Dominio público

No me hablen más de estrategas

Ana Pardo de Vera

"Tenemos que preocuparnos por las personas que tienen necesidad. Los que tienen las necesidades cubiertas, me preocupan poco. Creo que tenemos que evitar pensar que somos dos grupos diferentes. Creo que somos una población y no entiendo cuando veo posiciones en las que parece como si los grupos más desfavorecidos fuesen de otra especie. Me parece inaudito que se pueda valorar a la población por el nivel económico que tenga. Y más sabiendo que el nivel socioeconómico de las familias tiene mucho que ver con el futuro de los hijos". Una de las definiciones de "justicia social" más exactas y para todos los públicos que he escuchado últimamente nos la dio el pasado domingo un funcionario público llamado Fernando Simón durante una entrevista concedida a Jordi Évole. Simón no necesita ser presentado.

La "justicia social" es ese concepto con el que nos llenamos la boca para apelar a la igualdad de oportunidades y derechos que unos/as creen -o dicen creer- que llega solo por arte del libre mercado y esa falacia de la meritocracia ("Si quieres, puedes; seas quien seas y nazcas donde nazcas") y otros, por la vigilancia del Estado que asegure el reparto equitativo de los recursos, regule los abusos del libre mercado y proteja a los sectores más vulnerables de la voracidad  de quienes solo buscan mantener sus privilegios, caiga quien caiga. La Comunidad de Madrid, la región en donde la diferencia entre el 20% más rico y el 20% más pobre bate récords en España (con datos de antes de la pandemia) y que tiene las tasas de desigualdad más altas de todo el país es el símbolo capital (sic) de la más clamorosa ausencia de justicia social.

Como muestra, algunos botones:

  1. La pobreza aumentó en la CAM un 23%, afectando a 243.000 personas, en los últimos 5 años.
  2. En Madrid hay 260.412 menores en riesgo de exclusión, un 4% del total de madrileños y madrileñas.
  3. Las madrileñas ganaron 7.754 euros menos que sus compañeros varones en 2019, lo que se traduce en una brecha salarial del 25,47%.

Son datos de Cáritas y UGT; y hay muchos más de este calibre; siempre con los vulnerables como protagonistas, para mal. Eso, sin tener en cuenta el resultado de la pandemia, que habrá de juzgarse con perspectiva cuando la emergencia sanitaria acabe o empiece a remitir. Solo con las actuaciones en las residencias de mayores -recomiendo encarecidamente el libro de Manuel RicoVergüenza, el escándalo de las residencias (Planeta), basado en las investigaciones de este periodista de Infolibre, para contemplar la tragedia en toda su dimensión escalofriante e inhumana-, el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso debería estar inhabilitado para continuar gobernando. Entre esos/as mayores fallecidos sin más posibilidad que morir, los hay con hijos, nietas, sobrinos o amigas que han sido votantes de Vox, el PP, Ciudadanos, PSOE, Más Madrid o Unidas Podemos. El virus entiende de clases y vulnerabilidades, sin duda, pero no de papeletas. Veremos.


La Comunidad de Madrid lleva desde 1995 en manos de un PP dedicado a la privatización como ideología (un decir) elitista y neoliberal y a la corrupción como forma de campaña electoral, a través del tejido de una red clientelar nutrida a base de contratos con mordida y construcciones inútiles en demasiados casos y casi siempre de sobrecostes insoportables. Ahora súmenle una fiscalidad excepcional y nutritiva para que grandes fortunas lo sigan siendo mientras lo que queda de clase media y los/as trabajadores sigan pagando impuestos elevadísimos para tener unos servicios públicos raquíticos, como se ha demostrado en la pandemia.

Lo de menos, hoy y en la desesperada situación de esta región, punto de encuentro de españoles y migrantes de todo origen (qué risa con lo de la forma de vida madrileña...), es si Pablo Iglesias es el candidato de la izquierda al PSOE o las primarias deciden que sea Mónica García, de Más Madrid, con el líder de Unidas Podemos de número dos. ¿Cuántos de los/as madrileños están pensando ayer y hoy en estrategias partidistas de unos y otras, de asesores y spin doctors que se imponen a los contrarios,... mientras a día 15 de marzo no saben qué será de su negocio -si lo conservan- o de dónde van a sacar más salario para acabar el mes y dar de comer a la prole? Hay un Madrid que brinda por Ayuso y por su apuesta por hacerse con el electorado de Vox, banderita en muñeca, mascarilla, polo, calcetín, tirantes, bragas o calzoncillos. Sin duda, la figura de la presidenta madrileña se ha engrandecido con la pandemia y -no digamos- con los últimos acontecimientos en Murcia. Pero Iglesias también, porque cuesta imaginar una jugada que supere a ésta, pese a los riesgos que asume y que también corre Ayuso con su convocatoria electoral. Quién sabe: también era difícil pensar en algo que superase a lo de Fran Hervías, ex Ciudadanos, y Hervías ya parece historia.

Ahora toca hablar de política; toca hablar de justicia social, ésa que tan bien describió Fernando Simón. A los/as vulnerables, maltratados y marginadas por esta crisis y la anterior -muchos/as, muy jóvenes: los niveles más bajos de empleo se encuentran en la región de Madrid entre los jóvenes de 16 a 19 años, con una tasa de actividad de solo 12,5% y una tasa de desempleo del 36,9% en menores de 25 años, según CC.OO. con datos de prepandemia-, les da igual cómo se pongan de acuerdo aquéllos que dicen garantizarles una oportunidad de salir de la precariedad mediante una red de servicios públicos potente y un paraguas de protección vital. Solo quieren que ese pacto sea suficiente para cumplir compromisos progresistas y realistas. Hablamos de desesperación humana; la he visto, y es insoportable.


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