Ecologismo de emergencia

El PSOE y los toros

Juan Ignacio Codina

Las palabras progreso y tauromaquia no deberían aparecer en una misma frase jamás, salvo para oponerse entre sí. Aun así, en las últimas semanas, algunos dirigentes del actual PSOE han defendido públicamente una supuesta vinculación de la izquierda a la tauromaquia olvidando que, desde sus orígenes, los socialistas abrazaron el progreso y, al mismo tiempo —o precisamente por ello—, se mostraron tajantemente contrarios a la tauromaquia, a la que consideraban, literalmente, «vergonzosa e innoble, sello de la barbarie nacional». Sin embargo, más de cien años después, como digo, algunos socialistas pretenden transmitir la idea de que la izquierda cuenta con una histórica tradición a favor de la tauromaquia. Bien, con los datos en la mano, veamos qué hay de verdad en ello. 

Comencemos planteando el contexto, pues toda historia requiere de un contexto. Nos situamos a finales del siglo XIX y comienzos del XX. En aquellos años, la tauromaquia era un espectáculo de masas en España, muy similar a lo que podría ser hoy en día el fútbol. A diario se publicaban numerosas gacetas dedicadas a estos espectáculos sangrientos, por cada rincón se levantaban plazas de toros, y los toreros de la época eran más conocidos que algunos de nuestros más ilustres literatos —en esto último, la verdad, no hemos cambiado mucho y, si no, que se lo digan a algunas cadenas de televisión—. En fin, la tauromaquia era, en definitiva, el opio del pueblo, un pueblo que, por cierto, se desvivía por estas inhumanas costumbres. 

En este contexto, sobre todo los sectores más progresistas y reformadores, no dudaron en señalar la tauromaquia como una lacra que impedía que nuestro país saliera de su atávica situación de hambruna cultural, de ignorancia, caciquismo, corrupción y apatía social y política. La situación no era en absoluto nueva. Como suele pasar, las cosas no surgen de un día para otro, sino que se cuecen, a fuego lento, durante años, incluso durante siglos. Así es como actúa la historia, y como debe ser comprendida. No en vano, desde el Renacimiento hasta la Ilustración, pasando por el Regeneracionismo del XIX y la Generación del 98, cada vez que en nuestro país surgía un movimiento social, cultural o político que aspiraba a modernizar España, señalaba la tauromaquia como uno de los obstáculos que impedían este ansiado progreso educativo, social y político. 

Así llegamos a finales del XIX y comienzos del XX, cuando a la tauromaquia le sale un nuevo gran opositor: el movimiento obrero en general, y el socialismo en particular, quien, agitando la bandera de la emancipación, del progreso y de la cultura, se enfrentó directamente a la tauromaquia. No nos debe extrañar en absoluto la férrea oposición de los socialistas a los espectáculos crueles. De hecho, si de lo que se trataba era de que el elemento obrero fuera consciente de la explotación a la que era sometido por parte de los poderes establecidos, para así poder romper las cadenas que le oprimían, lo primero que había que hacer era evitar aquellas distracciones que le impidieran alcanzar su conciencia de clase. Y la tauromaquia no solo suponía una gran distracción sino que, además, fomentaba su embotamiento ético y su embrutecimiento, alejando al elemento obrero de cualquier aspiración combativa o crítica. Como digo, la tauromaquia era —y en mi opinión sigue siendo— un opio para el pueblo, un poderoso elemento narcotizante. Era, en definitiva, un arma social de distracción masiva que los poderes fácticos usaban para mantener al pueblo controlado o, como diría Unamuno, estupidizado, es decir, alejado de cualquier inconveniente propio de un pensamiento crítico. 

Pero, ¿en qué consistía ese poder estupidizador que la tauromaquia ejercía sobre el obrero? El filósofo Ortega y Gasset nos lo cuenta con claridad en su obra La caza y los toros. Ortega escribe que «[...] Los romanos iban al circo como a la taberna y lo mismo hace el público de las corridas de toros: la sangre de los gladiadores, de las fieras, del toro opera como droga estupefaciente [...]. La sangre tiene un poder orgiástico sin par». Así pues, el gran filósofo —que además no puede ser tachado de antitaurino, ni mucho menos— lo deja muy claro: es la expectativa de sangre —tanto humana como animal— la que ejerce en el público ese poder hipnótico, embriagador, narcótico y hasta sedante. Ante este panorama, ¿cómo iba a ser posible hacer ver al obrero que debía enfrentarse a su opresión cuando estaba, como dice Ortega, atontado con semejante estupefaciente?

De este modo, los socialistas identifican la tauromaquia como uno de los enemigos de la lucha de clases, y emprenden importantes campañas antitaurinas. A sus ojos, la tauromaquia es la última responsable del embrutecimiento del elemento obrero, que, bajo los efectos narcóticos de la barbarie, llega a desocuparse de sus deberes ciudadanos, olvidándose de las injusticias sociales, mirando para otro lado ante los abusos de los gobernantes y empresarios y, en definitiva, dejando de lado al débil frente a su explotador. Este poder estupidizador de la tauromaquia no era nada nuevo: se trata de algo que, bajo el nombre de Pan y toros, está en el ADN de la historia de España. Como pasaba con el Pan y circo romano, las políticas españolas del Pan y toros consisten, precisamente, en la utilización de los espectáculos taurinos como instrumento de control popular, fomentando la barbarie del ciudadano en vez de promover su educación. Estas políticas las encarnó como nadie el Borbón Fernando VII quien, durante su reinado a comienzos del XIX, cerró las universidades y periódicos y, a cambio, creó una escuela taurina en Sevilla. Esta es la esencia del Pan y toros: menos libros y más corridas, menos universidades y más plazas de toros. La idea consiste en que un pueblo analfabeto, embrutecido y narcotizado por la violencia y la sangre resulta más manejable que uno ilustrado, sensible, crítico y reflexivo. Tristemente, y aunque parezca mentira, estas políticas continúan aplicándose hoy en día. 

Pero, antes de proseguir, dejemos muy clara una cosa. La cuestión política no es la única que induce a los socialistas a condenar la sangrienta tauromaquia. Ni mucho menos. De hecho, desde sus orígenes, los socialistas también denuncian estas diversiones por la crueldad con que en ellas se martiriza a los animales —toros y caballos—, y también por la muerte de personas. Por todo ello, y durante décadas, el mensaje de la prensa obrera se centra en proclamar los valores del antitaurinismo. Se trata, como digo, de un intento civilizador, de la proclamación de una nueva cultura cuyo alcance también pasa por la supresión de las corridas de toros, que son vistas como un claro síntoma del retraso cultural de España. Así, al llegar al siglo XX, el movimiento obrero mueve ficha y, en su afán de progreso, se opone a ellas. En este contexto surgen todo tipo de publicaciones de izquierdas que, como Acción Cultural, Tierra y Libertad, Los miserables o Sabadell Federal, entre otras, animan a los obreros a no acudir a las plazas de toros. 

Pero, si hemos de citar publicaciones de izquierdas que hicieron campañas antitaurinas, debemos referirnos cuanto antes a El Socialista, el máximo órgano de expresión del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), un periódico fundado por el mismísimo Pablo Iglesias Posse —que, a su vez, fue uno de los fundadores del PSOE— y que además, y durante años, él mismo dirigió. Como digo, desde las páginas de El Socialista se llevaron a cabo destacadas campañas antitaurinas. Por ejemplo, en 1904 —pasen y vean, ahí está la hemeroteca— en la portada de El Socialista se reproducía un artículo directamente titulado ¡Abajo las corridas de toros! y que venía firmado, nada más y nada menos, que por el ilustre socialista Matías Gómez Latorre (1849-1940). Gómez Latorre no era un don nadie en el socialismo español: fue uno de los fundadores del PSOE, fundador de la Agrupación Socialista Madrileña, vicepresidente del Comité Nacional del PSOE y miembro de la primera Redacción de El Socialista. Para dispersar cualquier duda acerca de su postura antitaurina, Gómez Latorre escribe que la oposición a las corridas de toros, acerca de la cual, asegura, han recibido apoyo y felicitación «de numerosísimas Sociedades obreras de toda España», tiene un fundamento ético y  cultural, y defiende que los socialistas propugnan «la total abolición de las corridas de toros». Asimismo, considera que la tauromaquia es «un espectáculo bárbaro y sangriento», y tilda a las corridas de «costumbres embrutecedoras». Al terminar el texto, en una interesante apostilla al artículo, el propio El Socialista pide apoyos para acabar con las corridas para evitar «perpetuar costumbres bárbaras que nos denigran y embrutecen». 

Otro ejemplo. En 1913, también en la portada de El Socialista, se publicó otro artículo en el que el periódico se vanagloriaba de no dedicar ni un renglón a informar sobre tauromaquia, a pesar, decía, de que ello le restaba lectores y, por tanto, ingresos. El texto no dejaba lugar a dudas: El Socialista no informaba sobre tauromaquia «en noble odio contra la fiesta vergonzosa e innoble, sello de la barbarie nacional», y terminaba refiriéndose a las aficiones tauromáquicas como «incultas y brutales». 

Esta oposición de los socialistas a la tauromaquia fue tal que, hasta personajes de la talla de Miguel de Unamuno o Emilia Pardo Bazán, alabaron públicamente los esfuerzos antitaurinos del PSOE. Unamuno, por ejemplo, celebra que el partido socialista, «con una gran clarividencia de los intereses morales de la clase obrera, ha hecho en España campañas contra las corridas de toros», y asegura que la prensa socialista ha sido «la más hostil a las corridas de toros». Unamuno, que era un gran antitaurino, no podía menos que reconocer y animar a los socialistas a combatir los espectáculos sangrientos que él mismo tanto detestaba. Y Pardo Bazán, que a lo largo de su vida evolucionó hacia posturas claramente antitaurinas, también aplaudió los esfuerzos antitaurinos de los socialistas, aunque consideraba que todavía se podía hacer mucho más. Así, la autora de Los Pazos de Ulloa escribe que «El socialismo es una fuerza en bastantes sentidos de la palabra. Si se colocase resueltamente frente a la oleada taurina, le serviría de dique. Una propaganda [antitaurina] tan provechosa la aplaudiríamos sin reserva».

En fin, la situación está bien clara. El dilema está entre progreso, por un lado, y barbarie y embrutecimiento, por el otro. Y los socialistas, como queda claro, apostaron por el progreso. Y se pueden citar más ejemplos de socialismo antitaurino: el cántabro Luis Araquistáin (1886-1959), miembro del PSOE y convencido europeísta, que fue diputado en Las Cortes durante la II República; el asturiano Manuel Vigil Montoto (1870-1961), miembro de la Comisión Ejecutiva del PSOE, diputado del PSOE, y presidente de la Federación Socialista Asturiana; o el jurista gallego Antonio Romero Ortiz (1822-1884), considerado como uno de los precursores del socialismo en España. Todos ellos reconocidos antitaurinos. Por no hablar de publicaciones que, desde el reformismo socialista y socializante, también mostraron su antitaurinismo, como el semanario España, fundado por José Ortega y Gasset en 1915, o La voz del obrero, que en 1913 publica un manifiesto antitaurino. También las juventudes socialistas se posicionaron contra la tauromaquia en toda España. La de Éibar, por ejemplo, publica en 1914 otro manifiesto antitaurino en el que se puede leer: «Cuarenta mil razones tenemos para repudiar ese espectáculo bárbaro e inmoral, en el que se asesina de la manera más ignominiosa y cobarde a los animales más nobles y útiles al hombre: el toro y el caballo». Asimismo, los ateneos y centros culturales obreros, cuya aspiración era la de promover la formación y la cultura entre los obreros, apoyaron y organizaron abundantes actos antitaurinos a comienzos del siglo XX. No era de extrañar que, quien pretendía fomentar la cultura entre los más desfavorecidos, se opusiera a la tauromaquia, que procuraba  exactamente lo contrario. 

Así pues, no se puede sostener de ningún modo que el socialismo histórico haya hecho bandera de la tauromaquia. Como hemos visto, es más bien al contrario. ¿Quiere eso decir que todos los socialistas, toda la gente de izquierdas o todos los obreros fueron antitaurinos? No. Seguro que, individualmente, ha habido elementos que han apoyado la tauromaquia, algunos de ellos sobradamente conocidos. De ellos sabemos que fueron taurófilos, pero lo que dudamos es que fueran progresistas, al menos en lo referente a esta cuestión. 

En definitiva, una cosa debe quedar muy clara: no hay tradición taurina en la izquierda española. La única tradición que hay es la antitaurina. No nos engañemos y que no nos engañen, el socialismo original perseguía el progreso, y por eso era antitaurino. Sin duda, estaremos más cerca del progreso cuando hayamos dejado, olvidadas en las alcantarillas de la historia, las sangrientas costumbres tauromáquicas. Y eso, los históricos socialistas, lo entendieron a la primera. Mientras tanto, algunos de los actuales socialistas, que han salido del armario tauricida, no deberían hacer pasar sus violentos gustos personales por libertad o progreso. Porque hay algo evidente: el progreso pasa, necesariamente, por ampliar nuestro círculo de compasión hasta incluir en él también a los demás animales. Progresen, por favor, progresen.

 

Juan Ignacio Codina, periodista, doctor en Historia, subdirector del Observatorio Justicia y Defensa Animal y autor de ‘Pan y Toros. Breve historia del pensamiento antitaurino español’ 

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