EconoNuestra

De gobiernos caídos y demás

Iskra Velitchkova
Miembro del colectivo econoNuestra

Resulta frecuente en estos días que corren —en los medios, entre los expertos, e incluso ya en la calle—, la búsqueda de nuevas alternativas al dogma ortodoxo con el que llevamos alimentando durante décadas a nuestras economías occidentales. Que el agua al cuello espabila.

La supremacía de los mercados, el triunfo del montaje financiero frente a la economía real o la globalización de los factores productivos; tratados todos ellos como si fueran el orden natural del mundo. Tanto es así que en la actualidad, la carrera a la que se enfrentan las economías más prósperas, una vez rendida la espacial, no es más que la pugna hacia una nueva era de colonización —¿la 2.0?—, en la que, con esa misma elegancia y sutileza con la que la libre circulación de capitales ha forjado la quimera, hemos logrado hacer frente a la escasez de un mundo cada vez más heterogéneo, con el saqueo a los que cínicamente llamamos emergentes.

Branco Milanovic, reconocido economista del Banco Mundial por sus análisis de desigualdad y distribución de renta, vaticina en su libro Los que tienen y los que no tienen los principales desafíos para este siglo XXI, que de manera un tanto tempestuosa, acabamos de arrancar. Entre ellos encontramos el desarrollo de África, el encuentro pacífico entre China y el mercado occidental o la llamada a Latinoamérica a volver al mundo real. Sin duda enmiendas importantes.

No obstante, consciente de que en época de vacas flacas, la paz mundial y la lucha contra el hambre, quedan lejos de las preocupaciones de muchos de los parados, de los desahuciados o de los intrépidos emprendedores, que jóvenes y aventureros, están ocupados en hacer la maleta —en un momento en el que la clase media parece correr la misma suerte de los dinosaurios—, deberíamos plantearnos qué lugar ocupamos en el mundo.

Y es que, y avisando de que las próximas líneas pueden herir la sensibilidad del lector: la colonización 2.0 ha llegado a Europa.

Por desigualdad entendemos tanto la llamada de clase, es decir, la que nos sitúa jerárquicamente por encima o por debajo de los estándares establecidos, (que hay ricos y pobres en todas partes), y por otro lado: la de situación. Esta última, pone de manifiesto que las distinciones responden, de la manera más amarga posible, a nuestro lugar de origen.

Centrándonos ahora en el caso europeo, esta internacionalización autárquica que vivimos, de sospechosa osadía, nos enfrenta de manera provocativa a la primera potencia económica mundial. Mientras se comprueba que en Estados Unidos las diferencias son de clase (la distribución de rentas es similar entre estados), en Europa, estas son de situación, es decir, las mayores desigualdades se producen al comparar países.

Y he aquí el aviso a corazones sensibles: una vez ajustada la renta al nivel de precios de cada país (en paridad de poder adquisitivo, para que sea comparable), observamos que en la distribución de la renta de los miembros comunitarios subyace una brecha difícil de asumir.

Según fuentes del Banco Mundial, si nos acogemos a los extremos, esto es,  analizando a Luxemburgo como país de renta per cápita más alta, y a Rumanía, como escenario opuesto; descubrimos cómo el 5% de la población más pobre del primero dispone de más renta que el 5% de mayor renta del segundo. Se podría decir que, exceptuando casos atípicos, cualquier persona de Luxemburgo dispone de más renta que cualquier rumano; no hay solapamiento, donde acaba uno, empieza el otro. O por solidaridad con la actualidad, reduciendo la tensión de los extremos, en uno de los países más ricos, Dinamarca, el 5% de sus habitantes más pobres, disponen de más renta que el 85% de los búlgaros. Y es así como, de la teoría a la realidad, acaba de caer el primer gobierno y es precisamente el de Bulgaria.

"Con una pensión mínima de 70 euros (140 levas), un salario mínimo de 150 euros y unas tasas de desempleo insostenibles, la gente ha llegado al límite por no poder pagar las facturas, de las cuales un 40% deriva del consumo y el 60% de impuestos, alcanzan, en algunos casos, los 500 euros al mes. La gente no quiere más gobiernos, sino personas que gobiernen. Las políticas europeas nos están privando de sanidad pública y los criterios fiscales que se nos exigen, los acabamos pagando los ciudadanos", cuenta H. Krustev, jubilado búlgaro, dos días después del anuncio de dimisión en bloque del gobierno del primer ministro Boiko Borisov, el pasado 21 de febrero.

Algunos dicen que no es más que propaganda, que tras la quijotesca gesta, el gobierno llegará más reforzado que nunca a las próximas elecciones. Todo sea quejarse, supongo. Y es que de eso saben. Que gracias a cada cual peor de los que ascendieron tras la llegada del capitalismo libertador de los noventa, cada vez más cerca del club de los magníficos, el camino parecía que iba a ser fácil. Y corto. Que tras el barullo de un país por hacer, durante casi dos décadas, al final llegó la recompensa, y con el entusiasmo con la que se ven las cosas grandes, con la alegría de los que creen en los milagros, y con la apatía de los que prevén el futuro, la plaza Battenberg de Sofía celebró la Nochevieja de 2006, la entrada en la Unión Europea. Bendita conquista.

Sea como sea, estas cosas pasan. Que siempre se puede estar peor, imagínense un corralito. Menos mal que eso es tan improbable como que España pase de cuartos en el Mundial.

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