Dominio público

Feminismo contra el Covid-19

Sonia Vivas

Policía en excedencia y activista feminista

Una enfermera del Centro de Salud de Uharte muestra una cartel con las medidas de protección básicas ante el coronavirus. EFE/ Jesús Diges
Una enfermera del Centro de Salud de Uharte muestra una cartel con las medidas de protección básicas ante el coronavirus. EFE/ Jesús Diges

La crisis sanitaria provocada por el coronavirus ha puesto sobre la mesa la enorme debilidad del ser humano y a la vez, su gran fortaleza para resistir, para hermanarse, para trabajar desde lo colectivo y para conseguir avanzar por encima de cualquier cosa, por enorme que esta sea.

El enemigo que no se ve, ese que precisa de una lente con capacidad microscópica para ser detectado, se ha convertido, ahora, en la gran ofensiva a batir.

Es sin duda el enorme coloso a derribar. El pequeño y a la vez inmenso gigante que amenaza la vida de todos y de todas nosotras. Ese que ha sido capaz de ponerle una pistola cargada y dispuesta para deflagrar, en las sienes, a nuestro planeta.

Durante estos días los medios de comunicación nos han hecho llegar imágenes de ingentes proezas realizadas por personas anónimas, la mayoría de ellos y de ellas, trabajadoras de nuestro sistema sanitario y de los servicios de emergencias. Ese que la derecha reaccionaria de nuestro país intentó destrozar y que ahora reivindica con teatrales golpes de pecho.

Ese sistema sanitario que fue y es orgullo de país y de patria. El que hace bandera. El que se resiste y pelea. El que, junto con el cubano, el chino y el venezolano, representa uno de los mejores del mundo. Cosa que no se nombra mucho, no sea que se reconozca que el capitalismo deja a la gente fuera y los sistemas más justos son realmente zurdos, también de puertas hacia afuera.

Un sistema sanitario sembrado de personas solidarias, con afán de servicio y sentimiento vocacional, que están poniendo el cuerpo por delante de la tragedia para intentar frenar lo que es ya, una pandemia mundial declarada, cuyo foco se encuentra en nuestro continente europeo.

En estos días extraños, convulsos, complejos, novedosos y llenos de incertidumbre y miedo, todos nos hemos emocionado al ver a nuestros enfermeros y enfermeras, doctores y doctoras y a todo el personal sanitario y técnico, trabajar haciendo frente no solo a unas titánicas y enormes jornadas laborales, sino también al propio al contagio.

Por ello, hemos salido al balcón de nuestras casas, abriendo las ventanas y las cristaleras de los lugares en los que estamos todas confinadas, para aplaudir la enorme solidaridad y entrega que nos regalan. Y lo hemos hecho para agradecerles que con su hacer edifican y cimentan los valores de una sociedad, la española, que ha demostrado muchas veces su gallardía y valor, pero que ahora se siente perdida y expuesta.

Esa sociedad que siempre tendrá con todos y todas ellas una impagable, por incuantificable, deuda eterna.

Pero una vez más nos olvidamos de las parias de todas las crisis, de las que se quedan siempre fuera, de las que nunca se visibilizan porque son invisibles al ojo social que no las ve y que, por ceguera, las desecha. De esas olvidadas que juegan, pero que nunca tocan el balón porque siempre lo hacen en segunda fila o en tercera.

Esas mujeres que sostienen la vida y a las que nunca se las tiene en cuenta. Las madres, las solas, las casadas, las solteras. Las mujeres, en definitiva, que son las que trabajamos siempre, tanto dentro como fuera.

En esta situación complicada, la cuestión es más que nunca romper con la idea de que los cuidados no son tareas prioritarias o importantes, porque la realidad es que son el centro de las esperanzas que tenemos para poder sanar y salvar el planeta.

Las profesiones feminizadas, están siendo el puntal de la contención del virus y también claves para evitar las bajas y la expansión y propagación del mismo.

El sistema capitalista, opuesto al feminista, que es la propuesta para salvar la vida y el ecosistema, considera que los trabajos de cuidados, indispensables para seguir adelante como especie, son menos importantes y los retribuye económicamente de la forma más precaria. Sancionando así a quien se atreve a poner la vida en el centro, a quien trabaja sin pensar en el dinero, en el status o en el reconocimiento.

Esa brecha de género que tiene que ver con la concepción social que se tiene del trabajo que desarrollamos las mujeres, está clamando por ser reconocida. Busca darle vuelta a la situación, diciendo que: "el feminismo es el camino, el modo, el qué, el cómo, el camino y el medio".

Reponedoras y cajeras, que son mujeres en el 89 por ciento de los casos y que, sin protección ni garantías, están trabajando en grandes superficies, en comercios o en tiendas. Afrontando a cuerpo descubierto la primera línea de esta declarada guerra.

Auxiliares de enfermería, enfermeras y auxiliares de geriatría que se acercan al 90 por ciento y que cuidan y sostienen la vida de aquellos que están a punto de perderla.

Personal sanitario, formado por un 71 por ciento de mujeres y que es la primera batería de cañones que apuntan desde la costa con sus barrigas metálicas llenas.

Empleadas del hogar que son mujeres en un 97 por ciento y que además de estar muchas veces abocadas a la economía sumergida también viven y permanecen en esa bolsa femenina de trabajos que son imprescindibles para permitir que la sociedad aguante, que no se caiga que no se venga abajo y que se sostenga.

Psicólogas que son 81,2% de los psicólogos titulados.

Farmacéuticas, que son el 71,6% y que están también picando piedra y haciendo trinchera.

Cocineras y monitoras de comedor, mujeres en más del 80 por ciento. Las que cuidan de los vulnerables, de los niños y las niñas, de los abuelos y de las abuelas. Esas que cocinan en sus casas, en hospitales y en escuelas.

Por eso el aplauso colectivo tiene que ser para el reconocimiento también de lo femenino, de lo estigmatizado como menos importante. Una ovación a las que dedican su vida por defender la vida del resto, esas que son en su mayoría mujeres. Un batir de manos sororas clamando el feminismo como cambio de sistema.

Lo cual no significa restarle valor a los hombres que realizan todas estas tareas, sino todo lo contrario, es también dignificarlos, valorar su entrega. Pues todos ellos en algún momento u otro han sido cuestionados socialmente por escoger los cuidados como profesión, debido a la distribución sexista de roles de género que se tiene en nuestro ideario colectivo.

Hombres sancionados por dedicarse a una profesión considerada patrimonio de las "mujeres".

Y es que, al decir que, si el mundo lo dirigiéramos nosotras todo sería diferente, nos referimos exactamente a eso, a un verdadero cambio de paradigma. A llevar esos valores denostados, pisoteados y vejados, que permanecen en el fondo del cubo de la basura social, donde se tira lo que no es importante, a protagonizar la obra de teatro de la vida y a ser el único escenario.

Por eso ahora más que nunca hace falta feminismo como propuesta. Feminismo como visión de largo alcance. Feminismo como horizonte morado. Feminismo como resistencia.

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