Dominio público

La chatarra política e intelectual

Marcos Roitman Rosenmann

Sociólogo y analista político

Enamorarse  de nuestras ideas, demuestra narcicismo, algo común entre "intelectuales"  cuya preocupación es la cita compulsiva de su obra. No menos despreciable es el plagio, la ocultación de fuentes,  pasar como propio el pensamiento ajeno, es decir, ejercitar  el  fraude intelectual como forma de vida. Lo dicho, constituye una  práctica habitual que ha llevado a premios Nobel,   científicos, músicos,  literatos o periodistas a  sufrir escarnio público. Resulta significativo que Umberto Eco, en Cómo se hace una tesis recomiende al doctorando sin escrúpulos plagiar  su trabajo  en una universidad remota, asegurándose que los miembros del tribunal no la conozcan.

Vivimos tiempos caracterizados por la mediocridad y la necesidad compulsiva de obtener notoriedad, traducido en poder fatuo y dinero.  Su expresión más degradada es la presentación de currículums  donde se trola  la vida, falsean títulos y se miente compulsivamente. La economía de mercado y el neoliberalismo son el  caldo de cultivo  para reproducir tales prácticas corruptas. En este potaje,  sobreviven políticos y  pseudo intelectuales que desde la academia e instituciones culturales, pasan por especialistas, proponen debates y visten un lenguaje críptico.  Los medios de comunicación social,  redes y  foros tertulianos dan la cobertura a este circo mediático.  Allí se reconocen, cubren  vergüenzas, y sacan a relucir su plumaje. Adictos a los medios digitales,  y Twitter están pegados a sus celulares.

Cuando la vida diaria está poblada por quienes argumentan desde la arrogancia, la actividad política y la docencia  se trasforman  en un quehacer huero, cuyo resultado es la desafección  del pensar, sintetizada en el rechazo a la teoría. La pedagogía como práctica de la libertad, al decir de Paulo Freire, se convierte en materia de control ideológico y  adoctrinamiento para el mercado. En este contexto, se menosprecia  el pensamiento crítico. En su lugar, un trampantojo. Aparecen interpretaciones que acaban siendo modas académicas cuyo resultado no puede ser más perjudicial para las nuevas generaciones de universitarios o militantes  que se dejan seducir por  cantos de sirena. La lectura pausada, el saber construido en el dialogo e intercambio  de experiencias,  no tiene lugar en la sociedad  del aquí y ahora. Los clásicos son sustituidos por Wikipedia. El silencio de la reflexión  sede paso a un ruido ensordecedor propio de la sociedad del vodevil.

Hoy la mayoría de las propuestas en boga  de las ciencias sociales están sometidas a una obsolescencia  programada.   Pensadas para ser deglutidas, no lo son  para crear pensamiento crítico. Conceptos y categorías como explotación, colonialismo interno, imperialismo, clases sociales son  arrinconados o consideradas  una antigualla.  Mejor hablar de globalización, competitividad, emprendimiento o articulaciones precedidas por la preposición de...

Pensar desde la coyuntura y aplicar fórmulas mágicas  genera interés momentáneo, pero tiene un corto recorrido, aunque  las agendas de congresos y eventos se nutran de tales propuestas. Responden a la lógica del mercado, pero no crean escuela ni asientan saberes.  El ejemplo más evidente lo marca  la 25ª Cumbre del Cambio Climático. Hoy,  políticos, académicos, personajes públicos, empresas trasnacionales y una que otra ONGs,  se inventan el modo de producción ecológico. Nadie recuerda que una  las primeras  crisis medioambientales, migratorias o hambrunas  que profundizó el etnocidio en América latina, fue producto del cambio alimentario  introducido por el monocultivo en los siglo XVI y XVII, junto a la explotación del oro y la plata. Las plantaciones jesuíticas, las haciendas, el repartimiento o la mita,  consolidaron los latifundios y las oligarquías terratenientes.  Lo mismo en África  y Asia.  Imperialismo y capitalismo industrial fueron sus hijos, es el modo de producción capitalista el  causante del cambio climático, la extinción de cientos de miles de especies o las  guerras por el control de las materias primas. Sin embargo, el principio explicativo se invisibiliza. En su  lugar,  emergen conceptos como  desarrollo sustentable, sostenible, globalización, producción responsable,  transición ecológica o economía verde.  Lo cual tiene su expresión en el consumo bajo la  coletilla "alimentos ecológicos" y "compromiso solidario con el planeta".

Es el nacimiento del pensamiento chatarra,  conceptos  ofertados a  empresarios, trasnacionales y gobiernos,  los mismos que contaminan.  Nestlé,  Monsanto, Bayer, las petroquímicas, el capital financiero, y sus representantes, para evitar dar más nombres propios, son los  responsables de la desertización, la pérdida de biodiversidad, esterilización de mujeres, asesinatos de sindicalistas y dirigentes medioambientalistas. Sin embargo, gracias al pensamiento chatarra limpian su nombre y se convierten en defensores a ultranza del "desarrollo humano sustentable".  El cultivo de la soya, el aceite de palma, el maíz transgénico,  la agroindustria, los megaproyectos, la explotación ad infinitum de la flora y fauna, la contaminación en todas sus formas, se recubre con este tipo de pensamiento suministrado por   pseudo académicos e intelectuales.  Para avanzar, es necesario desenmascararlos. No puede haber  justicia  social, ni democracia plena si obviamos que el capitalismo, sea en cualquiera de sus caras, nos lleva al colapso  planetario y la sexta extinción bajo el sin sentido del pensamiento chatarra.

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