Dominio público

Ni una mala palabra

Elizabeth Duval

Escritora, filósofa y crítica cultural

Ni una mala palabra

 

Hay algo en las entrevistas a los candidatos de la izquierda que habría de inspirar pavor a cualquiera que aspire a cierta transformación social... o, bajo un programa de mínimos, a cualquiera que contemple la posibilidad de unas cuantas (poquitas, no muchas) reformas institucionales. También hay unas cuantas razones para creer, y estas líneas las escribe una pesimista, que existe la posibilidad de desalojar a Ayuso del Gobierno de la Comunidad de Madrid en las elecciones del cuatro de mayo. Pero sólo si dan ciertas circunstancias. Ahora, vayamos por partes.

Primero: lo que dice la que es, de facto (aunque no de iure) y por méritos propios, cabeza de la oposición madrileña. Mónica García, en una entrevista con El País, explica que, al rechazar la petición de unidad de Pablo Iglesias, lo que estaba haciendo era reivindicar el trabajo de Más Madrid y "su derecho a mantener una formación política", en consonancia con lo transmitido por parte de la militancia, que decía "llevar mucho tiempo trabajando en temas de feminismo y educación y querer seguir". Lo interesante de estas declaraciones es la importancia del aparato de partido: Más Madrid surge por descontento y desilusión con las formas de hacer política de Podemos y su trituradora de militantes... para acabar reivindicando, dos años después de su aparición, la primacía de los nombres, los cargos y los puestos de trabajo.

Pero esto son palabras, palabras, palabras: las obras son más que suficientes para juzgar a cada cual. Más Madrid ha presentado ante su militancia una lista en la cual los puestos de salida pertenecen, casi por derecho, a cargos orgánicos y miembros de la dirección. ¿Será que lo que desean los electores de izquierda son los mejores gestores y burócratas? No estoy del todo convencida: para eso, mejor votar a los cuatro concejales carmenistas que abandonaron la formación (¡qué manejo tan lamentable de los tiempos!) a principios de marzo. En las organizaciones ya no nuevas, sino novísimas, parece a veces quedar poco de aquel impulso de llevar la calle a las instituciones y las instituciones a la calle: adoro la posibilidad de una izquierda elegante, rehúso que cualquier nueva izquierda esté compuesta por dependientes de planta de caballeros de El Corte Inglés. ¿Ganar las elecciones? ¿Arrancarle al PSOE el liderazgo de la izquierda? Nada, nada: mejor reivindicamos nuestro derecho a mantener una formación política, nuestro patrimonio, nuestra casa. Los partidos están muertos, vivan los nuevos partidos.

Segundo: lo que ha dicho y repetirá hasta la saciedad el protagonista de la película Este Catedrático de Metafísica está muy vivo, Ángel Gabilondo. En su spot electoral, afirma formar parte del Madrid del 15M, rebelde, inconformista... olvidando que era, dentro del Segundo Gobierno de Zapatero, titular del Ministerio de Educación, cuando las plazas coreaban el "no nos representan". Pero se dan algunas finísimas ironías del destino: la casta política ha acabado pareciéndose más que nunca a Podemos, incluso si hablamos de un partido socialista que aspira a mostrarse moderado y naranjita. Tenemos, a nivel estatal, a un PSOE podemizado (sin dejar nunca, porque está condenado a ello, de ser el PSOE: ¿de qué pacta sunt servanda o regulación de alquileres me está usted hablando, qué firmé yo de lo cual no quiero ahora acordarme?) y un Partido Popular que investiga en sus laboratorios una nueva cepa populista: el ayusismo, enfermedad madura del populismo de derechas español.

Tercero: las palabras que dijo en su día Pablo Iglesias, hoy nuevo barón negro de la izquierda madrileña en sacrosanta cruzada antifascista. "En el momento en el que mínimamente nos parezcamos a la casta, estamos muertos", comentaba en su primera entrevista con Jordi Évole en 2014, reacio a concurrir a las elecciones municipales por si eso podía desgastar la marca Podemos. Portentoso triple salto mortal, el de nuestra historia política: resulta que Podemos lleva mucho tiempo sin ser ni una máquina de guerra electoral ni un movimiento democrático, asambleario o de bases quincemayistas; es esta misma conclusión la que lleva a Ernesto Castro a anunciar, en su último ensayo, que no hay y nunca hubo continuidad entre el 15M y Podemos. "El 15M era un movimiento horizontal; Podemos es un partido jerárquico. El 15M rechazaba los liderazgos fuertes, las figuras carismáticas y el culto a la personalidad; Podemos concurrió a sus primeros comicios con la carusa de Iglesias en la papeleta".

Las figuras carismáticas y los liderazgos fuertes tienen, no obstante, cierto valor y cierta utilidad. El 15M no ha ganado nunca unas elecciones, aunque tampoco es que haya querido. Podemos tampoco, ¡pero casi! Audentes fortuna iuvat. Iglesias, nuestro Ícaro, según Ayuso "un caribeño con chándal que vive de los demás en mansiones y con séquitos de mujeres", liga su carrera política a la hipotética derrota de la nueva baronesa madrileña. Y es posible, ojo, que no sea una locura. Pero existen ciertas condiciones sin las cuales la victoria de Ayuso está asegurada.

Iglesias ha comentado, en una entrevista con Jesús Cintora, que de él no se escuchará en esta campaña ni una mala palabra sobre Más Madrid o el PSOE. Yo, personalmente, veo que los militantes de izquierdas se mueren de ganas de arrancarse las cabezas los unos a los otros; preferimos aniquilarnos a ganar. No estuvo mal que Mónica García rechazara la propuesta de ir en coalición con Podemos a las elecciones: estoy segura de que se pueden reunir más votos si García e Iglesias apelan a nichos electorales separados, que a lo mejor no se votarían entre sí, aunque eso signifique, casi por seguro, que la izquierda que se siente en la Real Casa de Correos sea más sosa, seria y formal que otra cosa. ¿Pero hacían falta en su discurso tantas pullitas? ¿Era necesario el clasismo que se oculta en la frase "Madrid no es una serie de Netflix"? ¿No sobra un poco esa referencia constante a la testosterona, como si las mujeres (ay, Ayuso incluida) fueran seres angelicales y automáticamente mejores candidatas?

Lo entiendo, lo entiendo: la propuesta de Iglesias de unas primarias conjuntas era un regalito envenenado por parte de una formación que se quedó muy lejos de los resultados de Más Madrid en 2019. Pero lo que no alcanzo a comprender es la voluntad de llevar tan lejos la tensión, emplear un tono más agresivo, atacar tan insistentemente. ¡La mismísima Ayuso ha comentado estos días que Aguado y ella nunca se han llevado bien! ¿No podemos hacer lo mismo nosotras, las izquierdas? ¿Callarnos un rato? ¿Dejar de ser tan insoportables? ¿Hacer campaña sin ensimismamiento, vicio o vendettas personales?

Desconfío de los dirigentes de partido, a menudo movidos por rencillas, ambiciones o azares que hacen de ellos responsables demasiado humanos y, en consecuencia, un poco veletas; desconfío por igual de los militantes, particularmente de los militantes twitteros (entre los que se cuentan algunos dirigentes de distintas formaciones, ojo), cuya sed de sangre no tiene parangón. Me quedan los votantes, plastilina informe también movida por afectos y pasiones (altas, bajas y mediocres), pero que se define por una única acción que no implica twittear gilipolleces: insertar una papeleta en una urna.

No se confundan. No deseo, ni de lejos, una campaña sosa, seria y formal. Hará falta mucha caña para desalojar a Ayuso. Pero espero que sea verdad, por parte de todos, el nuevo dogma: "ni una mala palabra". Ya sabemos lo que puede pasar cuando lleguen más y más encuestas: un partido adelantará a otro en la mayoría de proyecciones electorales y, al estar compitiendo por electorados que se solapan, a algunos les parecerá más importante conservar su formación esclerotizada que obtener una mayoría de izquierdas en la Asamblea de Madrid. Y volverán los insultos. Y regresarán las malas palabras. Y unos serán unos machos alfa que piden a las mujeres apartarse en los momentos históricos, y las otras instrumentalizarán al feminismo, y los unos hablarán de alerta antifascista, y las otras criticarán, y los unos criticarán, y las otras darán difusión a bulos de algún lado para afectar a los unos, y los unos...

Por suerte, ese es solo uno de entre tantos caminos posibles de la historia. Hay un camino en el que, a pesar de los intereses partidistas y electorales de cada cual, la izquierda madrileña cumple con el dogma de "ni una mala palabra". Un camino en el que se realiza el sueño de la "competencia virtuosa". En el que una suma de izquierdas alcanza mayoría en la Asamblea de Madrid. Hay muchos de quienes hoy ponen sus esfuerzos en la política madrileña a quienes aprecio, y los hay en los tres partidos de la izquierda; desconfío de las organizaciones y de la efectividad de muchos de sus discursos, y me dan un poco de repelús los dogmas sectarios de partido. Podría ampliar esta columnita para elaborar detallados informes de cada una de las traiciones y puñaladas entre partidos y en el seno mismo de los partidos, o entre partidos y votantes, o harakiris de dirigentes a sí mismos. Si no lo hago es porque creo que ahora, con el tablero sacudido y roto, con las elecciones redefinidas, existe la posibilidad de que el irresponsable adelanto electoral de Ayuso implique su caída. Ya habrá tiempo para arrancarnos las cabezas entre izquierdistas: ¿y si dejamos el odio a un lado y cortamos de raíz el ayusismo? Ni una mala palabra, sólo algunas buenas: unidad desde la diferencia, cooperación... y victoria.

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