EconoNuestra

¿Reinventar Europa? Y ¿exactamente, para qué?

Pedro Chaves Giraldo
Miembro de econoNuestra y profesor de la Universidad Carlos III de Madrid

Del 10 al 12 de octubre se han celebrado en Bruselas en el Palais de Beaux-arts (Bozar) unas jornadas organizadas por el periódico Le Nouvel Observateur y que han contado con la colaboración de algunos de los más importantes medios de comunicación europeos, grandes empresas y conglomerados industriales y las instituciones europeas. El tema de las jornadas se expresaba como un deseo: Réinventer l’Europe.

Y el folleto de convocatoria enunciaba unos perfiles críticos que prometían debate y contraste de opiniones: Año a año los pueblos se desentienden de Europa. Año a año el continente permanece confinado en la estagnación económica y el paro masivo. Año a año, se duda cada vez más de que la Unión Europea sea capaz de salir de su apatía y jugar de nuevo un papel en la escena internacional. (...) Desencanto de la opinión pública, que esperaba protección de Europa y no recibe más que exigencias y demandas de sacrificios? Es tiempo de reaccionar. Y terminaba el llamamiento con una apelación llena de sentido y pasión: Réinventons l’Europe!

Para ello estaban convocadas casi 20 mesas redondas y cerca de 100 especialistas de todos los espacios y sectores. Entre ellos algunos dirigentes de primer nivel y directamente responsables de las políticas europeas: Van Rompuy (Presidente del Consejo Europeo); Felipe González o José Luis R. Zapatero; Joaquín Almunia (comisario de la competencia), Mario Monti, Guy Verhofstadt, Hubert Védrine, Pascal Lamy, Michel Onfray y otros.

Todas las actividades contaron con llenos completos en todas las salas (casi mil personas en el auditorio grande y entre 150 y 300 en los más pequeños) y tuvo gran impacto mediático en Bélgica y Francia.

Pero la cuestión es a quién se estaba convocando para preguntarse acerca de las posibilidades de la reinvención de Europa y con qué objetivos.

Desde el comienzo llamaban la atención cuatro cosas significativas: en primer lugar, el desequilibrio en la representación de géneros: apenas 10 mujeres entre el casi centenar de participantes. La segunda, que la representación política en las jornadas estaba circunscrita a la socialdemocracia y el centro-derecha; ninguna representación de la izquierda alternativa; una diputada de los verdes belgas y un diputado del Partido por la Independencia del Reino Unido. La tercera es la sobrerrepresentación de las empresas frente a la representación sindical. Sólo la Secretaria General de la FGTB belga estuvo presente en una mesa en la que también se encontraba el comisario europeo de Empleo (László Andor) o el presidente del grupo GDF-Suez (Gérard Mestrallet).

La cuarta es que apenas había presencia de representantes –en cualquier nivel o forma– de los países de la Europa central y oriental.

La representación de las voces críticas que impugnaban de una u otra manera las políticas promovidas desde las instituciones de la UE con la connivencia de la mayoría de los gobiernos, quedaba reservada a algunos intelectuales y académicos, como si lo crítico sólo ostentase el espacio de representación de la reflexión pero no de la política. Es decir, que para reinventar Europa se llamaba a reflexionar a los mismos que han producido el desencanto y desencuentro que motiva la preocupación que convoca a las jornadas. Singular paradoja.

Podría presumirse, no obstante, que las evidencias de la realidad llevarían a considerar con un cierto realismo y veracidad la situación. Dando por bueno, incluso, que los representantes de las instituciones europeas defenderían su trabajo, que los representantes empresariales preguntarían qué hay de lo suyo y los responsables de gobierno se esconderían detrás de los "brotes verdes".

Pero los debates han mostrado hasta qué punto el mainstream europeo adolece de un análisis global de la situación y carece por completo de un proyecto estratégico para el futuro. Desde Van Rompuy a Monti, o el mismo Delors –uno de los más críticos con la situación actual– defendieron, de una o de otra manera, el proyecto de integración europeo sin alteraciones. Van Rompuy decía que antes que reinventar había que salvar el proyecto europeo; o Monti que lo que no hay que inventar en absoluto es el modelo mismo; o el mismo Delors afirmando su convicción en la validez del método comunitario.

Los aspectos críticos señalados por Felipe González, Zapatero o Guy Verhofstadt hacían referencia a las culpas de Alemania, las insuficiencias del Banco Central Europeo o la pérdida de los tradicionales valores europeos. Pero ninguna reflexión sobre la relación que pueda existir entre la arquitectura europea y la gestión de la crisis económica, por ejemplo. Y menos aún una reflexión crítica sobre lo que uno hizo cuando tuvo responsabilidades de gobierno. Como suele suceder con ex responsables políticos, nadie diría, escuchado a Zapatero, que él fue presidente del Gobierno de España durante dos legislaturas.

Hubo otros matices críticos que quedaron circunscritos al eje crecimiento-austeridad. Para los representantes de la socialdemocracia, pero también para los representantes de los sectores empresariales industriales, la receta de la austeridad está deprimiendo el sur de Europa sin que se alcancen a ver los resultados de tanto sacrificio. Pascal Lamy enunció, por ejemplo, la crítica más consistente, desde una perspectiva socialdemócrata, a las políticas de austeridad: sin crecimiento económico, el estado social europeo y, por tanto, el modelo europeo, es imposible e inviable. Pero ninguna idea de qué podría significar el crecimiento de ahora en adelante y cómo hacerlo compatible con las demandas ecológicas.

De la parte del centro-derecha, autosatisfacción y exigencias más contundentes respecto a las políticas de recortes, etc. La idea central en estos discursos es que no estamos ante una crisis europea, estaríamos ante una crisis de las finanzas y de los estados del sur de Europa que han gestionado mal sus recursos económicos. Se afirmó incluso –Didier Reynders, Viceprimer ministro belga– que el sector financiero ya había pagado sus errores y que lo había hecho sin repercutir los costes sobre los contribuyentes. O Yves Leterme, secretario general adjunto de la OCDE, defendía las políticas de rigor como una exigencia ineludible de los mercados a los que había que dar satisfacción.

La inmigración estuvo presente de dos formas: como recuerdo de lo ocurrido en Lampedusa y como problema, eso es todo. Ningún representante institucional de Europa dijo una palabra sobre el asunto.

Hubo opiniones más críticas entre los escritores e intelectuales o entre algunos de los académicos. El escritor belga de más proyección pública, Eric-Emmanuel Schmitt, culpaba al mercado y al espíritu de mercado del fracaso del sueño europeo; cosas parecidas defendía Michel Onfray, que se preguntaba por el sentido de la demanda a reinventar Europa: "No se reinventa un agonizante", decía. Michel Piketty o Paul de Grauwe señalaban cosas como el crecimiento de la desigualdad o los costes sociales de las políticas de austeridad.

Una preocupación general en este pensamiento dominante es el incremento esperado de las opciones "populistas" en las próximas elecciones europeas. Hay que decir que denominan así a todas aquellas opiniones que impugnan el proceso de integración europeo en general –la mayoría de la extrema derecha–, o que critican la deriva actual del mismo y llaman a su refundación –la mayoría de la izquierda alternativa–. Pero ninguna reflexión que pudiera poner en relación el aumento de las opciones políticas antieuropeas con las políticas que la propia Unión promueve o ampara.

En fin, el conjunto de opiniones, reflexiones y propuestas, considerando que el espectro programático e ideológico que las jornadas reflejan concierne a las dos grandes familias políticas que han dirigido el proceso de integración europeo tal y como lo conocemos, nos permite extraer algunas conclusiones tentativas a confirmar en los próximos meses, al calor de los debates relacionados con las elecciones al Parlamento Europeo.

La primera sería que los que han sido hasta ahora principales actores de la construcción europea en el plano político y social, son conscientes de la pérdida de vitalidad del compromiso ciudadano y de la aparición de críticas que impugnan abiertamente este proceso. Dicho esto, la conciencia de la situación no parece traducirse en ninguna propuesta política concreta ni en ninguna demanda expresa de cambio de rumbo. Los Comisarios europeos presentes en los debates (Almunia entre ellos), se dedicaron a justificar a la Comisión, a descargar responsabilidades sobre los estados y a negar la mayor: que ellos estén defendiendo las políticas de recortes.

La segunda es que el proceso de integración se ha politizado de manera irreversible, eso quiere decir que se han abierto fisuras importantes en la coalición dominante que, hasta ahora, gestionaba el proceso y que no hay acuerdo ni claridad respecto a qué hacer de ahora en adelante. Esa incertidumbre y crisis de la coalición dominante abre un espacio de oportunidades políticas que puede ser aprovechado. El matrimonio sagrado ente la democracia cristiana o el centro-derecha y la socialdemocracia, está en suspenso y en abierta crisis. No está escrito que esa crisis deba acabar en ruptura, pero tampoco va a continuar como hasta ahora. Lo que sí ha ocurrido y va a profundizarse en el futuro próximo es la articulación del debate sobre el proyecto europeo en el eje izquierda-derecha.

La tercera cuestión es que hay demanda de un discurso crítico con capacidad de ilusionar. Una de las cosas llamativas de las jornadas es la presencia masiva de jóvenes. Puede que haya una explicación coyuntural o circunstancial, pero lo cierto es que la generación pos-universitaria ha sido, hasta ahora, la más europeísta y ambiciosa en sus demandas de articulación europea. En la actualidad vive el desencanto y reivindica respuestas sin negar la condición europea de sus expectativas.

Hay necesidad de reinventarse Europa y condiciones para hacerlo, pero no son posibilidades al alcance de los que han sido responsables del destrozo con cuyos restos tropezamos cotidianamente. Para ellos, reinventar Europa es la continuación de la pesadilla en la que vivimos.

 

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