Dominio público

Del #Tomalaplaza al #Quédatencasa. Apuntes caseros sobre disciplina social, distanciamiento físico y acción colectiva en tiempos de crisis epidemiológicas

Jorge Sequera

Profesor e investigador en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) @jorgesekera

Vista de la Plaza de Callao vacía en Madrid. EFE/Kiko Huesca
Vista de la Plaza de Callao vacía en Madrid. EFE/Kiko Huesca

Parece mentira. Hace menos de 10 años los cuerpos se entrelazaban en las plazas, de la primavera árabe al 15-M, donde los sujetos se difuminaban en un potente nosotros compuesto de negación destituyente. Las políticas neoliberales estaban teniendo la más potente recesión global que habíamos conocido y sus recetas ya no convencían. La dureza y la crudeza se aplicaba sobre las familias que eran despojadas de su vivienda, de su barrio y de sus lazos sociales. Hasta ayer mismo, eran también los cuerpos, abrazados, quienes se interponían entre la injusticia social del desahucio y el derecho a la vivienda.

Hoy solo oímos el silencio de la ciudad. Quién nos lo iba a decir. El amor en los tiempos del cólera nos ha cogido con una sanidad privatizada y recortada durante los últimos 10 años. Esperemos que esta crisis sanitaria y social de escasas certidumbres, acabe lo mejor posible y que la salud y la vida de todos esté siempre por encima de la previsible crisis económico-social que también, como el coronavirus, se ha propagado. La mejor de las suertes a nuestros profesionales y a los ingresados.

En términos sistémicos, el azote de la peste pone en juego de nuevo la teoría de la doctrina del shock de Naomi Klein, esta vez bajo una cuarentena social y sanitaria. La vuelta hacia valores materialistas (de escasez y de supervivencia) en nuestro mundo `avanzado´ está haciendo saltar los resortes y mecanismos sobre los que se sostenían. Y es que esta crisis nos pone ante el espejo social de la desigualdad. Buena parte de los vídeos viralizados que han recorrido las redes para incentivar a que la gente se quede en casa estaban protagonizados por futbolistas corriendo en sus jardines o famosos de medio pelo haciéndose selfies en sus azoteas privadas. Sin embargo, la realidad invisibilizada en el laberinto de la ciudad es otra.  Ana, mi vecina de calle tiene 2 años, vive con toda su familia en una habitación alquilada sin ventanas y con graves humedades. Comparte infravivienda con otras 2 familias en una casa de 40 m2 con una sola ventana y una puerta a la calle. Y las normas impuestas le impiden salir de casa. Su madre, que trabajaba cuidando la hija de otra familia y limpiando otra casa sin estar dada de alta, ahora está sin recursos. Otros, cada día se suben al vagón de metro, al tren, camino a su puesto de trabajo. Porque la ley y la crisis no es igual para todos.

Como resultado, se pueden atisbar algunas tendencias sociales a las que -desde mi aislamiento- me gustaría prestar atención.

Una primera tendencia que se observa es que la cuarentena del sistema productivo de servicios y de consumo de masas clásico (cierre de comercios, hostelería, cines, teatros) está fortaleciendo y afianzando el capitalismo digital a costa de nuestro propio confinamiento. A excepción de Airbnb -en plena crisis global debido a la fuerte crisis del turismo  y que comienza a devolver parte de sus viviendas al sector del alquiler tradicional- los GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple), los NATU (Netflix, Airbnb, Tesla, Uber) y BATX (Baidu, Alibaba, Tencent, Xiaomi) están siendo uno de los principales beneficiados de esta inaugurada crisis. De esta forma una de las posibles salidas a la crisis pasaría por la confirmación de lo que Rendueles llama el ciberfetichismo, un simulacro de sociabilidad mediante encuentros lúdicos y esporádicos, de conexión y desconexión del mundo virtual sin conflicto social aparente y políticamente inocuos. De este modo, la festivalización de nuestro encierro (conciertos en streaming para amenizar el tiempo de espera), el triunfo de Nextflix y el aumento de las compras online, viene acompasado de una serie de recomendaciones sobre cómo reproducir nuestras vidas a pequeña escala (fotografías viralizadas de nuestra pequeña oficina en casa) y de nuestras rutinas (el gimnasio en casa). Entendiendo sin duda que esta recreación del exterior en nuestra vida indoor pueda ser necesaria para mantener cierta entereza emocional, a su vez puede terminar por apuntalar la disolución de la vida privada y el trabajo bajo el mismo espacio y tiempo.

Una segunda tendencia en estos días turbios, y como en una escena de La Ventana Indiscreta,  es la potenciación de la fobia social y la desconfianza (hacia el otro). Ahora comprendidos como contagiados, potenciales propagadores o incumplidores de la ley, se multiplica la diferenciación social (el sano del enfermo) y la vigilancia mutua, fiscalizando las conductas del prójimo y policializando las nuestras. Este escenario está propiciado por interminables dosis monotemáticas de televisión que causan pánico social, de informaciones sensacionalistas sobre un virus que contiene en su gestión más enigmas que certezas, de un innecesario lenguaje bélico ("todos somos soldados", "esto es una guerra") y de unas leyes inflexibles impuestas en el estado de emergencia que dejan fuera varias sensibilidades y muchas incógnitas. Una deriva, de la que debemos estar atentos no sólo en este estado de alarma, sino sobre todo, en su manifestación psicosocial cuando esto acabe, y que se está manifestando ya en algunos lugares en forma de linchamiento social señalando al contagiado ya muerto y  a sus familiares.

Una tercera tendencia social, ésta en términos propositivos, respondería a una salida reflexiva de esta transitoria suspensión de nuestras aceleradas vidas. Así, estamos experimentando estos días una variedad de formas comunitarias de reencuentro, expresión y acción colectiva. Desde la efervescencia política de los aplausos colectivos desde los balcones y ventanas (quien tenga) a todo el personal sanitario, que nos advierten de la necesidad de proteger una sanidad pública y común, que durante años nos han esquilmado; a las redes de  solidaridad y apoyo mutuo que se han ido creando en muchos barrios y pueblos de España - como la red vecinal SomosTribu Vallekas- que asisten a quienes están quedando al margen y sufriendo el confinamiento estas semanas. Se convierte de este modo una cuarentena, una huelga vaciada de sus características políticas, en una cargada de comunitarismo y propuestas de cambio social profundo.

El fortalecimiento de la afectividad y la cooperación en tiempos de crisis se hace fundamentales por tanto frente a la competitividad. Una solidaridad y una empatía necesaria que se abren paso también con aquellos que se ven sometidos a un doble confinamiento: desde las personas presas, que ven limitadas sus comunicaciones y encuentro físicos con familiares y cancelados el régimen abierto y los permisos penitenciarios; hasta los motines que hemos presenciado en los CIEs (Centro de Internamiento de Extranjeros) debido a los graves peligros de salud e incumplimiento de DDHH que sufren los internos aislados en este limbo.

En la integridad de los trabajadores no confinados (la mayoría) que propagan los parones en las fábricas y las inspecciones de trabajo por la protección de la salud colectiva o en las movilizaciones para denunciar los ERTES y ERES encubiertos que se multiplican al albor de una crisis sanitaria.  Y en el reconocimiento colectivo que se está mostrando estos días oscuros con trabajos que se (de)muestran hoy fundamentales y en muchos casos mal remunerados y con condiciones pésimas: trabajadores de supermercados, transportistas, personal de recogida de basuras, de limpieza y barrenderos, trabajadores del transporte público, mensajeras, etc.

De este modo, se abren reflexiones y propuestas que vuelven a tener un lugar protagonista y que durante estos años han sido piedra angular de distintos movimientos (feminista, por la vivienda, ecologista, etc.). De la importancia de los cuidados colectivos, de las políticas de confianza y del fortalecimiento de la conciliación familiar y laboral. Del fortalecimiento de la sanidad pública. Del fortalecimiento del tejido social y el apoyo mutuo. Del análisis sosegado de la génesis de las epidemias relacionadas con el sistema agroindustrial global. De la reivindicación de la renta social garantizada como garante de una vida digna. Del derecho a la vivienda y la lucha por la suspensión de los pagos del alquiler y la condonación (y no un aplazamiento) de la hipoteca durante el estado de alarma para quienes pierdan sus ingresos. Y de la globalización del derecho a la salud, no solo entendida como la atención del síntoma, sino en su prevención social y su atención al Sur Global, como nos reclama Mike Davis. Por un abordaje social de la crisis sanitaria y económica que cierne sobre nosotros, una salida emancipatoria y colectiva, capaz de poner la vida (y las vidas) en el centro. No salgamos de ésta con amnesia social.

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