Dominio público

Para la libertad: Madrid, ni corte ni cortijo

Nere Basabe

Profesora de Historia del pensamiento político en la Universidad Autónoma de Madrid

La presidenta de la CAM, Isabel Díaz Ayuso, en la plaza de toros de Las Ventas (Madrid). (EFE)
La presidenta de la CAM, Isabel Díaz Ayuso, en la plaza de toros de Las Ventas (Madrid). (EFE)

Ahora que las cartas ya no son de amor, sino que traen sobres con balas, navajas ensangrentadas y amenazas; ahora que ya no clamamos "seamos realistas, pidamos lo imposible" ni reivindicamos "la imaginación al poder", y a cambio en Madrid padecemos el Gobierno de la ocurrencia, el disparate y la alucinación disociada de toda realidad; ahora que nos encontramos en pleno estado de alarma sufriendo la pandemia más grave del último siglo y sin embargo se nos convoca a unas elecciones que nunca debieron tener lugar, por el simple capricho de alguien que no quiere compartir su juguete; ahora que, como sociedad, afrontamos retos decisivos como una crisis económica sin precedentes y los cambios necesarios en el modelo de crecimiento, se insulta a nuestra inteligencia con una campaña electoral bufonesca que no nos merecemos; ahora que pretenden que solo miremos el dedo que señala en dirección contraria a la luna, estamos obligados a mirar más lejos y actuar.

Cuando el cierre de la "campaña", en su acepción militar, coincide con la fiesta regional que algunos van a celebrar con una corrida de toros, conviene reflexionar acerca de lo que no conmemoramos: aquel Dos de mayo el pueblo de Madrid no se levantó en armas solo contra la ocupación de tropas francesas (consentida, por lo demás, por el rey mediante tratado). El alzamiento enlazaba directamente con el motín de Aranjuez que derribó al gobierno de Godoy: no fue el germen pues de ese nacionalismo madrileñista de nuevo cuño que ahora pretenden endilgarnos, sino una rebelión popular en toda regla. En ausencia del monarca, la "Revolución española" que arrancó aquel día (así fue conocida por sus coetáneos, y sólo décadas después pasaría a llamarse "Guerra de Independencia"), inauguró la democracia con su primera Constitución, modelo para futuras revoluciones europeas.

Tampoco celebramos estos días el quinto centenario de la Revolución comunera en la que Madrid participó activamente, amotinada frente al corregidor real, organizada en "comunidad" (gobierno de los comunes) y aliada de otras ciudades castellanas en su guerra contra el Emperador. Considerada la primera revolución moderna europea, el capitán de las milicias madrileñas Juan de Zapata ni siquiera asoma en el callejero, porque ahora somos más de fastos imperiales.

Para acallar aquellas rebeldías populares, Felipe II escogió establecer en Madrid (ciudad que carecía de contrapoderes nobiliarios o eclesiásticos capaces de hacerle sombra) la capital del Imperio, más que por la calidad de sus aguas, por la de sus cotos de caza. Madrid, ayer y hoy, como coto privado: al calor de la Corte acudieron tanto nobles dispuestos a doblegar el espinazo cortesanamente como todo tipo de buscavidas y medradores, y así comenzó su extensión imparable. Derrotados esta vez por las tropas francesas, los ciudadanos aplaudieron en 1823 el regreso del rey al grito de "¡Vivan las cadenas!", y algunos incluso se prestaron a tirar de la carroza sustituyendo a los caballos.

El caciquismo es una forma histórica de gobierno patentada en España, basada en el dominio económico y político de un dirigente a través de redes clientelares: intercambios de favores ilícitos por los que los cargos públicos regulan concesión de prestaciones a cambio de apoyo electoral, ¿les suena? Bajo la apariencia formal de una democracia, el foro público como espacio de deliberación se sustrae para convertirse en parqué o casino con derecho de admisión reservado, sin que nadie expulse ya a los mercaderes del templo. Y Bertolt Brecht nos enseñó en su novela anacrónica Los negocios del señor Julio César cómo a través de deudas, corruptelas y chanchullos perece hasta la más grande de las Repúblicas.

La concepción patrimonial del poder político no murió en España con el Imperio, ni siquiera con el franquismo, y explica las burlas clasistas cuando los primeros diputados de Podemos entraron en el Congreso. Desde el "¡Váyase, señor González!" de Aznar, esta actitud se afianzó frente a Zapatero y Sánchez, tachados ambos de "gobiernos ilegítimos" y "criminales" (porque el poder solo es legítimo cuando lo ostentan ellos). Los privilegios son prebenda en exclusividad, y así caricaturizan al adversario de "marqués de Galapagar" (marqués es Espinosa de los Monteros, y Esperanza Aguirre, condesa) o le afean la escolta y el coche oficial; en el único debate televisado a la presidenta apenas se le escuchó proferir algo más que "chaletazo" o no sé qué de "un taxi" que repitió en varias ocasiones. No quieren ganarles, directamente les piden que abandonen su propiedad.

Tras un cuarto de siglo de gobiernos del PP, la ciudad, espacio político por antonomasia, ha perdido el bien común como horizonte y, convertida en una jungla de asfalto sometida a la ley de la selva, nos invitan ya sin disimulo al hedonismo apocalíptico: olvidar tomando cañas que contamos los muertos por millares. La presidenta respondió a la pandemia: 1) convirtiendo las residencias de ancianos en ratoneras mortales (y Florentino Pérez, dueño de todo y también de muchas de ellas, pide ahora que se le indemnice por "lucro cesante"). 2) desmantelando la atención primaria para lucir macroinstalaciones caóticas (lo que mi abuela llamaba "desvestir a un santo para vestir a otro"); 3) posando cual Mater dolorosa para periódicos de derechas; 4) repartiendo bocatas de calamares a la puerta del IFEMA como si aquello fuera la verbena de la Paloma y 5), por encima de todo, aprovechando la emergencia para hacer caja: licitaciones y adjudicaciones a dedo sin concurso, más ladrillazo contra el virus.

El neoliberalismo es hoy una estrategia global agotada: el giro se vio con el cambio de siglo en la lista de los premios Nobel de economía, el nuevo presidente de Estados Unidos apuesta por el gasto social como nunca antes, y hasta la Unión Europea parece arrinconar las políticas austericidas para afrontar esta nueva crisis. Pero nuestra cleptocracia no quiere darse por enterada. Este gobierno de Madrid sólo ha aprobado dos leyes: una nueva recalificación del suelo y otra enésima universidad privada que no cumple ni uno solo de los requisitos del Ministerio. Prometen bajar aún más los impuestos, porque ni les preocupa cómo pagarán los servicios: es la única Comunidad que se gobierna sin presupuestos. Si al menos entendieran que la inversión en educación, investigación e innovación es prosperidad futura; pero se enrocan en el pelotazo inmobiliario y el turismo, la ciudad-escaparate.

Sus interlocutores son "las empresas, la hostelería, las familias", jamás los ciudadanos. Los antiguos entendían que uno no es libre si no participa de una ciudad libre formada por iguales; la libertad que nos venden ahora se reduce a consumismo y movimiento epiléptico, la presidenta haciendo running sin topar con obstáculos, ni un semáforo en rojo ni un anciano con bastón, mientras vandalizan toda memoria de libertad: como las lápidas con los nombres de los 3000 fusilados por la represión franquista en el cementerio de la Almudena, destrozadas a martillazos por el ayuntamiento junto con los versos de Miguel Hernández, Para la libertad.

Ahora que en los sobres ya no llegan cartas de amor, sino dinero negro para unos pocos y facturas para el resto, este martes el pueblo de Madrid, "como el árbol talado que retoña", puede hacer que su voz vuelva a resonar.

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