Dominio público

Paradojas políticas: ocaso o renacer de la socialdemocracia

Miguel Ángel Moratinos

Ex–ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación

Miguel Ángel Moratinos
Ex–ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación

Los últimos desarrollos políticos en Europa nos han mostrado un proceso acelerado de pérdida de influencia de los partidos socialdemócratas. Elección tras elección, los socialdemócratas han quedado relegados a la segunda o tercera posición y, en ningún caso, logran un apoyo mayor del 23% del electorado. La última victoria relevante de la izquierda socialdemócrata fue la protagonizada por François Hollande en Francia y, en tan sólo cuatro años, esta esperanza de renovación se ha visto dilapidada por las decisiones de una izquierda acomplejada por el pragmatismo y por la reforma neoliberal que conducen, según los últimos sondeos, a no obtener más de un 18% de votos a su favor.

Son muchos los factores y las razones que han afectado a esta pérdida gradual de influencia de la socialdemocracia; muchas equivocaciones, inacciones y coaliciones erróneas son las que, en definitiva, la han llevado a esta situación agónica, a pesar de ser una de las principales fuerzas políticas y que más ha contribuido a la construcción de una sociedad más libre, más justa y próspera.

Esta situación nos brinda la primera paradoja. La socialdemocracia debería ser la mejor respuesta a los desafíos de este nuevo mundo, precisamente cuando sus dos rivales ideológicos, el comunismo y el capitalismo neoliberal, han fracasado estrepitosamente. El primero, se derrumbó con la caída del muro de Berlín en 1989 y el segundo, el sistema capitalista neoliberal, se desplomó con la caída de Lehman Brothers en 2008. El fin de la historia que nos anunciaba Fukuyama, y que nos lleva a la adopción universal del mercado, sólo se tradujo en una orgía desreguladora que deseaba aniquilar el Estado. Sin embargo, esta falsa profecía no sólo no se cumplió, sino que facilitó el derrumbe del edifico especulativo-financiero y llevó al sistema a un colapso general.

En esas circunstancias, cuando la derecha neoconservadora lanzó señales de auxilio, al pedir incluso la refundación del capitalismo, los políticos socialdemócratas pecaron de falta visión y determinación política. Se acudió al rescate del sistema, pero sin exigir ni plantear una profunda revisión, ni reivindicar un nuevo modelo socialdemócrata para estos años de crisis. Es verdad que se intentó reformar las instituciones de Breton Woods en la segunda reunión del G20, bajo presidencia de Gordon Brown, pero el centro-derecha recuperó la dirección y el protagonismo y nos obligó a los países, en particular a los socialdemócratas del momento, España, Portugal y Grecia a sacrificios y medidas estabilizadoras sin margen alguno para adaptarlas a las necesidades y circunstancias de cada país.

Faltó definición de un nuevo modelo económico y financiero que supiera recoger los nuevos cambios de este momento y traducirlos en soluciones más justas y equitativas. Faltó solidaridad, palabra clave en el diccionario socialdemócrata, y creatividad para poder proponer un modelo alternativo.

La crisis fue de tal envergadura que la falta de reacción y visión del momento pueden entenderse e incluso explicarse. Lo que sin embargo es difícil de entender y de explicar es que después de casi 10 años asistimos a una falta de voluntad política por renovar profundamente la socialdemocracia. Año tras año, somos testigos de derrotas políticas, económicas y financieras, todos los analistas señalan de forma unánime que el modelo defendido y aplicado en Europa, por la mayoría de los gobiernos de centro derecha o en coalición con los socialdemócratas, llevan indefectiblemente al fracaso. Se extiende un sentimiento general de crisis existencial-política en la que las formaciones antisistema o populistas se autoproclaman como las mejores plataformas para sacar a la sociedad de este marasmo y, mientras tanto, los socialdemócratas asistimos estoicamente a contemplar nuestra desaparición e irrelevancia. No hay un trabajo serio de reflexión e innovación de las formas de actuación política. Nos preocupamos sólo de unos líderes aclamados por los órganos del partido por simples intereses coyunturales en lugar de abrir un debate serio de ideas con la participación de nuevos sectores sociales. Se repiten eslóganes viejos y huecos, que no interesan ni movilizan a la sociedad. Eso sí, la crisis es la mejor excusa para justificar coaliciones con otras fuerzas políticas de centro derecha que, a corto y largo plazo, nos llevarán a la irrelevancia. En democracia, si no hay alternancia no hay contraste de políticas y de soluciones. Si preferimos apoyar las grandes coaliciones lo que hacemos es diluirnos bajo unas soluciones de cierto interés momentáneo para el "establishment" político-financiero, pero seremos incapaces de dar satisfacción a esa "clase media" que anhela el renacer de una socialdemocracia renovada.

La segunda paradoja es que cuando la corriente descendiente socialdemócrata en Europa parece encaminada a su ocaso final y son muchos los gurús que anuncian su inevitable extinción, en Estados Unidos surge con fuerza un movimiento político y social dentro del propio partido demócrata que pide con rigor e ilusión la creación de un modelo socialdemócrata. Es paradójico que EEUU, la patria del capitalismo, el país que más ha vivido y sufrido las practicas neoliberales y neoconservadoras, la nación que muestra el mayor crecimiento exponencial durante las últimas décadas de la desigualdad y la marginación, sea la que reclame ese cambio de modelo y defienda con orgullo un modelo socialista, palabra hasta ahora tabú en la política norteamericana.

Sería verdaderamente paradójico que los europeos que ideamos, luchamos y aplicamos la socialdemocracia con éxito, seamos ahora los que por falta de visión y liderazgo entreguemos las llaves de nuestro tesoro ideológico al centro derecha y a los neoliberales, y nos resignemos a no dar la batalla por nuestros ideales. Quizás, los dirigentes socialistas actuales se sientan cómodos y resignados ante esta situación, pero muchos millones de ciudadanos europeos no lo vamos a permitir. La renovación de la socialdemocracia en Europa es posible y se hará con o sin los actuales dirigentes socialistas.

 

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