Dominio público

El Papa, Leopoldo López, los pactos y otros regalitos del PSOE a la derecha

Ana Pardo de Vera

Directora corporativa y de Relaciones Institucionales de 'Público'

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el Papa Francisco en el Vaticano. EFE
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (I), con el Papa Francisco en el Vaticano. EFE

En una entrevista de esta semana en el semanario El Siglo, el escritor y colaborador de Público, Daniel Bernabé, concluye lo siguiente al ser preguntado por la situación de la monarquía:  "Felipe VI lo tiene muy complicado porque ha quemado muchos cartuchos, muchos más de lo que parece. No hay una perspectiva inmediata de instaurar una república, pero ahí tiene que decir mucho el PSOE, como en muchas otras cosas".

En una época de crisis del sistema, de cambios y de resistencia ultraconservadora a los mismos, la afirmación de Bernabé contiene una carga de profundidad mucho mayor de lo que puede parecer a primera vista: nuestro futuro como país depende del PSOE a corto, medio y largo plazo, como siempre ha dependido hayan estado o no en el Gobierno (para república, PSOE; para Estado laico, PSOE; para Estado federal, PSOE; para Memoria Histórica, PSOE...) Y para entender que, como me decía un veterano colega hace unos días, "el Partido Socialista es el que manda", hay que remontarse décadas atrás, desde que el rey sucesor de Franco confraternizó con Felipe González, hábilmente consciente de la estabilidad que esa amistad -y no otra- daría a la Corona. Habría bastado un cumplimiento estricto de la base de pensamiento republicana del PSOE en algún momento de estos 40 años para que Juan Carlos I y familia se dedicaran a sus negocios (otros o los mismos, pero sin esconderse).

liberal ilustrado por un día

En el último debate parlamentario, que ha concluido con la declaración de un estado de alarma suave, el portavoz de ERC, Gabriel Rufián, ha vuelto a poner el dedo en la llaga de la cuestión que más desconcertados/as tiene a los votantes, militantes, simpatizantes del PSOE y partidarios de una transformación profunda del Estado desde la izquierda, la justicia social y los valores republicanos: la búsqueda constante de pactos con la derecha conservadora y neoliberal, sean o no necesarios para tener mayorías y suponiendo en ocasiones costes o desgastes incomprensibles, sobre todo, teniendo en cuenta que Casado parece haber convertido en flor de un día su faceta de liberal ilustrado contra la ultraderecha.

¿Es necesario el pacto con el PP para renovar el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ)? Es imprescindible. ¿Era necesario el pacto con el PP para declarar el estado de alarma y dar seguridad jurídica en la lucha contra la pandemia también a las comunidades gobernadas por ellos? Era prescindible, y así ha sido, dejando en evidencia la contradictoria estrategia de Casado, que sigue teniendo como último objetivo tumbar al Gobierno, o desgastarlo al menos, sin reparar siquiera en las autonomías en que gobiernan y que solo quieren salir de esta pesadilla sanitaria y social cuanto antes; salvo Madrid, cuya presidenta Ayuso está dejando muy claro que su estrategia trumpista pasa por la inmunidad de grupo o de rebaño contra la que ha alertado la OMS en varias ocasiones, considerándola incluso alejada de toda ética: contagiarnos el máximo posible de ciudadanos/as, caiga quien caiga. ¿Cómo se explica si no que el Gobierno de la CAM se niegue a aplicar el estado de alarma el mínimo establecido; siga sin atender a las súplicas de sanitarios, médicos y enfermeras, profesionales de Atención Primaria pidiendo políticas, presupuesto, herramientas y personal de refuerzo mientras construye un macrohospital para júbilo de las constructoras?

El PSOE debe tomarse en serio el papel que juega ahora en la Historia de este país y que implica un cambio de sistema en medio de una crisis que roza la catástrofe; que un partido con una trayectoria centenaria sea reacio a tácticas revolucionarias puede resultar comprensible, sobre todo, cuando viene de cuatro décadas de entente cordiale con la derecha postfranquista en todas sus versiones, hoy separada en tres partidos con un común denominador: el odio a la izquierda y el ultranacionalismo español, justamente lo contrario a lo que es la España real mayoritaria.

Las comunidades gobernadas por el PP salvo Madrid se han subido al tren de la cooperación con el Ejecutivo central que trata de evitarles sobresaltos judiciales: no hay tiempo para nuevas leyes, es cierto, así que el estado de alarma es la única salida. El PP territorial deja en evidencia a Ayuso y su estrategia trumpista y a Casado y su huida hacia la inanición por incoherencia supina. ¿Qué hay que pactar con ellos o con Vox (Ciudadanos tiene diez escaños, no perdamos tampoco la perspectiva) salvo aquello que no quede más remedio y, sobre todo, hasta que no quede más remedio?

La mejor muestra de la inutilidad -a veces perjudicial- de ese clásico del PSOE que es intentar agradar a la derecha conservadora, neoliberal y nacionalcatólica (ése es el carajal ideológico en el que se mueve hoy), la tuvimos la semana con la visita de Pedro Sánchez al Papa Francisco, un ejemplo claro del valor de la imagen en estos tiempos de liviandad. Cómo se retorcía de gusto la derechona viendo que el "ciudadano Bergoglio", que solo es progresista para Vox, actuaba como lo que es, el jefe de un siniestro Estado que no cumple ni unos mínimos democráticos en pleno siglo 21. ¿Era necesario el bombo que se dio a esa visita desde Moncloa más allá de la normalidad institucional? ¿Creía el presidente del Gobierno que el Papa Francisco iba a renegar de la misoginia, el machismo, la homofobia,... inherentes al poder católico? ¿Qué diferencia al Vaticano de dictaduras que niegan la igualdad a las mujeres y castigan a los homosexuales? ¿Por qué tenemos que continuar con los privilegios y el pacto con la casta católica mientras la base cristiana se busca la vida en la solidaridad ciudadana para abordar la ingente tarea social que hacen, sobre todo, en esta crisis?

"Con la visita de los reyes sí que estaba contento el Papa", celebraban en Núñez de Balboa, muy contentos ahora también con la llegada de Leopoldo López a España, el más radical y divisivo de los opositores venezolanos, y la sustitución del embajador en Caracas por un encargado de negocios, lo que supone de facto la ruptura de relaciones diplomáticas con Venezuela. Un regalo del Gobierno a la derecha que no tardarán en pagarle con lo mejor que hacen: atacarle e intentar desestabilizarle. No aprendemos, y ni siquiera hemos hemos hablado de los 10.000 soldados rusos.

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