Dominio público

La difícil guerra contra el sida

Pilar Estébanez

PILAR ESTEBANEZ

12-011.jpgEsta es la primera vez, desde que se identificó el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), que se puede hablar de un cierto grado de optimismo. Según los datos ofrecidos este año por ONUSIDA, por primera vez desde 2001 las infecciones nuevas han disminuido de 3 millones de personas a 2,7 millones. En muchos países se ha reducido el número de nuevas infecciones. La prevalencia (porcentaje de personas infectadas) se ha estabilizado. En muchos países del mundo con altas tasas la cobertura del tratamiento es prácticamente universal (Namibia, por ejemplo, ha pasado del 1% de enfermos con tratamiento en 2003 al 88% en 2007, y países como Botswana, Brasil, Chile o Costa Rica han llegado casi al 100%). Más de tres millones de personas de países pobres o en vías de desarrollo están recibiendo tratamiento antiretroviral, y el porcentaje de mujeres que reciben medicamentos contra el sida supera al de varones en casi todo el mundo. También se ha producido un descenso de la mortalidad relacionada con el sida en los dos últimos años: se ha pasado de 2,2 millones de muertos a dos millones en 2007. Por otro lado, se producen alrededor de 7.500 nuevas infeciones diarias.
Decíamos "un cierto grado de optimismo" al comienzo de este artículo porque también hay datos que nos llevan a pensar que no se está haciendo todo lo posible o bien que las cosas se han empezado a hacer bien un poco tarde. Por ejemplo, la epidemia de sida no ha cesado en ninguna parte del mundo. Frente a países en los que se ha estabilizado la epidemia, hay otros –y países no precisamente con poca población– en los que está aumentando la tasa de nuevas infecciones, como China, Indonesia, Mozambique, Rusia o Ucrania. Otra mala noticia es que están aumentando las nuevas infecciones por VIH en algunos de los países en los que se detectó la epidemia antes, como Alemania, Australia o Reino Unido.
A pesar del descenso de la mortalidad relacionada con el sida que indicamos más arriba, lo cierto es que el sida sigue siendo la principal causa de mortalidad en África, y es en África donde vive la mayoría de las personas con VIH del mundo, el 67%. El 60% de esas personas son mujeres, proporción que aumenta a dos de cada tres si nos referimos a los jóvenes.
La epidemia del sida hará prácticamente imposible que muchos países concreten los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Según un estudio de la revista PLoS Medicine, el sida impedirá lograr al menos cinco de los ocho objetivos: reducir a la mitad el hambre y la extrema pobreza, disminuir la mortandad infantil, conseguir la educación primaria universal, mejorar la salud materna y encontrar la cura de enfermedades infecciosas, como la tuberculosis y la malaria.

Más de 70 millones de personas han sido infectadas por el VIH en el mundo, y se calcula que ya han fallecido por esta enfermedad más de 30 millones de personas. Por otra parte, conviene recordar, una vez más, que esta epidemia sigue creciendo. Hasta ahora, el mayor impacto del sida se concentraba en África Central y del Sur. Pero los últimos informes, como se preveía, demuestran que se está extendiendo en países como Rusia, India y China, sobre todo en consumidores de drogas y entre el colectivo homosexual. Es el caso de China que suman el 40% de la población mundial y donde, si no se actúa con decisión, se podrían alcanzar tasas similares a las de África en pocos años.
Por lo tanto, en la lucha contra el sida, ¿avanzamos o retrocedemos?
Desde un punto de vista global, no conseguimos avanzar a causa de las nuevas infecciones y la mortalidad que están produciendo. Aunque el acceso a los medicamentos ha crecido, sobre todo en los países en vías de desarrollo, aún más de la mitad de las personas que necesitan tratamiento en esos países no pueden acceder a antirretrovirales y siguen muriendo por infecciones oportunistas que serían fácilmente evitables. Sida y pobreza siguen constituyendo, pues, una combinación nefasta.
Por otra parte, no podemos dejar de felicitarnos por la presión que las organizaciones humanitarias han ejercido sobre la industria farmacéutica. Las grandes empresas argumentaban hasta hace bien poco tiempo que el gasto de proporcionar antirretrovirales a bajo precio a los países pobres era inasumible, y que tendría poca eficacia hacerlo porque se presuponía que los enfermos de esos países no iban a ser capaces de seguir el tratamiento con la constancia necesaria. Bueno, pues ambos argumentos han quedado desmontados por la realidad. Los tratamientos han ido abaratándose y simplificándose y la gente que los recibe tienen perfecta conciencia de la necesidad de seguir el tratamiento con perseverancia: se trata, en definitiva, de una cuestión de vida o muerte.
Aún quedan barreras por vencer, como los prejuicios que siguen rodeando el sida y que dificultan o impiden, por razones ideológicas o religiosas, la toma de decisiones que no se pueden demorar. La Iglesia católica, su cúpula, es culpable de que en muchos países africanos o latinoamericanos aún haya dificultades para poner en marcha sencillos programas de prevención, como el acceso a preservativos o a información para los más jóvenes que ayudarían a evitar muchas infecciones nuevas. No puede ser que a estas alturas la única alternativa al sida que ofrece la Iglesia sea la castidad o la fidelidad, que se sigan oponiendo a la difusión de campañas o a hablar de la prevención en las relaciones homosexuales o en el consumo de drogas. Es incomprensible que sigan sin entender –o sin querer entender– nada. Algún día deberemos pedirles cuentas por lo que es una verdadera irresponsabilidad casi criminal.

Pilar Estebanez es Presidenta de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria

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