Dominio público

Pablo Iglesias, Yolanda Díaz y el vértigo

Ana Pardo de Vera

El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, se despide del Congreso con un afectuoso saludo a la ministra Yolanda Díaz, visiblemente emocionada.- DANI GAGO
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, se despide del Congreso con un afectuoso saludo a la ministra Yolanda Díaz, visiblemente emocionada.- DANI GAGO

La despedida del Congreso del vicepresidente segundo Pablo Iglesias y su gesto hacia su sucesora en el Gobierno, la ministra de Empleo Yolanda Díaz y ahora vicepresidenta tercera ("No me van a encontrar nunca discutiendo por puestos"), ha supuesto un revoltijo de emociones más o menos contenidas, particularmente, para los dos protagonistas. Pero sobre todo, ha extendido un manto de elegancia sobre la maltratada Cámara habitada por diputados y diputadas, pero perteneciente al pueblo español. Algo que sus señorías olvidan a menudo. Algunas de ellas también lo olvidaron cuando el líder de Unidas Podemos se despidió de todas en el Pleno; y qué oportunidad perdida para una derecha echada al monte que ha elegido tratar de destrozar vulgarmente al enemigo en vez de disputar con el adversario político.

"Somos muy amigos. Pensaba en él, en mí, en nuestra amistad, en la gente de este país, en mi madre...". La cabeciña de Yolanda Díaz, tan dura en la negociación con patronal y sindicatos cuando se ha tratado de subir el salario mínimo, no pudo evitar que las lágrimas salieran irreverentes por encima de la mascarilla. El "vértigo" del liderazgo sin el amigo, compañero y jefe aún hay que asimilarlo; sin prisa, pero sin pausa.

Mientras, el vicepresidente en línea de salida quería que aquéllos y aquéllas que ocuparon sus palabras en su primera intervención de 2016 volvieran al Congreso y se acompañó en su despedida de las almas de "los derrotados más dignos de nuestra historia, a los que creo que hemos devuelto cierta dignidad desde que llegamos al Parlamento". Iglesias quiso ir del brazo -explica a Público- de "los derrotados de la guerra, las brigadas internacionales, los combatientes, las víctimas de la dictadura, los torturados... De los invisibilizados... Aquéllos de los que vengo yo, por biología y por política", recuerda. Memoria en esta (otra) batalla de Madrid. De 1936 a 2021, "No pasarán".

Hay runrunes de adelanto electoral para 2022, quién sabe, cuando la pandemia empiece a remitir de verdad con la vacunación en su sitio. La primera mujer en España que sería candidata a la Presidencia del Gobierno -ya era hora- tiene trabajo por delante. La oposición del lado de la misoginia y el machismo no se lo pondrá fácil -ya ha asomado la patita esta semana- y padecerá la historia, seguramente, como reconoció Díaz a Iglesias en su despedida desde la tribuna de oradores del hemiciclo, citando a Albert Camus: "Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen".

La foto de Dani Gago que desborda este texto, con Iglesias dando la mano a Díaz, que se aferra a ella con las dos ("No te vayas..."), es la imagen más luminosa que vamos a ver en días, en semanas, en poco más de un mes de campaña electoral en la Comunidad de Madrid. El político que ha ocupado más portadas y las menos amables, informativos, tertulias y, probablemente, exorcismos en las iglesias del Barrio de Salamanca; el demonio rojo Iglesias, "aferrado al poder" como nadie, se marcha de la noche a la mañana de la Vicepresidencia Segunda del Gobierno de España a pelear por que la Presidencia madrileña salga de manos de la (ultra)derecha. Que toda dependencia del poder y de las alfombras mullidas sea así.

Pablo Iglesias inicia su salida de la política a escala estatal mientras Teodoro García-Egea (PP) se pregunta qué sentido tiene su escaño ahora, después de haberse batido en el Congreso y durante meses con la bestia negra de la derecha, y alguna izquierda. Las grandes decisiones siempre dejan a algún damnificado en las sombras, incapaz de reconocerlo.

"Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía!"

ROSALÍA DE CASTRO

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