Dominio público

¿Muerte cura muerte?

María Márquez Guerrero

Universidad de Sevilla

María Márquez Guerrero
Universidad de Sevilla

El mismo día que en todas las portadas de los diarios del planeta aparecía la foto del niño sirio de tres años muerto, mecido por las olas, acunado por el mar, única paz posible para una vida truncada por la guerra, Israel bombardeaba nuevamente Gaza. Allí, como en otros países del planeta, diariamente, miles de seres humanos, por supuesto niños también (todos son víctimas inocentes, da igual su sexo y su edad) sobreviven con indefensión y terror a guerras incomprensibles en las que resultan mutilados, aplastados, sin que apenas se oiga algún lamento por ellos. El sistema posee el control de los medios de comunicación: dosifica el dolor, la rabia, la indignación, la compasión o la indiferencia. Expone dramáticamente la realidad, o la oculta bajo un espeso velo de silencio, pero no indaga en las causas, no se pregunta por los orígenes o los agentes de los conflictos, no desvela los intereses en pugna, ni los detalles, como en este caso la procedencia y las vivencias de los refugiados: ¿Venían de  Siria o de Turquía?, ¿Por qué, de pronto, tenían un acceso más fácil a franquear las fronteras tan hirientes de Europa?¿Son todos refugiados de guerra o son emigrantes que huyen de la pobreza extrema que asola sus países?

¡Tanta emocionalidad y tanto vacío de información!, como si lo que ha ocurrido en Siria hubiera sido provocado por un ciclón, tsunami o terremoto, cualquier fenómeno natural, incontrolable, ante el que solo cupiera la súplica a los dioses, la compasión, la caridad... Sin embargo, todo este proceso que culmina con la huida de cientos de miles de personas tiene unos orígenes, factores causantes, agentes que se esconden en las noticias.

Patrick Charaudeau analizaba el discurso de los medios de comunicación, la "construcción de un espejo social" a través del que los ciudadanos elaboramos las representaciones que damos a los valores que subyacen en nuestras prácticas, y señalaba que junto a la "lógica tecnológica" y "la simbólica", es necesario tener muy en cuenta la "lógica económica" o comercial: los medios tratan de dirigirse al mayor número posible de público, hecho que les obliga a formular lo que se denomina una "hipótesis baja" sobre el grado de saber de este. Si, en cambio, eligieran proporcionar una información con un fuerte contenido de datos, sería necesario que formulasen una "hipótesis alta" sobre el grado de saber del blanco, "el cual, ya instruido en gran medida, sería cuantitativamente reducido y por lo tanto el medio tendría que resolver un problema de orden económico: vivir dirigiéndose a un pequeño número de receptores". Para captar la atención y el interés de este gran público, los medios utilizarán fundamentalmente la emoción, una visión simplificada pero impactante de la realidad. En esta época en la que como diría Milan Kundera, se "exalta el jaleo masmediático", Charaudeau insta a los analistas del discurso a tratar de "descubrir, mediante la observación de fenómenos lingüísticos, los mecanismos de construcción del sentido social, y, particularmente en este caso, de la ‘máquina mediática’.

Es chocante el contraste entre esta conmoción europea ante la foto del pequeño y la naturalidad con que vivimos, sin aspavimientos, la ausencia de imágenes de los millones de personas que mueren de hambre o que son asesinadas en guerras convertidas en suculentos negocios para muchos. Y causa perplejidad la rapidez con la que se va difuminando el sentimiento en este mundo líquido donde los acontecimientos se suceden a un ritmo abismal, como señalaba Z. Bauman; tan vertiginoso que no tenemos tiempo para reflexionar sobre los sucesos, ya interpretados, que nos sirven los diarios: "productos calientes para el consumo rápido". Hoy un diario recibía el día con un titular: "La crisis de los refugiados obliga a planear bombardeos en Siria". Y el verbo "obliga" clava en la conciencia la exigencia ineludible de la guerra: ¿muerte salva de muerte? La llamada "crisis de los refugiados" ha movido a la solidaridad, una catarsis que nos ha hecho sentir nuevamente humanos, aunque sea por dos días, y finalmente se ha utilizado como excusa. Un argumento patético que legitima otra vez la necesidad de agresión, de nuevas víctimas, estas ya no mecidas en por el mar, sino ocultadas a nuestros ojos, demasiado sensibles para asistir a muertes atribuidas a terroristas sin cara de nombre siniestro.

Mientras no nos preguntemos por las causas de todo este horror, estaremos viviendo una dramatización filtrada y calculada de la realidad, pero no contribuiremos en nada para cambiarla. No cuestiono que seamos los primeros voluntarios para acoger a los refugiados, pero sí alerto para que no nos distraigan, con tanta emocionalidad, de lo que me parece esencial: cuestionar y combatir los orígenes de tanta brutalidad, este sistema capitalista que es la dictadura global de los mercados y que no respeta a nada ni a nadie. Por eso nos identificamos con el pequeño mecido por las olas.

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