Dominio público

América Latina y los resultados de recortar por abajo

Sergio Pascual

Colaborador del CELAG

Hagamos un ejercicio

Imaginen que cierran los puertos y toda su actividad importadora y exportadora, las refinerías llaman a un paro de actividades que dejaría sin suministro de combustible las gasolineras en unos días, los camioneros bloquean el acceso a la capital y los trabajadores y trabajadoras de la principal industria del país se incorporan a movilizaciones ciudadanas masivas que son reprimidas por el ejército con el saldo de 26 muertos. El Presidente acorralado está dispuesto a tocar incluso el sacrosanto pacto de Estado heredado de la dictadura: la Constitución.

Chile hoy.

Imaginen ahora que la exPresidenta del Congreso, la equivalente a Ana Pastor para que me entiendan, tiene que refugiarse en una embajada extranjera ante la persecución judicial, que la Prefecta electa de la región capital (Pichincha), la equivalente a Díaz Ayuso para seguir con los paralelismos, es encarcelada sin más trámites y que el Presidente -el equivalente a Pedro Sánchez vaya-, asediado por la protesta de una minoría mayoritaria en el país tiene que huir de la sede Gobierno (pongamos Madrid) a 500km de distancia (¿a Sevilla?).

Está ocurriendo hoy en Ecuador.

Tratemos de imaginar finalmente que se celebran elecciones, que se da una victoria clara de la izquierda por más de diez puntos, que esta obtiene mayoría en el Congreso y el Senado y que a pesar de esta realidad apabullante los líderes de la región más rica del país, separatista y xenófoba, impugnan el orden democrático y persiguen y golpean a los seguidores del gobierno.

Está pasando en Bolivia.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Miremos atrás un par de décadas. En los 2000 arrancaba la que se vino a denominar "década ganada". Gobiernos progresistas en Ecuador, Argentina, Brasil, Bolivia y Venezuela distribuyeron los excedentes de los altos precios de las commodities (petróleo, gas, minerales...) y lograron crear un mercado interno autónomo aumentando la demanda agregada gracias a un notable incremento de los salarios y servicios públicos -que liberaban recursos para ahorro y consumo-. Entre tanto los países de sesgo conservador, Chile, Perú y Colombia, apostaban por el endeudamiento como mecanismo para sostener el poder adquisitivo de sus clases medias.

Con la llegada de la crisis a finales de la década los flujos de redistribución se estrecharon, la discusión sobre recortar por arriba o por abajo se avecinaba y aupados por el desgaste del progresismo tras una década de gobierno, las élites latinoamericanas, con profundas raíces en las instituciones judiciales, políticas, económicas y mediáticas de las débiles y jóvenes democracias de la región, se impusieron. Por tierra, mar y aire. En Paraguay golpe parlamentario a Fernando Lugo, en Brasil impeachment a Dilma Rousseff, en Ecuador voltearon al pusilánime sucesor de Rafael Correa y en Argentina Mauricio Macri -empresario y dueño del club capitalino Boca, el equivalente che a nuestro Florentino Pérez- se impuso mediante una avasalladora campaña mediática que construyó un imaginario de postverdad con las patas muy cortas. Comenzaba la década de recortes por abajo: destrucción del empleo y de la pequeña y mediana empresa, subida de los precios de los servicios básicos y eliminación de subsidios y ayudas.

Bolivia entre tanto fue el único país que mantuvo un gobierno progresista y con él las cifras macro y microeconómicas más saneadas de la región. Crecimientos del PIB por encima del 4%, inflación cero y salarios mínimos que ya están por delante de los de Colombia o Argentina.

Estallido

No hacía falta tener dotes premonitorias para atisbar las consecuencias de la década de recortes. Ni siquiera el apoyo multimillonario del FMI a Argentina y Ecuador o el fondo de armario de la economía chilena alcanzaron para maquillar con más créditos al consumo el impacto del estrangulamiento de las cada vez más insostenibles economías familiares.

En Argentina las elecciones sirvieron de válvula de escape, en Brasil se impuso una opción de extrema derecha -la ira buscando su expresión más salvaje-, en Chile y Ecuador subidas en el precio del metro y de la gasolina fueron las chispas que incendiaron la pradera.

Las condiciones de vida son inasumibles, con mayorías empobrecidas que no alcanzan para pagar los créditos que les sostienen para llegar a final de mes, con servicios básicos que licuan la mayoría del salario, con jornadas laborales brutales que imposibilitan no ya la conciliación sino la vida misma. Y todo ello mientras los beneficios de unos pocos se hacen más obscenos, mientras la región se sitúa en el podio de las desigualdades con un campeón entre ellos: Chile.

Y así es que hoy asistimos a un nuevo ciclo en América Latina. No hay bonanza económica por venir. Las commodities no amortiguarán la imprescindible redistribución aplazada en la región. Solo queda recortar por arriba. Pero las clases propietarias latinoamericanas tienen una exigua cultura democrática. La respuesta autoritaria de Lenin Moreno en Ecuador, el recurso al ejército en Chile y el desprecio al resultado de las elecciones en Bolivia así lo acreditan.

La próxima década ya está desnudando el conflicto por el reparto de los pingües beneficios del extractivismo en la región, por la plusvalía de los sectores industriales relocalizados en América Latina, por los beneficios del desigual reparto capital/trabajo, ensanchado en la última década. Por ahora en todos los casos en los que en este otoño se han buscado salidas democráticas los pueblos han resuelto los conflictos inclinando la balanza en favor del progresismo: vuelve el peronismo a Argentina, Evo Morales revalida su mandato, derrota de la derecha uribista en Bogotá, Cali y Medellín, victoria del Frente Amplio en la primera vuelta uruguaya...No cabe duda de que las derechas latinoamericanas tomarán buena nota, su última victoria fue a manos del dextropopulismo fascista de Bolsonaro. Gasolina al fuego.

Y mientras tanto España va a elecciones. Otra vez. A nadie escapa que nuestro país está profundamente conectado cultural, económica y mediáticamente con América Latina y si bien llegamos en condiciones disímiles a esta década del 2020 es imposible no encontrar elementos comunes tras una década de recortes por abajo.

Decía el viejo refrán, cuando las barbas de tu vecino veas cortar...

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