Dominio público

Contra la romantización de los cuidados

Laura Berja

Diputada, y portavoz de Igualdad del Grupo Socialista

Tres mujeres dependientes pasean con sus cuidadoras por las calles de Bilbao. EFE/LUIS TEJIDO
Tres mujeres dependientes pasean con sus cuidadoras por las calles de Bilbao. EFE/LUIS TEJIDO

"Ninguna mujer tiene un orgasmo abrillantando el suelo de la cocina". Así de clarividente se expresaba Betty Friedan en su afán por combatir la mística de la feminidad.

A las mujeres lo que nos asignan tras nacer es el cuidado. Cuidar de la casa, de los niños y niñas, de familiares mayores, de las personas dependientes; cuidar del bienestar de los demás, del estado de limpieza de escaleras de los portales, cuidar de los hijos e hijas de otras familias, cuidar de los mayores en sus casas o residencias.

Las mujeres cuidamos gratis o por muy poco y en muy malas condiciones. Lo hacemos sin reconocimiento social, laboral y económico. El cuidado de los hijos e hijas, el estado de limpieza de lo privado y lo público o el bienestar de las personas mayores y dependientes es una carga muy pesada si solo recae sobre los hombros de las mujeres.

Pero esa carga no solo se traduce en cansancio o hartazgo, sino que supone una merma muy profunda en las carreras profesionales de las mujeres, condenadas a peores condiciones laborales, a más dificultad para acceder al mercado de trabajo, a menos oportunidades para promocionar y a más posibilidades de ser expulsadas del mercado laboral. El rol sexista que nos atribuye los cuidados y las tareas domésticas nos discrimina, nos condena a falta de recursos para la emancipación y a una vida de agotamiento que se traduce en muchas ocasiones incluso en problemas de salud.

Con todo este bagaje de relación con los cuidados me niego a idealizarlos, a concebirlos de una manera cuasi romántica y a solicitar políticas que contribuyan a perpetuar el rol sexista del cuidado.

Es habitual escuchar en algunos foros de análisis la necesidad de poner los cuidados en el centro, en el centro de la agenda, en el centro del discurso y en el centro de la economía. Que la corresponsabilidad de los cuidados y el reconocimiento social y laboral de las profesiones que atienden y cuidan a personas sea prioridad en la agenda pública es irrenunciable pero lo que debemos poner en el centro es que los cuidados estén donde aún no están, en las manos de los varones, son ellos los que deben asumir su parte. Y claro que sí, que el Estado haga también la suya, que la tiene y es imprescindible.

El papel de la política pública es fundamental en la eliminación de los roles y estereotipos sexistas, en el reconocimiento laboral de las profesiones relacionadas con el cuidado o en la provisión de recursos que permiten la corresponsabilidad. Todo ello tiene perfecto encaje en el Estado del Bienestar. La educación infantil pública y gratuita de 0 a 3 años es un ejemplo de fortalecimiento del Estado del bienestar, la contratación pública de las cuidadoras o cuidadores de la atención a las personas en situación de dependencia, también. Impulsar una ley educativa que lleve a los libros de texto la aportación de tantas mujeres olvidadas en todos los ámbitos del conocimiento y que apueste por la coeducación es un claro ejemplo de cómo el Estado del bienestar es una buena cuna para acabar con la desigualdad estructural entre mujeres y hombres.

Las feministas radicales hemos defendido que la transformación debe partir de la raíz y que para ser libres e iguales debemos abolir el patriarcado. El patriarcado nos quiere cuidando y pensando que hacerlo es un regalo divino, un regalo solo para nosotras. Es una trampa, a las mujeres nunca nos han regalado nada.

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