Dominio público

Ciudadanos: banderas y patadas

Asier Arias Domínguez

Profesor de filosofía y autor de 'La economía política del desastre'

Si mañana nos despertáramos en un mundo racional, asistiríamos a una campaña electoral articulada en torno al tema de nuestro tiempo: el de mitigar la catástrofe global que nuestro sistema económico ha producido. En nuestro mundo, la apremiante necesidad de vincular política y realidad seguirá sin dejarse ver en la arena pública y, así, la campaña electoral continuará girando en torno a cuestiones en comparación insignificantes. Sin embargo, bien es cierto que la insignificancia puede graduarse, y Ciudadanos ha establecido ya el estándar de cualquier escala válida y fiable en este contexto.

No son pocos los que siguen preguntándose qué es eso del centro. Por suerte, el partido de Albert Rivera ha contribuido a despejar esas dudas haciendo explícito que «centro», como cualquier otro concepto vago y enigmático, puede significar lo que a uno le apetezca. En el caso de Ciudadanos pasó de significar retórica «regeneracionista» y «modernizadora» a significar ardor nacionalista. Sobra indicar que ésta es la desembocadura tradicional de la derecha: a falta de argumentos, emociones. Cualquier clase de fanatismo excluyente puede hacer el trabajo, pero el nacionalismo ofrece hoy más réditos que el racismo explícito o la religión.

El apoyo popular a políticas extremadamente impopulares sólo puede movilizarse mediante la emoción, y ni las emociones ni las políticas impopulares han escaseado en la trayectoria de Ciudadanos. Podemos dejar de lado, por obvio, el creciente peso de las emociones en esos anzuelos electorales que Ciudadanos lanza cada vez más a la derecha para prestar por un instante atención a aquella exitosa trayectoria de implementación furtiva de políticas impopulares. Una ojeada superficial sirve para constatar lo atinado del juicio de Josep Oliu, presidente del Banco Sabadell, cuando presentó a Ciudadanos como un Podemos de derechas orientado al mundo de los negocios. Las declaraciones de Oliu, de junio de 2014, coincidieron con el momento en que Ciudadanos se preparaba para su expansión nacional. Oliu anticipó con aquellas palabras la hoja de ruta de Ciudadanos, puede que por casualidad, pero puede también que por familiaridad, dados los estrechos vínculos del entonces incipiente partido con FEDEA, el think tank neoliberal financiado por las principales empresas del IBEX 35 que Oliu presidiera entre 2007 y 2011 y en cuyos órganos de gobierno ha permanecido hasta la fecha.

Los señalados vínculos son totalmente explícitos: no es necesario cavar muy hondo para dar con ellos. Así, por ejemplo, Luis Garicano dejó de pasearse con Oliu por los órganos de gobierno de FEDEA para dirigir el Área de Economía y Empleo de Ciudadanos, desde la que ha saltado recientemente a su candidatura al Parlamento Europeo. De hecho, apenas pasa una semana sin que Ciudadanos haga un guiño a ese sector del electorado que se refiere al partido naranja como el partido del IBEX. El último ha sido rocambolesco. A mediados del pasado mes de marzo Ciudadanos presentaba a su fichaje estrella para las elecciones del próximo día 28 de abril: Marcos de Quinto, vicepresidente de Coca-Cola que durante el largo proceso de negociación que siguiera al intento de la empresa de despedir a 700 trabajadores ingresaba 7,2 millones de euros en un solo año y se permitía tantear la vulneración del derecho de huelga mientras insultaba a los «privilegiados» trabajadores y sus «retrógrados» sindicatos. El último ejemplo no es, sin embargo, el único, ni mucho menos, dado que la lista se prolonga hasta nuestros días desde que Eduardo Zaplana presentara a Albert Rivera, que tomaba entonces impulso para su salto a la política nacional, a sus amigos de las ejecutivas de Telefónica, Iberdrola, Endesa, Prisa o Deutsche Bank con la intención de sumar fuerzas para velar por los «valores constitucionales y de la Corona». Los vínculos de Ciudadanos con las élites corporativas exceden, no obstante, nuestras fronteras, como evidencia la coba que el Club Bilderberg o el Foro de Davos vienen dándoles a Rivera y los suyos.

Esta filiación no ha dejado de hacerse notar en la conducta de Ciudadanos en las cámaras. De este modo, les hemos visto votar contra el incremento del IRPF a las rentas superiores a 120.000 euros, contra la creación de un impuesto especial sobre la riqueza, contra el aumento del Impuesto de Sociedades a la banca, contra la descabellada idea de hacer pública parte de la banca rescatada con dinero del contribuyente, contra cualquier legislación opuesta a los intereses de los fondos buitre o contra el acoso legal a la saludable práctica de las puertas giratorias. Su incondicional apoyo a los trabajadores se ha visto plasmado no sólo en las legislaciones que rechazan, sino asimismo en las que abrazan: el contrato único, la reforma laboral del PP de Rajoy, el TTIP o el CETA, por mencionar sólo algunos de los ejemplos que ilustran el núcleo de las políticas económicas de Ciudadanos, a saber, regalos y abrazos para las élites, banderas y patadas para el desconcertado rebaño.

En vista de estos logros a nadie debiera extrañar el entusiasmo con que el oligopolio mediático se sumara a la tarea que aquel crucial 2014 imponía: la de poner a salvo los privilegios de las élites tradicionales ante la inminente quiebra del bipartidismo. Es aquí donde debemos buscar las fuentes del idilio entre los medios de masas y Ciudadanos: caras nuevas para la empresa de siempre. Se trata del mismo idilio que poco después viviría Emmanuel Macron, el idilio de la «moderación» y la «seriedad» frente a los despropósitos de la chusma ignorante, desorientada al punto de dirigir su indignación hacia el tándem estatal-corporativo, el 1% o el casino financiero.

Sólo este idilio mediático y la alquimia emocional del nacionalismo pueden explicar la eficacia con la que Ciudadanos ha logrado ocultar bajo la alfombra su conducta parlamentaria. No importa a quién abraces y a quién patees mientras sepas cerrar filas en torno al fervor religioso del fanatismo endogrupal; en otras palabras: «ríete de mí, pero enarbolando mi bandera». Este fanatismo desemboca en obscenidades morales como negar el apoyo a la universalización de la Sanidad para la asistencia a inmigrantes irregulares o la celebración de la liquidación de Sophia, el último órdago de la UE en su indiferencia hacia el propio Tratado de Funcionamiento de la UE por lo que se refiere al asilo y su desprecio por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Esta celebración de la inhumanidad y la conculcación del derecho internacional sería menos vergonzosa si no se diera el caso de que Ciudadanos se entrega a ella mientras apoya decididamente el origen de los horrores de los que huyen los refugiados: la venta de armas a democracias consolidadas como la saudí.

Obama recibió de manos de la industria publicitaria el premio de 2008 a la mejor campaña de marketing. Ciudadanos tomó nota: como Obama –un plagio literal–, no ven varias Españas, con sus variadas necesidades e intereses –quizá los del director ejecutivo y los del trabajador al que trata de despedir no coincidan exactamente–, sino una sola nación, unida bajo las potentes emociones de las gestas deportivas, las banderas, los reencuentros familiares, los episodios más dramáticos de la historia del terrorismo, los ancianos, los discapacitados y, en fin, cualquier cosa que quepa incluir en spots capaces de tocar la fibra patriótica de hasta una Emma Goldman o un Rudolf Rocker. Ciudadanos no ganará unas elecciones, ni tampoco un premio a la mejor campaña, pero en vista de su trayectoria parlamentaria, un solo voto de un trabajador es más de lo que cabría esperar.

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