Dominio público

Votar, ¿deber ciudadano?

Antonio Gómez Movellán

Presidente de Europa Laica

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, en el pleno del Congreso donde ha comparecido para informar sobre las últimas cumbres de la UE. EFE/Emilio Naranjo
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, en el pleno del Congreso donde ha comparecido para informar sobre las últimas cumbres de la UE. EFE/Emilio Naranjo

Algunas personas piensan que votar es una obligación ciudadana y, sin embargo, en nuestro sistema político, no lo es. Es cierto que los políticos hablan, impropiamente, del deber ciudadano de votar, pero esos discursos son meramente corporativos para defender el negocio de la política, pero esta es sobre todo interés y aunque se disfrace con ideologías encubre siempre intereses. La política no va de discursos ni de relatos, sino de hechos.

Por sus hechos los conoceréis, dice un refrán español. La realidad se impone siempre a cualquier cosa y por eso los programas políticos y los acuerdos programáticos sirven de bien poco ya que al día siguiente de ser firmados son traicionados por no poder imponerse a la realidad. "Lo que ayer era una humillación hoy es algo determinante", dijo el dirigente socialista José Luis Ábalos al referirse a Podemos y a la oferta de gobierno de coalición que le hizo en un primer momento el Partido Socialista.

De la política no se puede esperar coherencia. El político coherente es un mal político.  El no votar no es siempre reflejo de despolitización, de hecho puede ser la opción más politizada y suele ser expresión del desasosiego social.

En cuanto se ha entreabierto la puerta de una nueva convocatoria electoral, se ha abierto el miedo al crecimiento de la abstención de los ciudadanos y se comienzan a afilar las campañas para "movilizar" el voto; en realidad la abstención no debe ser vista como ninguna amenaza sino como una expresión política, a veces la más radical, de disconformidad con un gobierno o un sistema político o bien como señal de conformidad y docilidad. No es lo mismo la abstención en Suiza o EEUU que en España o en Italia, en Venezuela que en Colombia.

Lo que está pasando en España, con las dificultades para formar un gobierno, es reflejo de las quiebras de nuestro sistema político que no es, como dice el presidente del gobierno, una de las mejores democracias del mundo, sino que, incluso, desde un punto de vista teórico, pudiera cuestionarse el definir nuestro sistema político como democrático.

En efecto, en la teoría política aristotélica se distinguían tres regímenes políticos principales: la dictadura, la oligarquía y la democracia. Después de una dictadura solía instalarse no una democracia sino una oligarquía como fase transitoria hacia la democracia. Esto lo hemos visto en muchos Estados europeos como Rusia o Hungría que, tras las dictaduras postestalinistas, no gozan, en la actualidad, de vigorosas democracias sino más bien pudieran considerarse regímenes oligárquicos. ¿Por qué vamos a ser nosotros diferentes que venimos de una de las dictaduras más largas de Europa?

Por supuesto España tiene una Constitución y es un Estado derecho y se respetan ciertos derechos y libertades tanto individuales como públicos y también hay elecciones, pero acaso ¿no existe eso en Rusia? Un estado de derecho es una democracia, pero puede ser también una dictadura; cualquier régimen político tiene un Estado de derecho; lo que define a una democracia es la organización publica de acceso al poder del pueblo: la elección de los representantes de forma directa por los ciudadanos o la separación del poder legislativo y ejecutivo es algo indisociable a la democracia y esto no está muy fortalecido en nuestro país. Tampoco hay que confundir el bienestar o el desarrollo económico con la democracia ya que ha habido dictaduras muy exitosas en el desarrollo económico.

Por eso es inaudito que en las propuestas que se están negociando para un acuerdo de gobierno progresista no se planteen medidas de reformas políticas de gran calado. EL 15-M fue una gran manifestación política basado en el lema de "no nos representan". Se criticaba un sistema  político oligarquizado  que había generado una corrupción  generalizada en la política e incluso algunos lo compararon con el turnismo del siglo XIX; se criticaba un  bipartidismo que configuraba una oligarquía política clientelar   como muy bien demostró la  pésima gestión de las cajas de ahorro  o como demuestra la conexión de las industrias energéticas y la banca con muchos de los dirigentes de ese bipartidismo.

Sin embargo, los acuerdos programáticos suelen abordar, de forma generalmente brumosa, cuestiones básicamente económicas y sociales: la reforma laboral, el salario mínimo, las pensiones etc. Por supuesto eso es importantísimo, pero muchas de estas cosas no dependen de la política más bien dependen de factores económicos muy diversos. Si se produjese una recesión fuerte en España o en Europa con caídas del 3% o 4% anuales del PIB  muy difícilmente se podrían realizar promesas de  programas sociales ambiciosos.

Es solo un ejemplo, pero lo que se quiere decir con esto es que las reformas políticas están en nuestras manos y no dependen de factores económicos difíciles de controlar y éstas si pueden ayudar a crear un marco de desenvolvimiento económico que favorezca un desarrollo más equitativo. Cuando los fascistas de VOX claman contra los chiringuitos burocráticos y contra el costo de las autonomías o cuando Ciudadanos hablaba del coste de la política en parte tiene razón ya que es una crítica al coste del clientelismo político, señalando esa debilidad de nuestro sistema político.  De hecho los discursos de la extrema derecha, no solo en España, suelen abordar problemas muy reales que preocupan a una gran parte de la sociedad ¿o acaso pensamos que el ascenso electoral de Le Pen o de Salvini se debe exclusivamente al uso de la irracionalidad en la política?

Todos sospechamos que un anuncio de convocatoria electoral va a incrementar la abstención en  las intenciones de votos ya que no existe, o al menos no se expresa, un proyecto que ilusione al país y más bien hasta la generacion del 15-M ha entrado en un  desencanto, convencida que no se producirán reformas políticas.

Desde Europa Laica, por ejemplo, venimos luchando por una escuela única, publica y laica y sin embargo hoy ningún partido que se lo plantea de forma factible; la realidad se ha impuesto  y en muchas áreas metropolitanas como Madrid o Barcelona, más del 50% de los estudiantes están escolarizados en los colegios concertados  financiados con fondos públicos.

Por supuesto que nosotros, junto con otras asociaciones y sindicatos,  seguimos clamando en el desierto, pero para transformar la realidad se requiere quebrar intereses en ese negocio de la educación y exigiría  cambios legislativos y acciones de varios años pero el problema es que ningun proyecto político se plantea emprender estas reformas. Nosotros queremos un Gobierno que opte por cambiar el modelo educativo y que de pasos en esa dirección ¿sino para qué votar?

Igualmente pasa con el laicismo,  algo intrínseco a una democracia y sin embargo no se dan  pasos en esa dirección Nosotros queremos un gobierno que de pasos hacia una democracia real ¿sino para qué votar? El llamar a votar, exclusivamente, para que no regrese la derecha es un truco electoral que se está agotando. Al no plantearse proyectos de reformas políticas y tampoco sociales, muchos ciudadanos activos y politizados  se sumarán a las filas de la abstención,  incluso la generación del 15-M  ya esta experimentado su desencanto.

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