Dominio público

No más Matildas

Mª Eugenia R. Palop

Eurodiputada de Unidas Podemos

La Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT) lanzó esta semana la campaña #NoMoreMatildas con el apoyo del Parlamento Europeo. El efecto Matilda denuncia la invisibilidad de los hallazgos de mujeres científicas a lo largo de la historia, lo que se manifiesta en que su presencia en los materiales educativos no llega hoy ni al 8%. El fenómeno se llama así por Matilda Joslyn Gage (1826-1898), activista y sufragista que lo denunció por primera vez.

Decir #NoMoreMatildas no es sólo una cuestión de justicia numérica y de falta de referentes para las niñas y jóvenes, sino de talento perdido y nombres olvidados, de disciplinas y avances sociales con sesgo de género que tienen consecuencias muy negativas sobre nuestras vidas.

Hasta hace bien poco, la medicina pasaba por alto muchas dolencias femeninas porque los estudios los realizaban científicos varones sobre pacientes varones, extrapolando las conclusiones a las mujeres sin tener muy en cuenta las diferencias biológicas. En el siglo XIX abrías la boca y te diagnosticaban histeria. Y aún hoy el malestar de las mujeres se despacha aludiendo más a cuestiones psicológicas que en el caso de los hombres. Además, nuestro bienestar sexual y reproductivo se ha abordado, tradicionalmente, con una mezcla de desconocimiento y paternalismo.

Disciplinas como la paleantropología también están marcadas por un notable androcentrismo, otorgando a las mujeres un papel poco relevante en la evolución humana. Se nos ha considerado como simples participantes pasivas, limitadas a parir, alimentar y cuidar de crías. Mientras, los hombres son descritos como responsables de las innovaciones que nos definen como humanos: el surgimiento del andar bípedo, el agrandamiento del cerebro, la fabricación de herramientas, la comunicación cooperativa o la representación simbólica.

En campos como la informática, los algoritmos que emplean los buscadores y las redes sociales nos devuelven una imagen distorsionada del mundo, filtrada por sesgos de género, raza o edad. Lo explica bien un reciente informe del Parlamento Europeo sobre la Estrategia de Igualdad de la UE: "Las desigualdades y la discriminación de género se han reproducido a través del diseño, las aportaciones y el uso de la inteligencia artificial (IA). Los archivos incompletos y los sesgos incorrectos pueden distorsionar la lógica de un sistema de IA y poner en peligro la igualdad de género en la sociedad".

Pero es que, además, la brecha digital de género es enorme y aumenta en los sectores de los que depende más nuestro futuro. La revolución digital no puede hacerse sin las mujeres, aunque solo sea porque para ser competitivos hay que contar con todos los talentos y capacidades posibles y sabemos que la diversidad es rentable. Y, en un sentido feminista, porque que en ese nicho laboral anidarán los trabajos mejor pagados y si nos quedamos fuera, la brecha salarial de género será mayor.

Si miramos este panorama atendiendo a los datos, el resultado es demoledor. Según la UNESCO, sólo el 35% de quienes estudian carreras STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas) son mujeres. Solo el 28% de quienes investigan son mujeres. Solo el 22% de los puestos de programación de Inteligencia Artificial en la UE están ocupados por ellas, y en todos los casos tienen más dificultades para ocupar cargos de responsabilidad. Solo el 3% de los premios Nobel de Física, Química o Medicina los han ganado mujeres. Solo, solo, solo.

"Las mujeres son un recurso poco aprovechado en ámbitos emergentes como la tecnología digital, la inteligencia artificial y las TIC, ya que apenas representan el 16% de los casi ocho millones de personas que trabajan en el sector en Europa", alerta el Parlamento. Europa tiene que promover el acceso a carreras STEM de las jóvenes; apoyar las investigaciones lideradas por mujeres o equipos paritarios, o cuyo objetivo sea revisar o desarrollar avances con perspectiva de género; y procurar que las jerarquías universitarias cambien radicalmente.

Soy profesora universitaria. Saqué mi titularidad en el área de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid, cuando solo había dos mujeres funcionarias. 16 años después, sigue habiendo solo dos mujeres funcionarias. La Universidad no es solo un lugar envejecido, sino masculinizado y científicamente sesgado. En la academia, hasta hace cinco minutos, los estudios de género no solo no contaban, sino que descontaban.

Una de las cosas que resultan más preocupantes es constatar que todo esto no sucede por falta de imaginación o alternativas, sino por falta de voluntad política y empresarial. En 2015, el Parlamento propuso un sin fin de medidas para disminuir la brecha de género y los techos de cristal en los ámbitos científico y académico. Entre ellas: garantizar la igualdad retributiva; erradicar prejuicios y estereotipos de género con campañas de sensibilización; fomentar modelos femeninos positivos en todos los niveles de la educación y destacar los logros históricos y contemporáneos de las mujeres en la ciencia y la tecnología; garantizar la conciliación entre la vida profesional y personal; facilitar que los centros de investigación y universidades tengan planes de igualdad de género y se creen redes de contactos entre científicas a escala nacional, regional y europea. Lamentablemente, hay dos textos legislativos bloqueados en el Consejo Europeo desde hace años, por la oposición de gobiernos conservadores: la Directiva antidiscriminación y la de mujeres en puestos directivos.

Evidentemente, poner en valor sectores masculinizados, como el de la ciencia o la tecnología, no significa disvalorar lo que las niñas eligen o lo que las mujeres han hecho durante todo este tiempo. Los estereotipos conforman nuestro cerebro y condicionan nuestras elecciones. Y también los niños tienen que aprender a cuidar, porque el cuidado es un talento, una habilidad y una capacidad valiosa. Las profesiones feminizadas, asociadas al cuidado, que han sido las esenciales durante la pandemia, han de ser prestigiadas y bien pagadas. Más autoestima para las niñas y más empatía para los niños.

Finalmente, decir #NoMoreMatildas es reconocer también la mano invisible de todas esas mujeres que, o bien vieron cómo sus esposos o colaboradores se llevaban el crédito de sus investigaciones, o bien hicieron posible el desarrollo profesional de muchos varones desde la más absoluta invisibilidad. Aquí hay otra tarea pendiente para Europa: la de garantizar la conciliación y fomentar la corresponsabilidad, teniendo en cuenta que a las mujeres les penaliza más ser madres y cuidadoras. Algo tan bello y tan necesario no puede aprovecharse de manera ventajista.

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