podría transformarse fácilmente en un impulso extremista y antidemocrático. Si llegase a producirse, sería el fin de Syriza y haría muy difícil cualquier posibilidad de cambio en los países del sur de Europa durante un largo período de tiempo.

Alexis Tsipras no puede ignorar que Grecia y Alemania se encaminan a una colisión frontal. El acuerdo alcanzado con el Eurogrupo el día 20 de febrero ha permitido ganar tiempo al Gobierno griego, amén de otorgarle ciertas ventajas desde el punto de vista político y presupuestario. Pero Grecia necesita liberarse de la deuda para relanzar la economía, desarrollar la inversión y reconstruir un mercado de trabajo más equitativo e inclusivo. Así que desengáñense: Alemania no cederá. Si lo hiciera, su credibilidad se vería afectada y más temprano que tarde tendría que efectuar nuevas concesiones a los países de la periferia, abriendo la puerta a transferencias fiscales que harían insoportable su contribución a la Unión Europea. El compromiso parece imposible y la ruptura inevitable. Durante los próximos cuatro meses, Grecia debe prepararse para abandonar el euro y escapar del neoliberalismo que ha llevado a este país al borde de la barbarie.

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