Dominio público

Abrir España, cerrar Madrid

Santiago Alba Rico

Filósofo y escritor

Captura de vídeo publicado hoy lunes en Twitter, del vicepresidente segundo del Gobierno español y líder del partido de izquierda Podemos, Pablo Iglesias, que anunció este lunes que deja el Gobierno para presentarse a las elecciones regionales de la Comunidad de Madrid del próximo 4 de mayo. EFE/ Twitter
Captura de vídeo publicado en Twitter, del vicepresidente segundo del Gobierno español y líder del partido de izquierda Podemos, Pablo Iglesias. EFE/ Twitter

Una buena noticia: Pablo Iglesias se retira para abrir paso a Yolanda Díaz, una figura en ascenso sobre la cual hay un consenso positivo más allá de las filas de Unidas Podemos. Iglesias se sacrifica noblemente en favor del ensanchamiento de la izquierda.

Una mala noticia: Pablo Iglesias no completa este gesto. Resulta que hay una mujer en Madrid, Mónica García, figura en ascenso sobre la que existe también un consenso positivo más allá de las filas de Más Madrid. Pero aquí Iglesias no hace el gesto de ensanchamiento de la izquierda.

Un hecho triste e incontrovertible: Pablo Iglesias, cuya coleta hizo saltar por los aires el marco angosto del régimen del 78, sólo provoca hoy un consenso negativo fuera de sus filas. Lo sabe y por eso franquea el paso, con inesperada bravura, a Yolanda Díaz. ¿Por qué no hace lo mismo con Mónica García?

"Audaz", "valiente", "generoso" —algunos de los calificativos que han coloreado su gesto— habría sido, a mi juicio, pedir desde Unidas Podemos el apoyo a la candidata de Más Madrid. Podría haber convocado a sus inscritos y haber obtenido sin muchas resistencias, como otras veces, el voto mayoritario para esa propuesta.

Ha preferido el lance de una candidatura común, ya rechazada, mediante la que se prestaba a disputar la cabeza de lista a Mónica García en unas primarias imposibles en las que se sabía, de entrada, ganador ("tú sí me ganarías", le dice Iglesias a Wyoming en un lapsus delatador).

No era fácil creerse su disposición a ser el número 2 de nadie desde el momento en que bajaba a la arena con el propósito declarado de "encabezar la unidad". Si quería "participar generosamente en la batalla de Madrid", como se ha dicho, bastaba con no presentarse y apoyar al candidato más fuerte desde fuera; o con pelear desde dentro por el 5% de su partido sin querer encabezar otra devastadora "unidad de la izquierda".

¿Es Iglesias calculador e insincero? No lo creo y eso es lo inquietante. Iglesias no busca un sillón. Busca épica, sacrificio, pasar a la historia, hacer historia, ir un paso más allá —como en el circo antiguo: más difícil todavía— en este potlach agotador en que se ha convertido la política española; y de paso, si puede, dar una tarascada a Íñigo Errejón. Todo sincera y apasionadamente. ¿Y entonces? ¿Qué hay detrás de ese impulso?

El gesto sacrificial de Iglesias, porque es incompleto, se basa en la aventurada convicción de que hay en Madrid una mayoría que lo reclama, una mayoría convencida de que sólo él —sólo él— puede unir a la izquierda que previamente diezmó, de que sólo él —sólo él— puede salvar de Ayuso la Comunidad que no apoyó a UP en las tres últimas elecciones y de que sólo él —sólo él—, mediante ese sacrificio, logrará movilizar más al votante de izquierdas que no le votaba que al de derechas que vota contra él.

Lo más preocupante de ese gesto es que es probablemente sincero. Iglesias se vive a sí mismo como salvador de la izquierda contra el fascismo. Y de ese modo mete la pata dos veces y oscurece, un segundo después, lo que había iluminado un segundo antes.

Acójase lo que digo con todas las reservas. Tengo amigos próximos a Podemos, cuya inteligencia admiro y respeto, a los que el gesto sacrificial de Iglesias ha vivificado; lo defienden como una "jugada maestra" que "abre la contienda contra el fascismo" en Madrid. Esos amigos objetarán, con el mismo respeto y admiración hacia mí, y con igual fundamento, que yo hablo desde los aledaños de Más Madrid. Asumo ese riesgo, recordando que fui muy crítico, por motivos parecidos, con la decisión de Más País de disputar Catalunya a los Comuns en los últimos comicios generales.

En todo caso, mi impresión es que Iglesias, sincero o no, comete un doble error. El primero es el de creer que la gente de Madrid lo estaba esperando en su orfandad para unirse en torno a su figura. El segundo el de plantear la operación como una "cruzada antifascista". Planteada en esos términos, le entrega, ya manufacturada, la campaña a Ayuso y a Vox, que están pidiendo a gritos que se los llame "fascistas" para confirmar así, públicamente, el carácter "social-comunista" de la izquierda madrileña y del propio Gobierno de coalición.

"Social-comunista" y "antifascista", no lo olvidemos, son palabras que desgraciadamente suenan muy mal en España y, aún peor, en Madrid. La frase de Ayuso ("si te llaman fascista es que estás del lado bueno de la historia") expresa una alegría incontenible: sabe que en España solo los "social-comunistas" llaman "fascista" a un rival político. Ayuso, que es sin duda fascista, sabe que deja de ser fascista en el momento mismo en que la izquierda la califica de ese modo; y sabe que la izquierda deja de ser ganadora desde el momento en que la califica de ese modo. El lado bueno de la historia es la victoria.

Ayuso lleva meses cimentando su victoria en la visceralidad guerracivilista de sus ataques al gobierno de coalición. Necesita radicalizar al rival; la presencia de Pablo Iglesias en la campaña electoral, que salvará a Unidas Podemos en la Asamblea, radicaliza a todos sus oponentes (los de Ayuso), incluida Mónica García, que hace bien, por este motivo, en rechazar la candidatura propuesta por Iglesias.

Agradezco a Iglesias su apertura española; y agradezco a Mónica que no permita el cierre de la izquierda madrileña. Digamos que lo que Iglesias abre por un lado, dejando la vicepresidencia del Gobierno en manos de Yolanda Díaz, lo intenta cerrar por el otro, poniendo en aprietos a Más Madrid para asegurarse el 5% de UP mediante una campaña pensada para atletas antifascistas y militantes. Lo que abre en España lo cierra en Madrid, cuya textura cultural e ideológica muy correosa —trabajada durante 25 años de gobierno derechista— no parecen haber comprendido ni Iglesias ni su partido. Madrid es Ayusistán, es de derechas y allí los votos sólo pueden arañarse a través de figuras y discursos muy transversales que Pablo Iglesias ya no no puede ni quiere encarnar.

En todo caso, pensemos lo que pensemos, después de este gesto no hay vuelta atrás. Hay que asumir la batalla en las condiciones en que se presenta, a la espera de otro golpe de efecto que haga saltar por los aires todas las previsiones y todos los análisis. Pero huyamos, por favor, de la "unidad de la izquierda" como de la peste. La "unidad de la izquierda", como la de España, divide, encona, excluye, maltrata. La "unidad de la izquierda" es la Isabel la Católica que todos los izquierdistas llevamos dentro; nuestro impulso más "patriota" y más "español".

Por ese camino nos despeñamos de nuevo. Arañemos votos, por favor, a sabiendas —no nos engañemos— de que, pase lo que pase, Madrid no será la tumba del fascismo. Ni con Iglesias ni sin él. Con Iglesias UP superará el 5% y eso es una buena noticia para todos. Si los nuevos obstáculos sembrados en su camino no lo impiden, Más Madrid puede obtener un resultado parecido al de hace dos años y eso también será una buena noticia. Si el PSOE, pese a la evanescencia de Gabilondo, consigue conservar sus diputados, también será una buena noticia.

A partir de ahí veremos qué se puede hacer. Que cada uno vote al candidato que juzgue más afín o más útil sin pensar en la unidad de la izquierda ni ponerse zancadillas. Ya habrá tiempo de llegar a acuerdos después.

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