Dominio público

Madrid: dos gobiernos, dos caras de la misma política

Pepu Hernández

Portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Madrid

En Madrid, y en pleno repunte de la pandemia, la ciudadanía ha asistido a dos debates que suelen marcar la agenda política local y regional. El debate sobre el estado de la Ciudad, y el que aborda en la Asamblea el estado de la Región. En ambas administraciones, las más cercanas a la vida cotidiana, gobiernan una coalición PP y Cs con apoyo de Vox, cuando tenemos que afrontar una crisis sanitaria, social y económica sin precedentes en un siglo.

Gobiernos del mismo signo, con los mismos apoyos y con idénticos programas, con modos de gestión distintos en las formas, pero no en el fondo.

En la ciudad más castigada por la pandemia, y ante la necesidad de dar una respuesta firme y unida al desastre que nos rodea, nuestro grupo lanzó la idea de un acuerdo de todas las fuerzas políticas y los agentes de la sociedad civil. El Gobierno municipal aceptó, pero, a cambio, exigió prescindir de estos últimos y la unanimidad en cada una de las propuestas, o no habría acuerdo.

El objetivo era responder a las demandas de nuestros vecinos y vecinas, cuyo sacrificio y comportamiento ejemplar permitió doblegar la curva de contagios, demostrar que era posible acordar medidas que enfrentaran la crisis sanitaria, económica y social; y aprovechar la oportunidad de que esas medidas fueran las bases de una transformación a fondo de la ciudad.

Entendemos que Madrid no puede volver a la "normalidad" de la desigualdad social y los desequilibrios territoriales, sino avanzar en la agenda urbana, afrontar los retos del cambio climático y de la transición energética, y dar soluciones a sus ancestrales problemas. No se trata de volver al Madrid de antes, sino de preparar el Madrid del futuro.

Con cesiones, como en todos los pactos, pero valorando los aspectos positivos y la urgencia de tomar medidas que no podían esperar, el PSOE aceptó firmar unos Acuerdos que daban una respuesta de mínimos a las necesidades de una ciudadanía exhausta, pero no desmoralizada. Si de esto había que salir unidos, y la gente había demostrado de lo que era capaz para lograrlo, sus representantes teníamos que estar con ellos y a su altura. Y dar ejemplo.

Nosotros cumplimos y ahora le toca hacerlo al gobierno municipal llevando a la práctica lo acordado. Ya han empezado las rectificaciones y los retrasos, como si Madrid pudiera permitírselo en las graves condiciones que vivimos. Medidas que se vacían de contenido, retrasan o directamente se asegura que están en marcha o ya implementadas, cuando no es verdad. Lo repetirán hasta la saciedad, pero lo cierto es que no están cumpliendo su palabra.

Sólo conocemos anuncios de un alcalde que, preocupado por su carrera política, parece vivir en una ciudad de ensueño, mientras la ciudadanía vive una auténtica pesadilla.

Con mucha más inteligencia que la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, el alcalde José Luis Martínez Almeida lleva a cabo la misma agenda política que su compañera de partido. No se entienden, de otra forma, sus silencios cómplices ante los desmanes de esta.

Ambos blanquean a Vox, mientras intentan erosionar lentamente su base electoral a fuerza de comprar su discurso extremista, aunque Almeida lo disimule mejor que Ayuso. Ambos, insisto, son líderes de un partido político que ha llevado a nuestros servicios públicos a la situación dramática en que han tenido que hacer frente a la pandemia, y seguirán en el camino de la privatización y la precarización de lo común. Está en su ADN ideológico.

Ciudadanos no está cómodo en esta situación. O no debería estarlo.

Por un lado, la vicealcaldesa, Begoña Villacís, no pierde ocasión de disputarle el protagonismo al alcalde. Sabe que en estos años de Gobierno puede volverse invisible al lado de un líder emergente, recién nombrado portavoz nacional del PP, y que se trabaja a conciencia su imagen de moderado. Un hombre que recuerda un poco a Alberto Ruiz-Gallardón, aquel verso suelto que coqueteaba con la izquierda en las formas y la palabra, y que luego resultó ser el promotor de leyes tan conservadoras que ponían los pelos de punta hasta a los suyos.

Por otro lado, desde que Albert Rivera dejara el partido en manos de Inés Arrimadas, Ciudadanos es un partido en busca de su propia identidad, que se siente arrastrado al fondo fangoso de la irrelevancia de la mano de una ultraderecha echada al monte y de un PP lastrado por la corrupción y la pésima gestión de la crisis por Díaz Ayuso.

Deslumbrados en un primer momento por los focos que iluminan el escenario del poder, los miembros de Ciudadanos empiezan a descubrir que el abrazo del oso es mortal y que el PP es un oso todavía muy fuerte y muy grande. Y las primeras disonancias en ese gobierno a cuatro manos, más allá de la disputa por el protagonismo, empiezan a surgir en los equipos de gobierno de Comunidad y Ayuntamiento.

Los rumores sobre el apoyo de Ciudadanos a una moción de censura o un adelanto electoral en la Comunidad de Madrid no salieron de las filas socialistas, sino del entorno del propio gobierno regional. Y en el Palacio de Cibeles empiezan a resonar por los pasillos las primeras voces destempladas, las primeras respuestas desabridas, los primeros desaires que van socavando la confianza mutua. Se oyen los silencios. El divorcio vendrá a su debido tiempo, pero antes asistiremos al lamentable espectáculo del desamor.

En los momentos más difíciles de nuestra historia reciente, el PSOE ha sabido estar junto a la ciudadanía. Ahora también, porque lo primero son las personas y nadie debe quedar atrás. Reclama unidad y ofrece acuerdos para afrontar la crisis, esté en el gobierno o esté en la oposición.

Al otro lado, el PP, lanzado a derrocar al gobierno progresista de Pedro Sánchez, prioriza sus intereses de partido a los de la ciudadanía. Lo hace en el Ayuntamiento -Almeida solo tiene reproches para el presidente del gobierno-; en la Comunidad -Díaz Ayuso culpa de todos sus males, que son muchos, al mismo gobierno- y en la Nación. Aquí, Casado, inmerso en las noticias alarmantes sobre la corrupción económica y política que persigue a su partido, en su instrumentalización de los órganos constitucionales y en sus intentos de bloquear medidas urgentes, demuestra su inutilidad como oposición.

Pero volviendo a lo que nos toca -la política local-, los socialistas seguiremos siendo coherentes con lo firmado y no cejaremos en denunciar los incumplimientos. Como tampoco renunciamos a seguir proponiendo las medidas que consideramos necesarias para mejorar la capital y las vidas de sus ciudadanos y ciudadanas. Para eso nos han elegido.

Por eso, estoy seguro de que si, en algún momento, los Acuerdos saltan por los aires, es más probable que la fractura venga de la grieta abierta entre Almeida y Villacís.

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