Dominio público

Podemos: esperanza y política

Carlos Frade

Profesor de sociología en la Universidad de Salford, Manchester (Reino Unido)

Carlos Frade
Profesor de sociología en la Universidad de Salford, Manchester (Reino Unido)

Una inmensa esperanza recorre Europa: la esperanza puesta en Syriza y Podemos. Pero allí donde hay esperanza, como en la jarra de Pandora, también hay miedo –miedo a algo mucho peor que perder las elecciones: miedo a ganar la batalla electoral pero perder la batalla política. Lo estamos viendo ahora mismo en Grecia, donde a pesar de todo y gracias al gobierno de Syriza con el apoyo de su pueblo, el proceso de cambio en Europa  sigue abierto, y eso es lo que importa. Pero ahora ya no se puede simular más; ahora estamos obligados a reconocer que los votos y los diputados no valen casi nada por sí mismos para confrontar el poder desnudo de la oligarquía.

Sin embargo, reconocer esto puede resultar extremadamente difícil para esa mayoría social cuya actitud reposa en una creencia espontánea o irreflexiva en ‘la democracia’ entendida en sentido puramente electoral y en una subjetividad cómoda, por no decir negligente, de espera puramente pasiva, como si fuera posible salir de la devastación en que estamos sumergidos con simplemente votar. Esta enorme dificultad para reconocer que no basta con votar se ve agravada por el hecho de que Podemos practica una política puramente electoral. Esta política aborda sólo una de las dos tareas esenciales ahora mismo: intentar ganar las elecciones, pero se desentiende de la otra, igualmente necesaria: hacer todo lo posible para tratar de transformar la esperanza pasiva del votante en una esperanza activa e incluso militante. Los líderes de Podemos saben que una victoria electoral en modo alguno equivale a una victoria política; lo saben e incluso lo dicen, pero lo que dicen se ve negado por lo que hacen, por su política descarnadamente electoral.

En vista de que hay un serio riesgo de que una victoria electoral resulte en una derrota política –una derrota que sería tan absolutamente devastadora que no sólo mataría la ocasión para el cambio sino que extinguiría la esperanza durante muchos años– y dado que todavía hay tiempo para actuar, en estas líneas me gustaría proporcionar algunas claves que permiten en mi opinión valorar el poder real para cambiar las cosas de verdad que Podemos puede reunir y movilizar. Se trata de un esbozo de retrato hecho mediante un corte sagital (de arriba abajo).

Política populista y política emancipadora

Podemos, como es sabido, surgió de toda esa multiplicidad política de luchas y energías diversas cuyo nombre es 15-M – un nombre que es ante todo una declaración política: ‘el sistema está en contra nuestra; esto es así’. Si bien carecía de una construcción política positiva, de un proyecto, con todo la declaración en su carácter incondicional (ni mensaje ni masaje) abrió una grieta en la sociedad y con ella nuevas posibilidades e incluso una nueva temporalidad – una temporalidad frágil pero ávida de duración. Al hacer esto el 15-M se constituyó como posible punto de partida de la política populista teorizada por Ernesto Laclau en La razón populista – un libro que es probablemente la referencia teórica más importante de Podemos, si bien el rumbo electoral aparentemente imparable de éste parece ajustarse más a las trivialidades de George Lakoff (en No pienses en un elefante) sobre enmarcamiento y comunicación, es decir, sobre empaquetar y vender mensajes. Y fue sobre ese punto de partida sobre el que se erigió el aparato de comunicación para la política electoral que constituye el rasgo verdaderamente distintivo de Podemos a día de hoy.

Permítaseme dejar claro, antes de continuar, que no defiendo ninguna posición maximalista, ni en realidad tampoco minimalista, las dos posiciones que, bajo los nombres de ‘revolución total’ y ‘mera práctica gradualista’ (o mero ‘reformismo gradualista’), anuncian el fin de la política para Laclau, para quien la política populista equivale a la política sin más. Lo que Laclau pasa por alto es que, como praxis política, una lógica política emancipadora puede concebirse como una dialéctica entre la disposición revolucionaria y la disposición reformista. Porque a decir verdad la política emancipadora es revolucionaria tanto por definición como por convicción, y reformista por táctica y por necesidad. La condición fundamental de una política emancipadora es una fuerte subjetivación, esto es, un compromiso inquebrantable con la verdad política que Étienne Balibar ha llamado ‘igualibertad’ (igualdad y libertad) como principio axiomático de toda acción – precisamente aquello de lo que carece, en mi opinión, la concepción populista de Laclau y, por lo que parece, la política que realizan los dirigentes de Podemos.

Debe por tanto quedar claro por lo que acabo de decir que en modo alguno sostengo que el problema de Podemos sea la política electoral en cuanto tal, sino el hecho de que se haya convertido en una finalidad en sí misma, en lugar de concebirla y usarla como un instrumento estratégico subordinado a la política popular. A falta de esto, sin esta condición, uno se ve obligado a declarar sin la menor vacilación, con Sartre y los que lo precedieron en esta declaración: Élections, piège à cons (Elecciones, una trampa para imbéciles), pues efectivamente votar, como acto individual que tiene lugar en aislamiento y después de haber estado expuesto como espectador al desvergonzado circo electoral, no sólo separa una ciudadanas de otras, sino que crea la ilusión – y la política electoral consiste esencialmente en fomentar esta ilusión – de que uno hace realmente algo para solucionar los problemas de la vida colectiva; por si fuera poco, favorece la desmovilización y contradice la subjetividad de todo movimiento popular.

Requisitos del dúo inseparable ‘maquinaria de guerra electoral’ y ‘liderazgo plebiscitario’

Íñigo Errejón ha hablado sin rodeos de "una maquinaria de guerra electoral". Pues bien, esa maquinaria consta de dos elementos, una técnica electoral y un líder de carácter plebiscitario, y necesita dos cosas: votantes, que son sus destinatarios, y mano de obra o, para ser precisos, ‘curritos’, pues nada  irrita más esa maquinaria que miembros activos, es decir, no precisamente excitados, sino personas que tratan de pensar por sí mismas tanto individual como colectivamente.

¿Pero qué es un liderazgo plebiscitario? Se trata exactamente de un liderazgo cuyos seguidores obedecen ciegamente, ya que sólo así – es decir, mediante la renuncia a su capacidad como seres pensantes – pueden los seguidores convertirse en una maquinaria electoral eficaz. Los seguidores entran de este modo, como dice Weber de forma reveladora, en un proceso de ‘pérdida del alma’ o ‘desalmamiento’.

La técnica electoral y el reforzamiento de la subjetividad pasiva del votante

La clave de esa técnica electoral reside en su destinación: los votantes. La técnica consiste en dirigirse e interpelar a la gente sólo como votantes. Hablar en este contexto de ‘confianza en la gente’ no tiene sentido alguno, ya que eso es exactamente lo que excluye la técnica electoral. En la situación actual esta técnica se centra en una subjetividad muy específica: el sentimiento de desesperación de los votantes combinado con un deseo tan fuerte como difuso de albergar esperanza. Se trata de un deseo esencialmente pasivo y muy expuesto, propenso por tanto a ciertos encantamientos mágicos, por ejemplo, a los hechizos en forma de mensajes que ‘una maquinaria de guerra electoral’ emite continuamente y hace circular sin fin. Estos mensajes proporcionan quizás cierto alivio y parecen traer la ansiada esperanza; todo lo que uno tiene que hacer es ‘votar’, lo cual es muy fácil, y esperar.

El rasgo crucial de la técnica electoral reside por tanto no sólo en el hecho de que explote lo que ya está ahí: la subjetividad desesperada y perezosa del votante, la idea de uno puede salir de la situación de devastación actual casi por arte de magia o en todo caso sin esfuerzo. Esto es clave, pero todavía es más decisivo el hecho de que atiza y forja esa subjetividad, con lo que refuerza la esperanza pasiva, una esperanza inscrita en lo imaginario, que constituye su núcleo. Pero hay más, un tercer componente decisivo de esa subjetividad. En efecto, tal votante es muy dado a los diagnósticos y las soluciones simples, pero totalmente falsas. En una actitud que la técnica electoral alimenta con profusión, se rechaza afrontar la situación en su complejidad; en lugar de eso, casi todo se reduce en última instancia a una cuestión de personas concretas, de individuos corruptos y avariciosos, y cualquier sugerencia acerca de la naturaleza estructural o sistémica del problema tiende a rechazarse impacientemente con un seco, ‘échalos’ – y ‘echarlos’ es todo lo que la técnica electoral promete.

Esperanza pasiva + política electoral = maquinaria de despolitización masiva

Allí donde una política electoral al servicio de a una política popular o emancipadora trataría de, en un plano de igualdad, espolear a la gente para que haga cargo de la situación y, en consecuencia, abandone la esperanza pasiva y cultive en su lugar un esperanza no ya activa sino militante, inscrita en lo real, que reconozca la necesidad del esfuerzo de cada uno y de la contribución de todos, la política electoral de Podemos hace exactamente lo contrario: lejos de lo que proclaman sus dirigentes como un mantra, desempodera la gente. Junto con la inmensa esperanza que Podemos representa (algo que no debemos olvidar), esa política electoral se convierte en una maquinaria de despolitización masiva que consolida la idea resignada que la gente tiende a tener de sí misma como inepta para la política y el gobierno, con lo que desarma todavía más el conjunto del país.  Habría que decirles: ‘compañeros, no tenéis derecho a hacer esto’, pero sabemos que Iglesias y su equipo se han vuelto duros de oído. La manifestación del 31 de enero confirmó todo esto; si bien afortunadamente tuvo una asistencia masiva, su convocatoria misma ya era cuestionable, y no parece edificante, sino más bien insensato, el hecho de que los discursos finales estuvieran exclusivamente protagonizados por el reducido círculo íntimo de Pablo Iglesias.

Por qué votos y diputados no valen por sí mismos casi nada a la hora de enfrentarse a la oligarquía y sus organismos de saqueo y extorsión

¿Cómo va a enfrentarse Podemos a la oligarquía y sus organismos de saqueo y extorsión (banca, UE, troika, FMI y demás), ya que cualquier cambio real, incluyendo cambios menores pero vitales, implica tal enfrentamiento? Aquí conviene recordar (‘recordar’ porque lo que voy a decir se ha vivido históricamente muchas veces, y lo puede ver todo el mundo hoy) qué es una oligarquía y cuáles son las claves de la dominación oligárquica. Nada mejor para esto que recurrir a Maquiavelo, el enemigo implacable de toda oligarquía y el primer pensador en la historia que se declaró amigo de la gente, del pueblo. Las tres premisas fundamentales para entender la disposición oligárquica son éstas: en primer lugar, una oligarquía se constituye mediante la relación parasitaria que establece con su Otro, con el pueblo, al que trata siempre de mantener como una plebe dispersa y desorganizada para así poder seguir sangrándolo y, por decirlo todo, follándose a su prole. En segundo lugar, una oligarquía tiene una relación con la ley de absoluto desprecio y de total impunidad. Finalmente, una oligarquía es completamente sorda a las palabras y las razones. La conclusión que Maquiavelo sacó con la más estricta consistencia de estas premisas es que una oligarquía es un gobernante loco para el cual no hay otra solución que el drástico remedio al que se refiere en el capítulo 58 del libro I de sus Discursos sobre Tito Livio.

Debería por tanto quedar claro que, como vemos ahora mismo en Grecia, semejante gobernante no va cambiar sus maneras de actuar por medio de palabras respaldadas por leyes (votos y diputados), puesto que tal respaldo, al venir como viene de las instituciones mismas que la oligarquía se ha apropiado para sí, es tan débil que no cuenta casi nada en lo que respecta a acometer cambios reales. Sólo un poder popular externo a las organizaciones oligárquicas como el parlamento puede hacer que las palabras, los votos y los diputados cuenten de verdad. Pues sólo ese poder tiene la capacidad para proporcionar la existencia política necesaria para enfrentarse a la oligarquía y desmantelar sus mecanismos de saqueo y extorsión (como la deuda, sin duda el más letal y el más viejo).

Necesidad de conjugar un principio de dirección fuerte con un principio popular igualmente fuerte

Para concluir me gustaría reiterar que la pretensión de que el dúo ‘líder plebiscitario con una maquinaria electoral’ empodera a la gente es sólo un mensaje de la maquinaria electoral, ‘un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia’. Lo que necesitamos, en mi opinión, para emprender una verdadera transformación es tanto un nuevo tipo de liderazgo como un nuevo tipo de movimiento-partido. A este respecto, las dos propuestas organizativas en disputa durante la asamblea constituyente de Podemos estaban igualmente equivocadas, pero en un sentido antitético: la del equipo de Iglesias por ignorar totalmente la necesidad de – parafraseando a Marx – un movimiento real cuya vitalidad desafiante ya conlleva una cierta transformación, por menor que ésta sea, del estado actual de las cosas. La propuesta asociada al eurodiputado Echenique por recrearse en un cierto horizontalismo e ignorar la necesidad de contar con dirigentes y portavoces fuertes y bien visibles.

Llamemos principio de dirección y principio popular a estos dos requisitos. Lo crucial aquí estriba en la relación entre esos principios, dado que no se trata de una conexión entre elementos externos el uno al otro, sino que la relación misma es constitutiva de ambos principios. Se trata de una relación de oposición e interdependencia, esto es, de una dialéctica antagónica (nada que ver con los ‘controles y contrapesos’ liberales) que asegura el juego de las tensiones y un nivel de conflicto. Lo que constituye un sujeto político de emancipación es precisamente el trabajo conjunto de estos dos principios. De ahí que Maquiavelo considerase necesario ‘essere principe’ (ser príncipe) y ‘essere populare’ (ser popular).

Los líderes que tienen miedo a una ciudadanía activa y necesitan apoyarse en el votante aislado y pasivo son débiles y no merecen nuestra confianza. Me pregunto, por tanto, si todas las personas que albergan esperanza y luchan por cambiar las cosas, en primerísimo lugar los líderes de Podemos, pero igualmente todos los jóvenes que han mostrado gran valía como figuras políticas, tendrán el coraje para, en una muestra de la grandeza de ánimo de la que saben que son capaces, ser tanto príncipes como populares y de este modo tratar de darnos, junto con la mayoría de las ciudadanas y ciudadanos, la existencia política que necesitamos para conquistar el presente y empezar a tener un porvenir digno de ese nombre.

* Una versión inicial este artículo se publicó en open Democracy: https://www.opendemocracy.net/can-europe-make-it/carlos-frade/podemos-can-we-appeal-to-all-women-and-men-who-hope-and-strive-for-t

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