Dominio público

Recuperar la ciudad y la convivencia

Julio Alguacil Gómez

JULIO ALGUACIL GÓMEZ

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Los seres humanos tendemos cada vez con mayor celeridad a vivir en grandes ciudades. De hecho, ya más de la mitad de la población mundial vive en ciudades y las estimaciones nos dicen que para mediados de siglo en torno a un 80% de la población mundial vivirá en grandes ciudades.

¿Pero son realmente ciudades estas grandes conurbaciones? Una de las constataciones que podemos reseñar es que estas grandes ciudades son espacios crecientemente problematizados. En ellas se concentra cada vez más la pobreza y la población excluida y se evidencia la desigualdad social como nunca antes. Son el origen del cambio climático y de la insostenibilidad ambiental. En ellas se constata la mayor tasa de suicidios y enfermedades mentales, en ellas la soledad y la anomia atormentan a millones de personas, y también en ellas los síntomas de violencia urbana son crecientes. ¿Es esto realmente la muerte de la ciudad, anunciada por los sociólogos urbanos en la década de los 60? Para poder estimarlo habría que preguntarse qué es una ciudad.

En su sentido histórico y etimológico la ciudad es el lugar dónde los sujetos han podido encontrarse para mejorar sus condiciones de vida de forma común. La ciudad es posiblemente el satisfactor más complejo y efectivo de las necesidades humanas, donde mejor se satisfacían las necesidades de subsistencia, protección, seguridad, creación, participación, recreo, identidad, libertad, porque la ciudad produce relación, comunicación, conocimiento, pensamiento e innovación. La ciudad es el lugar porque es el punto de encuentro entre la diferencia y la igualdad; es decir, la ciudad es, debe ser, el lugar de la convivencia.

Pero también la ciudad es el espacio del conflicto. La ciudad deja riendas sueltas a las paradojas, precisamente por el encuentro de las diferencias y de las divergencias, de los intereses contrapuestos, que se tocan, que se mezclan, que confrontan, que se complementan, y así se modifican mutuamente. El conflicto, entonces, en la ciudad no se puede ni se debe esconder. Precisamente es en la ciudad donde el conflicto se hace evidente y se puede reconocer; única manera, por otro lado, de sentar las bases para superarlo, aunque dejando puertas abiertas a nuevas dialécticas y a nuevos diálogos. Así conflicto y convivencia son las dos caras de la misma moneda.

El perímetro de la ciudad es el espacio de la cohabitación de diferentes grupos, clases, culturas, redes y sus espacios internos, el ágora, el mercado, la calle, son los espacios públicos, los espacios que se comparten, donde se encuentran, que se viven colectivamente, es decir, los espacios donde se produce el intercambio y en consecuencia se estimula la convivencia, y también donde se produce el conflicto.

Tradicionalmente, la densidad, la variedad y la dimensión eran las variables que definían la física social de una ciudad, es decir, una cantidad de sujetos y actividades variadas y mezcladas en interacción sinérgica, si bien el modelo urbano que se consolida con la extrema mercantilización desborda esos atributos propios de la ciudad. Los ámbitos urbanos crecen desmesuradamente dejando atrás su escala humana y se desdensifican extendiéndose como una mancha de aceite por el territorio y haciendo de las ciudades espacios inabarcables, difíciles de percibir en su totalidad e insostenibles ambientalmente, distanciando a unos de otros. La ciudad deja de ser accesible y sólo podrán abarcarla y vivirla en su totalidad los que tienen recursos privados de movimiento. Por otro lado, el modelo urbano moderno separa espacios y grupos sociales, y no lo hace de forma inocente, ya que busca, entre otras cosas, la ocultación del conflicto y de los conflictivos. El aislamiento, la separación, la segregación de los pobres es la forma de no reconocer la desigualdad, es la forma de ocultar el conflicto y con ello de acabar con la convivencia. No es ciudad, no es lugar, no hay convivencia, donde se produce la agorafobia (el miedo-rechazo al espacio público), la aporofobia (el miedo-rechazo a los pobres) y la xenofobia (el miedo-rechazo a los diferentes).

Hay que recuperar la convivencia y las experiencias del compartir. Recuperar la ciudad y los derechos de ciudadanía requiere la reconstrucción de unidades urbanas con identidad propia, descentralizadas y complejas internamente, con autonomía política, densidad, variedad y una escala humana. Cualquiera tiene derecho en su barrio a tener empleo, equipamientos, espacios públicos, elementos monumentales, elementos de centralidad, de singularidad, etc. como cualquier ciudad. Es necesario, por tanto, descomponer las grandes conurbaciones en múltiples ciudades integradas internamente e interconectadas externamente, reconstruyendo la ciudad de los lugares (de la accesibilidad) frente a la ciudad de los flujos (de la movilidad).

Recobrar la convivencia precisa, también, de la reconquista del espacio público como espacio relacional y polivalente, como espacio para la expresión y creatividad ciudadana, como espacio con capacidad para reordenar la conectividad y la accesibilidad entre las funciones urbanas, y como espacio con capacidad para motivar el acceso a la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos. Una ciudad segura es una ciudad cuyos espacios públicos son reocupados, son transitados, son compartidos. El espacio público es, en definitiva, un ámbito privilegiado que ofrece oportunidades inestimables para la participación ciudadana, lo que ayuda a prevenir y oponerse a las dinámicas excluyentes provocada por la desmesurada mercantilización de las ciudades postmodernas.

Julio Alguacil Gómez es profesor de Sociología de la Universidad Carlos III de Madrid

Ilustración de Iván Solbes

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