Dominio público

El magnate de la guata (II). Donaciones en tiempos de coronavirus

José Carlos Fernández

Doctor en Ciencias Políticas y Sociología

Pixabay.
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Una de las consecuencias imprevistas, hasta cierto punto lógica, más o menos previsible, de la pandemia que estamos sufriendo, está siendo el aluvión de donaciones desinteresadas que multitud de particulares y empresas han llevado a cabo, algo que merece algunas reflexiones.

No vamos a detenernos en las donaciones de tiempo, ayudas y gestos de todo tipo que los ciudadanos corrientes han tenido hacia sus amigos y conocidos. Sin duda, esta clase de dones comunitarios, entre vecinos, serán objeto de un estudio propio ya que su naturaleza tiene un carácter diferente que podría calificarse mejor como solidaridad entre iguales, es decir,  se trata de dones recíprocos bilaterales, tal y como los definíamos en la primera parte de este artículo: el don recíproco es una forma de reconocimiento mutuo cuya principal función es crear o fortalecer el vínculo social, reforzando el ensamblaje comunitario. Se da y se recibe, sabiendo que los papeles de donante y receptor podrían intercambiarse en cualquier momento.

Las donaciones que ahora vamos a analizar son las de aquellos —personas o empresas—con una imagen pública, personal o de marca, que desean cuidar. Decíamos en el mencionado artículo, que el don unilateral es lo que en Occidente llamamos gracia y que deriva de la kharis griega o de la jen bíblica, pero cuyo significado no se aleja mucho de lo que se entendía como gracia en la tradición cristiana o baraka en la islámica. En principio, son dones otorgados por la divinidad a los seres humanos, y su rasgo principal consiste en no derivarse de ningún mérito específico de los destinatarios, ni tampoco ser una recompensa de los dioses a sus adoradores. Es la magnificencia de los dioses que los conceden como un despliegue y exhibición de su potestad. Pertenecían a esta categoría los dones realizados por quienes ostentan poder —el soberano, la Ciudad o el Estado—, pero también se suman los realizados por personajes poderosos a sus conciudadanos, y que hoy se materializan a través de Fundaciones, Obras Sociales u otros entes dependientes de ellos que se presentan ante la sociedad como ONG’s sin ánimo de lucro. Su desmesura, decíamos entonces, impide que puedan ser replicados por los destinatarios. Sin embargo, estos contraen una deuda con la divinidad —o con el poder político y/o económico) — que se plasmaba en una lealtad incondicionada hacia el donante.

Donaciones

Según los datos publicados siguiendo fuentes del gobierno, hasta el día 02/04/2020 en nuestro país se habrían producido donaciones de diverso material sanitario que alcanza un total de 22,6 millones de unidades, entre las que se incluyen: 2.100 respiradores invasivos, 4.500 no invasivos, 14 millones de mascarillas, 170 mil EPI’s, 120 mil gafas de protección, 8 millones de guantes y 20 mil batas de un solo uso. Por más que las cifras sean elevadas tales cantidades han sido y son claramente insuficientes ya que, si se siguieran los protocolos anteriores a la pandemia, cada visita a un enfermo infeccioso conllevaría el uso de un equipo completo que se desecharía al abandonar la estancia. Teniendo en cuenta que cada enfermo es visitado varias veces al día por Médicos, ATS’s y Auxiliares, solo falta multiplicar por el número de ingresados en los hospitales y los días transcurridos desde el estallido de la epidemia, para darse cuenta de la abismal insuficiencia de esas donaciones. No importa, no es cometido de empresas o particulares proporcionar a nuestros salvadores los equipos médicos y de protección personal necesarios. No obstante, estas donaciones siempre han sido recibidas con gratitud y entusiasmo por el personal sanitario.

Donaciones empresariales

Cabría hacer, en primer término, una distinción entre donantes particulares —deportistas, artistas, actores...— y donantes empresariales. Y en esta última categoría se podría distinguir entre empresas que realizan donaciones directas de material sanitario y otras que renuncian a ciertos derechos de cobro a su favor, anunciando moratorias o carencias para las deudas de sus clientes —algunos Bancos, Electricidad, Gas, Telefonía, etc., se han movido en ese sentido—. Aunque ambos fenómenos no son excluyentes y podrían acaecer simultáneamente, se puede establecer una clara distinción entre donaciones directas e indirectas del sector empresarial.

Una de las empresas más madrugadoras a la hora de realizar sus donaciones directas ha sido Inditex o, mejor dicho, la Fundación Amancio Ortega, como la empresa no se cansa de señalar. Su premura se entiende, por varias razones: la compañía ya tiene práctica en este tipo de asuntos, baste recordar los 290 mamógrafos y otros equipos de radioterapia que el magnate de la guata donó a la Sanidad Pública a comienzos de 2019; cuenta además con una ventaja estratégica de la carecen la mayor parte de las empresas que se han sumado a la iniciativa, como es su propia red logística internacional que, puesta en esta ocasión al servicio de la donación, facilitó la adquisición y transporte del material sanitario. La jugada salió redonda para la Fundación. Cuando el propio gobierno español se veía incapaz de adquirir y transportar a nuestro país ese material, un avión fletado por la multinacional gallega aterrizó en Zaragoza procedente de China cargado con material sanitario, provocando un despliegue mediático inmenso que se materializó en las cabeceras de los noticiarios televisivos y radiofónicos y en las portadas de la prensa escrita y digital.

A la munificencia de la fundación de Amancio Ortega, pronto se unieron otros miembros destacados del Ibex como Telefónica, el Banco de Santander y el BBVA, además de El Corte Inglés, Mango, Repsol, El Pozo, y un largo etcétera.

¡Que fiebre donativa se ha apoderado de nuestros empresarios con ocasión de la epidemia! Las razones que motivan tal —insuficiente— altruismo no son otras que las ya expresadas en la anterior entrega de este artículo. En primer lugar, esa prodigalidad trae consigo una excelente y gratuita propaganda de la empresa, cosa que Ortega conoce bien y utiliza asiduamente. En segundo lugar, la imagen de generosidad proyectada hacia la sociedad lava la imagen de la empresa. Así vemos a grandes defraudadores por vía de la ingeniería fiscal haciendo gala de un compromiso social sobrevenido que, sin embargo, no se funda en sus prácticas empresariales habituales, sino al contrario, cuanto peores son los indicadores referentes a la Responsabilidad Social de las Empresas, mayor suele ser la donación y con más boato se exhibe lo donado. Todas estas grandes empresas llevan a cabo —al margen de cierta dosis de altruismo, sobretodo del sector alimenticio para con los bancos de alimentos que atienden a familias vulnerables— una impagable operación de marketing, perfectamente descrita en los manuales de la materia y mucho más eficiente que las costosísimas campañas publicitarias estándar. Es algo muy parecido a lo acaecido respecto al distintivo "verde" que la mayoría de productos actuales lucen en las etiquetas, sin razón ecológica alguna que lo respalde. Ninguna empresa quiere quedar atrás y ser señalada como insolidaria, egoísta o tacaña, y esto sabiendo que el impacto mediático decrece en la misma medida en que se incrementan los donantes. A estos beneficios publicitarios, hay que añadir un factor no menor que ha sido señalado por  Carlos Cruzado, presidente de Gestha: tanto las personas como las empresas que estén realizando donaciones a consecuencia de la pandemia del coronavirus, podrán aplicarse las deducciones que contempla la ley en relación con las donaciones en la campaña del próximo año. Negocio redondo.

Por otro lado, están las donaciones indirectas en forma de carencias, condonaciones, moratorias, aplazamientos o prórrogas, impúdicamente divulgadas en los medios, y que se anuncian como compromiso social para echar una mano a la sociedad, tanto en la vertiente sanitaria como económica, en estos difíciles momentos. Estas en realidad no donan nada —quizás unos posibles intereses por demora— sino que posponen para tiempos mejores, lo que, por otra parte, seguramente no cobrarían dadas las condiciones económicas actuales. Más bien parece que no hacen sino proteger sus propios intereses para minimizar unas pérdidas casi seguras. Ni siquiera cabría nombrarles como donantes.

En este mismo apartado, de donaciones indirectas, habría que incluir a otra facción del empresariado que se ha dedicado a ofertar en los medios habituales sus productos con una rebaja, facilidades o aplazamientos de cobro, señalando la ocasión como acto altruista y una increíble oportunidad de ahorro, cuando en realidad no se trata más que de una operación de saldo para aliviar sus stocks después de más de dos meses de nula actividad comercial. Otras han llegado a dirigir estas ventajas al colectivo sanitario, creando ofertas específicas. En ambos casos, no deja de despertar cierta repugnancia moral ver la utilización de la pandemia como estrategia de ventas.

Nada que ver con otras empresas —no muchas, en verdad— realmente solidarias que han redirigido su producción a la manufactura de artículos sanitarios que han ofrecido gratuitamente al Ministerio de Sanidad, o con empresarios que han realizado donaciones anónimas a hospitales y residencias de ancianos sin divulgar su identidad.

Donantes individuales

Las grandes fortunas mundiales, milmillonarios entre los que se encuentra Amancio Ortega, han emprendido una especie de carrera alocada de la generosidad: el ranking lo encabeza el creador y consejero delegado de Twiter, Jack Dorsey, con 1.000 millones de dólares, le siguen de lejos Bill y Melinda Gates, Michael y Susan Dell de Dell Inc. y Jeff Bezos  fundador y director ejecutivo de Amazon con 100 millones cada uno, Ralph Lauren con 60, Mark Zuckerberg con 25 y algunas estrellas de la música como Rahinna, de la televisión como Oprah Winfrey, del cine como Leonardo di Caprio y Angelina Jolie o del deporte como Roger Federer, Kylian Mbappé jugador del Paris St. Gemain, Robert Lewandowski y todo el Bayern Munich con menores cantidades.

En España, al margen de las grandes empresas de las que ya hemos hablado, también han proliferado gestos altruistas de estrellas de cine y televisión, cantantes y deportistas de primera fila, realizando campañas de recaudación de donativos. Hemos podido ver a Rafael Nadal y Pau Gasol promocionando una campaña de donativos a favor de la Cruz Roja entre sus compañeros y amigos; a Penélope Cruz y su marido Javier Bardem donando guantes y mascarillas al hospital de La Paz de Madrid; al presentador Jesús Vázquez, a la actriz Paula Echevarría, al cantante de Obus, Fortu, o al influencer y diseñador Pelayo Díaz, aportando su granito de arena a la causa. Sin olvidar a los profesionales del fútbol como Messi, Guardiola, Casillas, Iniesta o Busquests, y de otros deportes como Marc Márquez,  Carlos Sainz padre e hijo o Carolina Marín uniéndose a la ola altruista.

Actores y deportistas no promocionan una marca, ni anuncian un producto ¿Se trata solo de cuidar —en ocasiones, lavar— una imagen pública, o hay algo más que apreciar en estos gestos? Muchos de ellos lucían ya un marchamo altruista, anterior al Covid19, con sus embajadas de la UNICEF, Médicos Sin Fronteras o Save The Children, donde en realidad no se rascan el bolsillo, sino que prestan su imagen pública gratuitamente para promocionar diversas causas.

Conclusión

Habría que cuestionar ciertos gestos altruistas de empresas que imprimen su logotipo en todos y cada uno de los elementos que graciosamente regalan para que quede claro quién está detrás de esa generosidad, cumpliendo el objetivo final propagandístico, que a la postre se traducirá en beneficios para la empresa donante. Sus donaciones unilaterales no proceden solo de un sentimiento de empatía con sus conciudadanos, detrás también hay un despliegue de poder y en algunos casos obscuros intereses publicitarios.

Sin embargo, los deportistas, actores o músicos podrían incluirse en lo que llamábamos evergesia en la primera parte de este artículo. Definíamos la evergesia como una institución social mediante la cual los ciudadanos más ricos se veían en la obligación moral y cívica de devolver a su Ciudad o a su Estado una parte de la riqueza acumulada. En la antigüedad grecorromana, dicha obligación no era opcional, sino un deber inexcusable que, de no cumplirse, acarreaba el mayor de los descréditos, incluso la deportación y el ostracismo más absoluto. Hoy en día los cicateros no serán deportados o caerán en el ostracismo, pero la sobreexposición de estos personajes en los medios hace que quienes miren para otro lado o simplemente no aparezcan en las listas de donantes queden señalados de algún modo. Traducida al contexto actual, la evergesia implicaría que todo el que hace fortuna en un territorio, la consigue, aparte de su esfuerzo personal, gracias a las condiciones, garantías y oportunidades que le ofrece su nación.  Así se justifica la imposición fiscal que representa en realidad la obligación moral de devolver una parte de su riqueza a quienes propiciaron las condiciones de posibilidad para su logro.

En la sociedad actual se agradecen estas olas de generosidad. Decimos sociedad actual para que se entienda que otros tipos de sociedad, menos narcisista, individualista, egoísta e insolidaria que esta, no solo premiaría estos comportamientos, sino que los exigirían como una parte esencial del concepto de ciudadanía. Si se compartieran otros valores, es decir, si creáramos un imaginario colectivo común generoso y solidario, no sería un gran esfuerzo para nadie comprender que devolver a la sociedad una parte de su riqueza, aunque sea mínima, no es más que restituir un equilibrio, pagar una deuda originaria y previa, ya que la sociedad a la que pertenecen, les proporcionó las herramientas y circunstancias que la hicieron posible.

La sociedad global en que vivimos, preñada de los valores del imperante liberalismo salvaje, del sálvese quien pueda, hace necesarias este tipo de actuaciones por la enorme desigualdad entre regiones, países e individuos que ella misma genera. Quizás si todas las empresas y particulares entendieran sus obligaciones fiscales, no como un engorroso deber, sino como una justa restitución de lo recibido, este tipo de gestos grandilocuentes no serían precisos. En muchas ocasiones hemos visto a estos mismos benefactores, por un lado, gastando ingentes cantidades de dinero en consultoría financiera, creando sociedades pantalla, trasladando su sede o residencia a paraísos fiscales, poniendo sus bienes en manos de testaferros internacionales, etc., etc. para eludir buena parte de los impuestos que en justicia les correspondería pagar, mientras por otro y sin ningún rubor, se presentan como salva patrias que vienen al rescate de las insuficiencias del Estado, carencias que ellos mismos generan con su insolidaria y permanente elusión fiscal.

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