Dominio público

Un cambio de personas no basta

Octavio Granado

Un cambio de personas no basta

 

Octavio Granado
Exsecretario de Estado de la Seguridad Social
Ilustración de Miguel Ordóñez

El PSOE vive en estos momentos una de las horas más difíciles desde 1977. Probablemente, el elemento más singular de la actual situación sea que todos estamos igualmente afectados por el resultado electoral. Nadie puede argumentar una mayor autoridad que el resto de sus compañeros. Por esta razón, conviene reflexionar sobre las causas. Ahora no basta con escoger la mejor o el mejor. Todos estamos noqueados.

La actual estructura del PSOE se configura después de dos sucesos. El primero, la implosión de la UCD a manos de sus dirigentes, heterogéneos tanto en orígenes como en convicciones. El segundo, la crisis del 28º Congreso socialista, donde un debate nominal sobre el término marxista obligó a dimitir a Felipe González, que volvió como secretario general ante la ausencia de alternativas y con una resolución ambigua que asumieron los partícipes en aquella contienda bizantina.

Como consecuencia, se definió una estructura "preventiva" en la que el Gobierno gobernaba casi sin rendir cuentas, y el partido organizaba, discutía poco de política y casi nada de la acción gubernativa, legitimando con elecciones piramidales los diferentes poderes territoriales de la organización, que asumían la representación de la dirección y devolvían a los que les habían elegido cuotas de poder municipal o autonómico. Con delicadeza, Santos Juliá señalaba como hilo conductor "un valor preindustrial, el de la confianza". Una caracterización menos piadosa hablaría de lazos feudales de fidelidad. Los partidarios de uno u otro jefe se asocian en grupos que se denominan como en la política latinoamericana con su nombre, quedando como excepción la corriente Izquierda Socialista, que en este panorama más parece un equipo de polo jugando en un campo de hockey sobre hielo.

El PSOE es así un partido sobradamente democrático en la elección de sus dirigentes, e insuficientemente ideológico en la definición de su política. El déficit ideológico tuvo paradójicamente en el enfrentamiento entre Alfonso Guerra y Felipe González cierto paliativo, ya que el monolitismo gubernativo se compensaba con la discusión sobre el control de la organización. Con el paso del tiempo, los polos de decisión se han territorializado, pero también la legitimidad del secretario general ha llegado al paroxismo, hasta el punto de que en nuestros congresos se le elige primero y después propone a la Comisión Ejecutiva. El valor de la disciplina se reconoce como esencial, y la cultura interna evita la autocrítica hasta cuando se rectifica, considerándola un obstáculo para los resultados electorales cuando no una traición. Como se decía en las organizaciones clandestinas de la oposición al franquismo, "te vamos a hacer una autocrítica".

En las últimas elecciones, el PSOE fue a las urnas después de haber aplicado, por virtud y por necesidad, una política radicalmente diferente a los mensajes con los que concurrió hace cuatro años. Todo el partido defendió con convicción la labor gubernativa en 2008, y la hizo suya con disciplina en 2011. Que no se me interprete mal: creo que lo realizado era básicamente acertado. Pero miles de socialistas hemos defendido algo y lo contrario con la apariencia de la fe del carbonero, y nuestra credibilidad como partido se ha resentido. Porque lo realizado por el Gobierno es consecuencia también de algunas reflexiones discutibles, poco o nada analizadas en el partido, que no ha sido capaz de definir qué partes del ajuste debían descansar sobre el reforzamiento de la presión fiscal, sobre la disminución del gasto, y sobre las reformas.

Sería simplista atribuir a un único factor el derrumbamiento electoral. El brutal incremento del desempleo, la demagogia del Partido Popular, el hecho de que los electores de izquierda no se resignen con tanta facilidad como los de derechas a compartir la pérdida de riqueza, la dificultad de organizar con los sindicatos la parte del sacrificio correspondiente a los trabajadores que conservan su empleo para minimizar el desempleo han sido factores tan importantes o más que los comentados. Pero los socialistas estamos en la posición del comandante Marckinson, de Algunos hombres buenos, desesperado porque no es capaz de saber si pudo o no pudo evitar el desastre, pero conocedor de que no lo hizo.
La realidad es que en toda Europa la izquierda se hace más plural, y si el PSOE no asume diferentes sensibilidades, una fragmentación de la izquierda podría hacer que un partido de derecha unido ganara las elecciones con el 15% menos de apoyo que la izquierda. La realidad es que nuestra estructura orgánica repele a las personas más interesadas en el debate político que en la contienda interna. La realidad es que seguimos articulando el debate entre partidarios de alguien, mucho más que entre defensores de algo.

Necesitamos un PSOE en el que la discusión política no se difumine cuando el partido gobierne. En el que los programas no sean un mero trámite. En el que las diferentes sensibilidades tengan legitimidad propia y no otorgada. Que escoja parte de los delegados a los congresos en función de sus criterios en listas nacionales, y no de su pertenencia tribal. Necesitamos un PSOE más plural, y esto no es fácil, porque los medios de comunicación de la caverna seguirán anatemizando la discusión, caricaturizada de división, y porque la opinión pública asume cada vez más la política como simple consumidora. Debemos pues trabajar prudentemente, pero con decisión, porque si no corremos riesgo de languidecer.

Esto exige que los manifiestos promuevan ideas y no, aunque sea de refilón, personas; que las candidaturas expresen compromisos políticos y no simplemente diferentes encabezamientos; predicar con el ejemplo para conseguir una organización más democrática. La autonomía del proyecto socialista se construyó alrededor de una posición de fortaleza, la de la disciplina, que ha sido en el pasado mediato e inmediato el núcleo de nuestro éxito. Ahora esta muralla no nos defiende: impide a quienes están fuera que establezcan relación con nosotros.

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