Dominio público

¿Está siendo el feminismo incapaz de gestionar su propio “éxito”?

Laura Gómez

Politóloga y experta en políticas de igualdad

Concentración nocturna convocada por colectivos feministas en la Puerta del Sol de Madrid. EFE/Ballesteros
Concentración nocturna convocada por colectivos feministas en la Puerta del Sol de Madrid. EFE/Ballesteros

"Mientras que la autonomía viene de una posición de fuerza, el separatismo viene de una posición de miedo"
(Bárbara Smith)

Desasosiego desde coordenadas del Norte

Escribo este artículo desde la inquietud y el desasosiego que parece haber impregnado al feminismo en este lado del planeta que habito. Me refiero, claro, a España. Porque no hay que irse muy lejos para observar la capacidad de movilización, en plena pandemia mundial, que están demostrando las feministas polacas para desafiar la sentencia del constitucional que exige eliminar la malformación del feto como supuesto para acceder al aborto legal. O la perseverancia de las chilenas que han logrado un proceso constituyente paritario y cuentan con un arsenal de propuestas constituyentes ecofeministas contra la precarización de la vida.

Sigo sus peleas con preocupación, solidaridad, admiración...y también, confieso, con cierta melancolía. Hace dos días éramos nosotras ese coro unido que hacía dimitir, en el país donde nadie dimite, a un ministro del PP que se atrevía a intentar eliminar los plazos de la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Las que hicimos retumbar las salas judiciales con ese "hermana, yo sí te creo". Y, también, las que conseguíamos parar el país con una huelga de cuidados recordando que sin el trabajo de las mujeres el conjunto del sistema colapsa y que si no estábamos todas era porque muchas son precarias, pobres, estigmatizadas, criminalizadas y asesinadas.

Hoy, sin embargo, el feminismo en España se presenta públicamente dividido y, según la periodista Anais Bernal-Triviño, roto. La tensión es palpable. No hace falta que me extienda sobre ella.

Dice Rosa Cobo que todas las olas feministas, ese momento en el que el feminismo como movimiento social y pensamiento intelectual se transforma en un movimiento de masas, son efímeras. Añado, que no necesariamente porque se debilite su fuerza, sino porque su propio éxito obliga al inicio de un nuevo ciclo político que exige canalizar su energía de modos distintos. Digo éxito, conscientemente, porque haber conseguido que las nuevas demandas feministas entren en la agenda política y se recuperen estructuras institucionales específicas para darles respuesta, como un Ministerio de Igualdad, lo es.

Los logros del feminismo no son pequeños. Hemos conseguido que se cuele en la agenda institucional otra narrativa sobre la violencia machista que incluya todas las violencias que enfrentan las mujeres, que se reconozca con humildad que la acción del estado es insuficiente y llega tarde, que se denuncie la concepción patriarcal de la justicia y que se apunte, sin reparo, que la violencia siempre es el castigo para las que insisten en desobedecer el mandato tiránico de la feminidad. También, hemos conseguido volver a poner el foco en la pobreza económica y de tiempo, en la precariedad y en la desigualdad material en la que las vidas de las mujeres transcurren pese a trabajar más que nadie y mantener un orden doméstico y un mundo relacional y afectivo imprescindible para que la vida salga adelante. Y finalmente, hemos conseguido poner de manifiesto que las mujeres vivimos oprimidas por ser mujeres, pero que la experiencia de esa opresión es distinta porque ocupamos posiciones desiguales en la pirámide social. Que la clase, la raza, la orientación sexual y la identidad de género importan y determinan nuestras condiciones de vida.

Insisto en que los logros no son pequeños porque las movilizaciones masivas en la calle siempre han interpelado a las instituciones. Las feministas, en el Norte global, hemos criticado con radicalidad a los estados sociales y sus derivas neoliberales, pero, no para desmantelarlos, sino para transformarlos en instrumentos capaces de superar la opresión sistémica de las mujeres.

La evaluación que hago, sin embargo, no pretende ser triunfalista. El contexto es ciertamente preocupante, pero también contradictorio. Por un lado, una pandemia mundial que agrava las consecuencias de la gestión austericida de la última década y que dibuja un horizonte gris para las mujeres. Por otro, un gobierno de coalición que ha conseguido sacar adelante las cuentas de estado más expansivas de las últimas décadas con el apoyo de las izquierdas periféricas y con la ayuda del fondo de recuperación europeo. Sin duda, una oportunidad para iniciar, aunque sea con una agenda defensiva, la vuelta a un estado que regule el mercado, que proteja y que redistribuya. Un retorno que tiene que estar guiado, además, por el mandato feminista de la última gran ola, a la que la pandemia, de manera inédita, ha dado la razón.

No es suficiente, pero las condiciones ideales son una ficción utópica. La correlación de fuerzas manda, y es la presión de la calle la que ayuda a cambiarlas.

Si es el momento, como creo, de traducir las demandas feministas en marcos normativos y políticas públicas, y fortalecer desde la calle el impulso para cambiar instituciones con profundos sesgos de género, clase y raza ¿por qué parece que la unidad de acción del feminismo está rota? ¿está siendo el feminismo incapaz de gestionar su propio éxito en esta nueva fase?

Tres posibles razones que podrían explicar la incapacidad actual del feminismo

  1. La cara oculta del "éxito" feminista. Llamo así a dos efectos que suceden al tiempo. Por un lado, a la despolitización del pensamiento y de las prácticas feministas. Es cierto que la ola feminista ha repolitizado asuntos que parecían formar parte del paisaje natural del mundo, pero también ha permitido que enarbolemos la bandera feminista creyendo que las mujeres por el hecho de ser oprimidas o víctimas no reproducimos pensamientos y comportamientos sexistas. O, como nos decía bell hooks, que lo hagamos sin enfrentar "nuestro enemigo interior". Socializadas en el patriarcado y en plena hegemonía de la razón neoliberal, seguimos reproduciendo prácticas competitivas y excluyentes. Seguimos mirándonos con envidia y desconfianza. Seguimos juzgando a las otras sin compasión. Vaya, que seguimos practicando el autodesprecio y el desprecio ajeno. Los espacios en los que solo hay mujeres no son espacios necesariamente libres de patriarcado. Sin prácticas que pongan en valor el crecimiento y apoyo mutuo o las necesidades de todas, no hay transformación que valga para oponer resistencia a las lógicas de dominación.

Por otro lado, el éxito del feminismo de la última ola, de corte anticapitalista, también ha evidenciado el desplazamiento del feminismo que había hegemonizado la dirección de los cambios feministas en las últimas décadas. Ese feminismo que ha vinculado la igualdad con el mérito, con el esfuerzo individual o con la libre elección para ampliar los márgenes de libertad de las mujeres. Ese feminismo que podía servir a algunas pocas mujeres en la medida en que existiera una clase más baja de mujeres que les hiciera el trabajo sucio. Ese feminismo de clase, elitista, que no sirve para todas las mujeres, está herido. Por esa herida respiran buena parte de los intentos de división que hoy estamos viviendo.

  1. Las nuevas alianzas imposibles. Nos contaba Albert O. Hirschman en su "Retóricas de la intransigencia" que cualquier impulso progresista ha estado acompañado siempre de movimientos ideológicos contrarios de extraordinaria fuerza. Uno obvio es el de la extrema derecha. Que ésta haya hecho de la guerra al feminismo una batalla central no es nuevo. Llevan haciéndolo más de dos décadas, vinculando al feminismo con un movimiento antihombres y negando que el género opere como un constructo disciplinador, con castigo mortal incluido, a quien desobedezca el mandato de la masculinidad y la feminidad. Por eso se oponen, con acierto, a la educación sexual y afectiva, al derecho al aborto, o niegan la violencia contra las mujeres y otros crímenes de género. La novedad histórica sería que, tras muchas décadas, la extrema derecha es una amenaza real, tiene una presencia relevante en las instituciones y conforman gobiernos que sirven como laboratorios privilegiados para desplegar su agenda antifeminista.

Pero no todos los movimientos que tratan de frenar los impulsos progresistas provienen de esa ofensiva. Algunos provienen, sorprendentemente, de las propias filas feministas. En un contexto en el que tenemos el enorme desafío de enfrentar el aumento de la feminización de la pobreza y sus derivadas como la explotación sexual y reproductiva, en un momento en donde no deja de crecer la carga global de trabajo de las mujeres agravada por la crisis de los cuidados, es un ejercicio de irresponsabilidad histórica, negarse a tejer estrategias de lucha en común reconociendo el horizonte de sentido de las otras. También, por cierto, el de las mujeres transexuales, muchas, compañeras en las calles.

Porque lo relevante aquí es que ambos movimientos, con motivaciones y sentidos radicalmente distintos, se refuerzan y debilitan al feminismo frenando su avance en la calle y en las instituciones.

  1. La construcción de muros: "¿cómo han llegado a ser así?". Lo que vengo señalando no ayuda a un movimiento que ha hecho del diálogo, las habitaciones propias y la sororidad los fundamentos de su práctica política. Ayuda, en su caso, a construir muros, que profundizan en la incomunicación y que nos lleva a preguntarnos cómo demonios "las otras" han llegado a ser así.

 

A la ausencia de diálogo, hay que sumarle la construcción de la política en los medios, algunos muy interesados en dar voz a las fracturas y al "feminismo del poder". Sin olvidar la lógica fragmentadora de  las redes sociales, cuya modelo de negocio pasa fundamentalmente por cancelar el diálogo y usar el odio para movilizar la atención.

 Conclusiones que hemos desaprendido

Nos advierte Nancy Fraser que volver a las trincheras no es una opción. Ni podemos conformarnos con lo que teníamos, ni con intentar no perder lo que ganamos. Nos ha costado mucho llegar hasta aquí. Las alianzas feministas entre las fuerzas con presencia en las instituciones que quieren cambiar el estatus quo y la calle organizada son urgentes.

Pero para eso no basta con formularlo: sobre todo hay que practicarlo. Que las instituciones sean porosas pasa por crear procesos participativos y deliberativos con todo el movimiento feminista. Habitaciones propias en las que acordar las prioridades de la agenda feminista, aterrizar los consensos y pactar el manejo de los disensos, las velocidades y la profundidad de los cambios. En definitiva, hacer eso que tan bien definió la feminista Alisa del Re: "construir una articulación móvil entre los movimientos y la institución, sin detenerse en la autonomía de las luchas sociales distante de la gobernabilidad de las conquistas". Se trata de corresponsabilizarnos en impulsar que las instituciones inicien su reinvención articulando sororidades políticas. Esas que tienen claro que lo que nos une a las feministas no es sólo un memorial de agravios, que diría Celia Amorós, sino una hermandad de lucha para liberar al mundo de esa pedagogía de la crueldad que es el mandato de la masculinidad.

 

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