Ecologismo de emergencia

Cambio climático, soberanía alimentaria y perspectiva de género: la respuesta vendrá del Sur

Eva García Sempere

Eva García Sempere

Cambio climático, soberanía alimentaria y perspectiva de género: la respuesta vendrá del Sur
"Para los de arriba hablar de comida es una pérdida de tiempo. Y se comprende, porque ya han comido" (Bertolt Brecht)

"Desafiar al patriarcado actual es un acto de lealtad hacia las generaciones futuras y la vida, y hacia el propio planeta." (Ynestra King, en la I Conferencia Ecofeminista)

Que el cambio climático es una realidad que constituye la mayor amenaza conocida al acceso a alimentos sanos y suficientes, que pone en peligro la seguridad nutricional y que afecta muy especialmente a las comunidades más vulnerables y, dentro de ellas, a la infancia y las mujeres de manera devastadora, es algo que ya muy pocas personas se atreven a negar.

Y, por ello, hablar de garantizar el derecho a la alimentación sin hablar, también, de la lucha contra el cambio climático es un brindis al sol. Pero vamos más allá: hablar de estas dos cuestiones sin enfrentar la lucha social que se está dando en el genérico Sur y la lucha contra el modelo patriarcal es, cuanto menos, una falacia.
Porque al fin, para asegurar una correcta y completa nutrición, ¿no es necesario poder acceder a los alimentos? ¿para ello no deviene fundamental acceder a la tierra? Y, habida cuenta de que las principales alimentadoras y proveedoras de los recursos necesarios para vivir son las mujeres ¿no sería especialmente importante que fueran las mujeres quienes tuvieran más facilidad para acceder a la tierra y los recursos? Asimismo, ¿no es del todo imprescindible que existan esos recursos a los que se quiere acceder?
Para garantizar el derecho a la alimentación debemos empezar a poner en pie políticas públicas valientes que aborden estas cuestiones de manera transversal:

  • La lucha contra el cambio climático, para que los recursos necesarios para producir alimentos sigan existiendo.
  • Lucha contra el modelo de agricultura industrial, intensiva, deslocalizada, kilométrica, y basada en transgénicos y semillas patentadas que no solo agudiza el cambio climático gracias a sus más que notables emisiones de CO2, sino que impide de facto que los alimentos lleguen a las comunidades, que se basa en pocos alimentos y en muchos casos, alejados culturalmente de nuestra alimentación. Además de concentrar en muy pocas especies vegetales y menos variedades aún nuestra cesta básica, lo que lleva por un lado a pérdida de biodiversidad vegetal cultivada y, a consecuencia de esto mismo, a poner en riesgo el acceso a alimentos debido a los impactos y la ausencia de resilencia a plagas, catástrofes climáticas y el más que evidente riesgo geopolítico, al concentrarse en pocas manos y países la producción.
  • Lucha contra las tensiones sociales y los conflictos agudizados en los últimos años alrededor del acceso a la tierra y recursos.

Lucha contra el modelo heteropatriarcal que lleva a la exclusión a mujeres y niños, primeras víctimas de los conflictos, y que mantiene en una permanente incertidumbre en cuanto al acceso a la producción, al carecer en muchos caso incluso de la cobertura legal suficiente para poder permanecer en sus tierras.

 

Todos estos riesgos vienen recogidos, incluso, por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura en su informe "2017 El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo. Fomentando la resiliencia en aras de la paz y la seguridad alimentaria". Sería verdaderamente maravilloso que los gobiernos leyeran los informes que salen de los propios organismos en que participan ¿verdad?
Por aportar algunas ideas al debate de en qué deberían concretarse esas políticas valientes a las que hacía referencia, recojo lo que plantea el resultado de una exhaustiva consulta internacional impulsada por el Banco Mundial en partenariado con la FAO, el PNUD, la UNESCO, representantes de gobiernos, instituciones privadas, científicas, sociales, etc, que involucró a más de 400 científicos y expertos en alimentación y desarrollo rural: que la soberanía alimentaria, basada en la agrodiversidad y en la agricultura familiar, campesina, y ecológica es quien realmente puede alimentar al mundo.
Sin embargo, no sólo un cambio de modelo agrícola basta para garantizar la Soberanía Alimentaria de los pueblos: es necesario revisar la cadena alimentaria en su conjunto, especialmente en cuanto a romper el monopolio de la gran distribución, que asfixia la producción y mantienen presas a las personas consumidoras: hay que apostar por circuitos cortos de comercialización (mercados locales, venta directa, grupos y cooperativas de consumo agroecológico, etc) evitando intermediarios y estableciendo relaciones cercanas entre ciudadanía productora y consumidora, basadas en la confianza y el conocimiento mutuo, que nos conduzcan a una creciente solidaridad entre el campo y la ciudad. Todo ello, con el objetivo de acabar con un modelo profundamente petrodependiente que, para colmo, está abocado al colapso en pocos años.
Tampoco podemos dejar de destacar el hecho de que las personas agricultoras familiares, y muy notablemente las mujeres, son quienes mantienen un acervo de conocimientos tradicionales que les permiten conocer de manera muy precisa el ecosistema en que viven y desarrollan su actividad, además de ser capaces de detectar los cambios que acontecen en el mismo (derivados de los impactos en el territorio y/o del cambio climático) lo que les lleva a desarrollar técnicas de manejo agrícola innovadoras incluso en espacios naturales marginales.

Indudablemente el alimento es cultura y es por ello que la soberanía alimentaria, una propuesta que parte de los países latinoamericanos, incluye valores culturales que cuestionan con fuerza el modelo agroindustrial hegemónico actual, occidentalizado, patriarcal, hipertecnificado, donde se evidencia la fragilidad de un sistema que pretende asimilar comida con alimentación y abundancia con equidad. Nada más lejos. La evidencia de 815 millones de personas que pasan hambre en el mundo es la bofetada de realidad que nos urge a la transición hacia esa soberanía alimentaria impulsada por alianzas y organizaciones de mujeres campesinas e indígenas que nos han enseñado el camino.

Pero yendo más allá: necesitamos otra manera de planificar y entender la economía. La socialización en la toma de decisiones ha de abrirse a distintos actores, garantizando la suficiente pluralidad en la adopción de las estrategias, coordinando los distintos y legítimos intereses. Abundando en la cuestión de democratizar los espacios productivos, favorecer las organizaciones de personas productoras, ecologistas y ambientalistas, especialmente aquellas formadas por mujeres, resulta una necesidad si se trata de garantizar que se les incluye en los procesos de toma de decisiones. Y por qué no, incluir el concepto de Soberanía Alimentaria como derecho constitucional.

Por último, ser capaces de poner en marcha un modelo de enseñanza-aprendizaje en el que se destierre el dogma "el norte enseña, el sur aprende" con maestros y científicos que hablan y campesinas que escuchan. Y en este sentido, hemos de decirlo claramente, han sido las mujeres indígenas, protectoras y guardianas de la tierra quienes más han avanzado, entendiendo que no nos valen los modelos económicos, culturales y sociales en los que estamos excluidas las mujeres, quien produce a pequeña escala, los y las defensoras de la tierra y sus recursos: Debemos reconstruir las relaciones de poder.

Para terminar, una reflexión: todas estas propuestas y aportaciones al Derecho de la Alimentación defendidas desde distintas instituciones y organizaciones internacionales, quedan en barbecho si no tenemos la posibilidad de reclamarlo. Esto que denominamos justiciabilidad, que no es sino la posibilidad de demandar judicialmente la restitución de un derecho vulnerado. Igualmente importante resulta respetar otras soberanías alimentarias y poner límite a la compra de tierras en África, Asia y América Latina por parte de gobiernos e inversores privados del Norte. La respuesta vendrá del sur si somos capaces de transferir esas buenas prácticas de las organizaciones campesinas, no si les usurpamos sus derechos.
Los derechos de la tierra no pueden esperar; las personas que vivimos en ella, tampoco.

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