Dominio público

La victoria del pueblo chileno y el impulso constituyente

Jaime Pastor

Politólogo y editor de 'Viento Sur'

Miguel Urbán

Eurodiputado y miembro de Anticapitalistas

Miles de personas celebran en las calles de Valparaiso el resultado del referendum para la reforma de la Constitución de Chile. REUTERS/Rodrigo Garrido
Miles de personas celebran en las calles de Valparaiso el resultado del referendum para la reforma de la Constitución de Chile. REUTERS/Rodrigo Garrido

Una semana después del rotundo triunfo electoral del MAS en Bolivia, el pueblo chileno ha expresado su firme voluntad de borrar los restos que todavía le ataban a la dictadura pinochetista. La contundente victoria, con el 78,28 % de los votos,  de la opción "apruebo", a favor de una Convención por elección directa -y que por primera vez en la historia será paritaria- que redacte una nueva Constitución, rompe así con treinta años de democracia tutelada por una Constitución redactada por la dictadura y que, pese a las reformas posteriores, mantuvo siempre su sustrato neoliberal y reaccionario.

Para poder comprender esta victoria, tenemos que retrotraernos al menos un año atrás cuando el Gobierno de la derecha neoliberal de Sebastián Piñera anunció el alza del pasaje del metro en Santiago, medio de transporte fundamental en esta ciudad, lo que desató una ola de protestas lideradas por las estudiantes que hicieron un llamado a jornadas de "evasión del metro". Las evasiones del metro  fueron duramente reprimidas por carabineros dentro de las propias estaciones con gas lacrimógeno, cargas e incluso disparos. Hasta el punto de que Piñera llegó a declarar el estado de emergencia en la ciudad de Santiago y varias localidades, saliendo los militares a la calle, una medida que no se decretaba en Chile desde 1987 en plena dictadura.

La represión no solo no desanimó la protesta del estudiantado sino que la masificó ampliándola a otros sectores. A partir de ese momento, hay un cambio de rumbo de la movilización que se torna nacional y hace evidente el descontento social ante las medidas neoliberales del Gobierno chileno, mostrando así que el alza del pasaje del metro de Santiago era solo la punta del iceberg.

Se fue popularizando así una consigna: "No son treinta pesos, sino treinta años". Ésta irá condensando y explicando que el malestar del pueblo chileno es mucho más profundo que los treinta pesos de la subida del transporte. Porque, en efecto, es una cuestión de 30 años: los 30 años de neoliberalismo que hicieron de Chile el alumno aventajado del laboratorio neoliberal de América Latina; 30 años de una democracia pactada mediante una transición que heredó los males de la dictadura de Pinochet. En donde no hubo una depuración de las fuerzas de seguridad del Estado o de la judicatura, como se pudo comprobar claramente en la brutal represión de las protestas. Pero, sobre todo, esta consigna expresaba con total crudeza que la solución no podía pasar por la simple renuncia de Piñera: la crítica era eminentemente destituyente y la respuesta, como hemos visto este domingo, tenía que ser constituyente.

Así, una protesta nacida de un estallido espontáneo que  desbordó al gobierno, a las mediaciones sociales clásicas y también, por qué no decirlo, a las organizaciones de izquierda,  consiguió poner patas arriba los consensos sociales, económicos y políticos sobre los que las elites habían gestionado la democracia pactada con el pinochetismo. En donde el neoliberalismo aparecía como uno de sus signos de identidad más característicos, y que habían convertido a Chile en uno de los países mas desiguales de la región. Se abren, pues, los candados constitucionales y se demuestra una vez más que, en contra de lo que defienden los corifeos del status quo, las modélicas transiciones se pueden enmendar, reformar e incluso desechar. Esta vez ha sido el pueblo chileno  el que, con el esfuerzo de la movilización y a costa de mucha sangre de una feroz represión, ha conquistado su derecho a escribir su propia historia sin la tutela de nadie.

En estos momentos de efervescencia constituyente en Chile, no podemos olvidar que la transición chilena fue copia y calco de la española. Joan Garcés, cercano asesor del presidente Allende, recordaba en el cuarenta aniversario del golpe de estado de Pinochet que  "la transición de Chile tras Pinochet siguió el modelo español. Franco nombró sucesor al frente del Ejército a otro cargo vitalicio [el rey] y ajeno al control de la soberanía popular. La adaptación de Chile en los años 90 dejó las Fuerzas Armadas en manos de los propios militares y no de órganos representativos". El propio Gobierno de Felipe González utilizó la supuesta ejemplaridad de la transición española como un modelo a exportar a otros países, pero hace tiempo que su relato ya no se sostiene ante el espectáculo de crisis profunda en que se debate el régimen del 78. Es ahora del proceso abierto en Chile del que habrá que aprender para evitar que la historia se repita y caminar también aquí hacia la superación de todo el legado franquista recuperando el impulso constituyente que emergió con fuerza a partir del 15M de 2011, como reivindicamos en nuestro libro colectivo ¡Abajo el rey! Repúblicas, editado por Sylone y Viento Sur, que hemos coordinado los autores de este artículo.

Se abre ahora en Chile un nuevo proceso constituyente que no va a verse reducido a una mera confrontación electoral, sino que podrá basarse en el protagonismo de las clases trabajadoras, con las mujeres y la juventud en primer plano, y en debates asamblearios que permitan desbordar los marcos estrechos en los que las elites dominantes, con Sebastián Piñera al frente, querrán restringir la elaboración de la nueva Constitución. Propuestas constituyentes ya en discusión, como las formuladas en el Programa Feminista contra la precarización de la Vida que, como explicaba recientemente la vocera de la Coordinadora Feminista, Karina Nohales, "tienen que ver con nuestros derechos sexuales y reproductivos, con la socialización de los trabajos domésticos de cuidado y no remunerados, con el reconocimiento de la naturaleza como sujeto de derecho, con los derechos sociales asegurados para la población migrante y con la educación no sexista", apuntan hacia ese camino, el de no subordinarse a nuevos consensos por arriba entre sectores reaccionarios y "progresistas".

Evitar, en resumen, que la historia se repita y que nuevas revoluciones pasivas y transformismos dilapiden un proceso de ruptura efectiva con un pasado que, salvando las diferencias, también es el nuestro, ésa es la tarea para la que el pueblo chileno se ha puesto en marcha y en la que contará con toda nuestra solidaridad. Porque estamos convencidos de que "se abrirán de nuevo las grandes alamedas".

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