Dominio público

Ecología y laicismo

Ana María Vacas Rodríguez

Doctora en Biología por la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido Profesora asociada del Departamento de Ecología de la UCM e Investigadora del Centro Investigaciones Ambientales de la Comunidad de Madrid Fernando González Bernáldez

Pixabay.
Pixabay.

Los humanos, como cualquier otro habitante de la biosfera, vivimos en un planeta finito. Nuestro principal reto actual es afrontar los efectos ambientales, sociales, económicos y de salud del calentamiento global (IPCC, 2019).

La pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas se encuentran entre las primeras amenazas a las que se enfrenta la humanidad, según el Informe de riesgo Global 2020 del Foro Económico Mundial. Las voces que gritan mensajes como estos parece que no llegan suficientemente a las sociedades y sus dirigentes para actuar con la rotundidad necesaria.

Nos concierne a todos despertar de los letargos y tomar el mando de nuestro destino. No hay salvadores allí fuera que reemplacen las perturbaciones del Homo sapiens sobre la Tierra y sobre sí mismo. No hay un planeta B. Y aunque lo hubiera, no sería ético escapar de un infierno creado por nuestra causa dejando atrás y moribundos al resto de los seres vivientes.

A pesar de que no se ha desarrollado una ética antiespecista global, cada vez se comprende más la importancia de las interrelaciones ecológicas que estabilizan los ecosistemas, y aunque solo sea por utilitarismo o interés propio deberíamos preocuparnos más por las tramas ecológicas de las que somos parte. Necesitamos aumentar nuestra autoconciencia de especie no para seguir dominando al resto, sino para gestionar los recursos de manera inteligente y sabia aplicando los cambios necesarios en los estilos de vida.

La ecología humana como ciencia que aglutina otras ciencias y saberes debería despegar de sus iniciales etapas para estimular y orientar las conciencias hacia una ética colectiva que asuma la responsabilidad de una gestión mundial concertada de los recursos planetarios con principios y reglas ecológicas.

Sin caer en la ingenuidad, diremos que entre los enemigos de esta postura estarían los grandes intereses económicos y políticos y sus servidumbres. Del mismo modo, surgirían resistencias a los necesarios reajustes de recursos en las sociedades con alto bienestar y cómodos estilos de vida, y tal vez la queja de los que piensen que les toca disfrutar de estos por no haberlos disfrutado antes.

El cortoplacismo es una de las características del humano medio, que prefiere no ver y negar antes de reaccionar con previsión ante un cataclismo. Tal vez la evolución humana haya dejado por el camino a los más rebeldes y como un cuello de botella haya seleccionado a los más dóciles y crédulos, que siguen a pies juntillas a los líderes con carisma y a los que piensan en la salvación eterna. La creencia en un más allá puede relegar la responsabilidad última en un Salvador y, por tanto, en la existencia un virtual planeta B para las almas elegidas. Habiendo un Más Allá, tal vez lo que pase en el mas acá no sea tan importante. O si hay un Ser creador, pensarán, este podrá restablecer el orden cuando le plazca.

En todo caso, los millones de creyentes (sobre todo de las religiones Abrahmánicas) tendrán fe en una segunda oportunidad aunque sea en modo espiritual, y quizá no actúen con la responsabilidad necesaria que la Tierra, nuestro hábitat, necesita ahora ya. Es posible que muchos de los no creyentes actúen en esto como creyentes, por desidia o desinterés.

Necesitamos una conciencia global y colectiva que no deje en manos divinas las consecuencias de las acciones humanas como los niños esperan que sus padres arreglen sus desaguisados. Es necesario madurar y responsabilizarse de la perturbación y el impacto antrópico sobre los ecosistemas que llega a escala climática. El cambio global afecta a todos y las desigualdades sociales crecerán, como ya estamos viendo, no solo por cuestiones políticas y económicas sino climáticas.

No existe salvación para un planeta que incrementa la aceleración de su entropía por el irresponsable y negligente manejo antrópico de sus recursos. Ante la incapacidad humana para tratar temas complejos, los intereses crematísticos de unos y la ignorancia, desidia y complacencia de otros, nuestra nave Tierra va sin timón. Hay que reaccionar a tiempo.

Es preciso pensar de forma más relacional con apoyo de razonamientos lógicos y éticos dada la complejidad de las dinámicas naturales y sociales. Hay que reaccionar sin dilación ante la escalada de problemas ambientales que afectan también a nuestra especie sin esperar la intervención divina.

La humanidad ha de madurar y actuar con conciencia y responsabilidad ante todas las amenazas presentes y futuras, buscando una gobernanza real alejada de misticismos religiosos. El laicismo es necesario para llevar la tarea expuesta a sus máximas consecuencias. Somos nosotros mismos los responsables de lo que pasa en La Tierra, y ahora más que nunca a nuestra propia especie, y en consecuencia, no las iglesias o sucedáneos políticos, que siguen bajando la cabeza ante los poderes religiosos.

Más Noticias