Dominio público

La singular batalla del capitán Alatriste contra “el género y la génera”

María Márquez Guerrero

Universidad de Sevilla

María Márquez Guerrero
Universidad de Sevilla

El debate mediático sobre el sexismo lingüístico se ha reavivado recientemente con las  publicaciones de los académicos. Álvarez de Miranda, Pérez Reverte, Gil Fernández y F. Rico. Sin entrar en la pelea cuerpo a cuerpo, con palabras que hieren como espadas, lo interesante es analizar si con estas intervenciones se produce algún tipo de avance en la clarificación de una cuestión que es relevante lingüística y socialmente, pues afecta a los modos de representación simbólica de más de la mitad de la población, esto es a su visibilización o su encubrimiento discursivos.

Las alarmas se dispararon con la utilización del femenino genérico por parte de la diputada de EH Bildu, Marian Beitialarrangoitia, durante la penúltima sesión de investidura de Rajoy. El profesor Álvarez de Miranda  ("Nosotras venimos dispuestos" El País 6/9/2016) manifestaba su estupor, recordando "evidencia tan indudable" como que el masculino es el género no marcado en español. Sin entrar en el análisis de los ejemplos aducidos, en el artículo no se tienen en cuenta la intención particular del acto de habla, ni el contexto, el Parlamento, donde se utilizaba la lengua en su función metalingüística como herramienta de acción política. Similar confusión entre los distintos usos, variedades y formas del lenguaje según los fines comunicativos está también en la base de los análisis de las Guías y documentos para un uso no sexista del lenguaje, que, recordemos, no van dirigidas al uso cotidiano, sino a la Administración y a los medios de comunicación ("lengua cultivada", J. C. Moreno Cabrera).

Lo cierto es que se desconocen profundamente los consejos de estas guías, pues la parodia que han sufrido por parte de ciertos ilustres escritores y académicos ha conseguido confundirnos completamente tergiversando sus legítimas reivindicaciones. Por supuesto, como ocurre con todas las corrientes de pensamiento, movimientos ideológicos o culturales, también la lucha contra el sexismo lingüístico ha generado su propio fundamentalismo. Baste con mencionar la Guía sobre comunicación socioambiental con perspectiva de género, publicada por la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía. Resultan grotescas la tentativa de sustituir futbolista por persona que se dedica al fútbol, o la de reescribir las legendarias palabras de la madre de Boabdil cuando éste pierde Granada. Aunque es una excepción de entre el conjunto de guías que puede consultarse, sin embargo, ha sido la más difundida, una verdadera joya para enturbiar el debate y generar polémica.

Salvo excepciones desafortunadas, las guías no cuestionan el uso, sino el abuso del masculino genérico; todas condenan las indiscriminadas e interminables duplicaciones y, por supuesto, cualquier medio que, so pretexto de combatir el sexismo, no haga otra cosa que exaltar las diferencias y perpetuar los estereotipos. En  estos documentos, se apoya la creación de femeninos específicos, que, por cierto, es una tendencia general desde los orígenes del idioma, donde no existían, por ejemplo, las formas señora, infanta, parturienta, trabajadora etc., a pesar de que al siempre audaz capitán Alatriste, habitual en estas lides, un sustantivo como jueza le parezca una extraña y refinada "perla". En todos los casos, estos femeninos específicos afectan exclusivamente a los sustantivos con referencia personal, nunca a los sustantivos con referencia inanimada o a los adjetivos, pues solo sobre el sustantivo recae el peso de la identificación referencial.

Pues bien, a pesar de la racionalidad de estos consejos, las parodias -siempre  ingeniosas y con mucha frecuencia ácidas e hirientes- han  hecho desfilar ante nuestra imaginación lobos machistas, "feminazis" "imbécilas", "soplapollas y soplapollos políticamente correctos", "jóvenes y jóvenas votantes y votantas", y, en algún mal "dío", una "mana" tonta buscando su "turna" en este festival de "el género y la génera". Y claro está, entre tanto ruido, el temor ha generado sus monstruos, por ejemplo, el de una abrumadora variación lingüística, desatada y caótica, que terminaría por romper nuestro idioma. Afortunadamente, esa ilimitada libertad creativa solo existe en la ficción..., y en el corazón de algún Humpty Dumpty que todavía cree que vivimos en el país de las maravillas, donde el significado y la forma de las palabras pueden acomodarse alegremente a nuestros deseos. Al contrario, el carácter convencional del lenguaje implica que la lengua no pueda cambiar por la voluntad libre y consciente de ningún individuo o grupo, ni, por tanto, tampoco a golpe de decretos o mediante lecciones magistrales. Luego el espanto del capitán Alatriste, y de otros ilustres escritores y lingüistas, no pasa de ser un miedo irracional, como el que sobrecoge en la noche a Don Quijote y a Sancho Panza, cuando oyendo el ruido acompasado de los batanes lo identifican con el estruendo de los pasos de algún terrible gigante. Tal vez, como don Quijote, el capitán Alatriste busque una grandiosa aventura que resucite la edad dorada de las letras... Sin embargo, en la tranquilidad del amanecer, los desdobles que le quitan el sueño son tan inofensivos como los rústicos batanes.

De hecho, el propio Pérez Reverte los utiliza cuando quiere designar con total claridad y precisión la referencia deseada. Y no me refiero a su artículo "No siempre limpia y da esplendor", donde están traídos paródicamente, a modo de cita hiriente vuelta contra sus adversarios, "algún tonto del ciruelo y alguna talibancita tonta de la pepitilla". Me refiero a otros artículos suyos, como, por ejemplo, "Esas jóvenes hijas de puta",  donde trata de visibilizar la violencia femenina a raíz del suicidio de una chica a la que varias compañeras "amenazaban con esa falta de piedad que ciertos hijos e hijas de la grandísima puta [...] desarrollan ya desde bien jovencitos". Aunque utiliza desdobles en algunas otras partes del artículo ("El silencio de los borregos, o las borregas, que nunca consideran la tragedia asunto suyo, a menos que les toque a ellos"), no necesita repetirlos continuamente haciendo farragosa su prosa, basta con que especifique una vez (y lo recuerde alguna más, si es muy largo el texto) para que la referencia esté claramente identificada. Ya en el resto del artículo, el masculino cumple a la perfección su cometido de género no marcado capaz de una referencia global. Lógicamente, dado el marco cognitivo al que remite el texto (la violencia en nuestras sociedades), si el articulista no precisara con desdobles, los lectores interpretaríamos automáticamente que el masculino hace una referencia específica, solo a varones. Por tanto, su artículo es un ejemplo de lenguaje no sexista que muestra cómo los desdobles son absolutamente necesarios en ciertos contextos, sólo afectan a los sustantivos con referencia personal, y no dan lugar necesariamente a una prosa machacona que atente contra el principio de economía. Al contrario, el mensaje llega sin ambigüedad, claro y transparente, cumpliendo con las exigencias de precisión y eficacia de nuestra comunicación.

Con su artículo, el capitán Alatriste muestra que no hay ningún problema lingüístico, nada inquietante que afecte a la relación de la lengua con el pensamiento y la realidad. Que más bien se trata, como decía Coseriu, de un problema de la razón consigo misma y, en última instancia, de la voluntad de visibilizar o de encubrir ciertas presencias. No extraña que, consciente de lo necesarias que son la claridad y la precisión para que todas y todos se sientan incluidos, en el programa de la Sexta Noche, Pérez Reverte se dirigiera a "los lectores y lectoras" ante quienes promocionaba su nuevo libro. Y es que, a veces, los problemas los genera la propia razón y se dirimen con el corazón.

Más Noticias