EconoNuestra

El paro, culpa de los asalariados

Jordi Angusto
Economista Crítico y miembro de la Asociación econoNuestra

Si más no, eso es lo que deben pensar en el servicio de estudios de un banco cuyo nombre prefiero olvidar, cuando afirman que de bajar un 7% más los salarios aumentaría la ocupación un 10%, de forma que la masa salarial aumentaría un 3% y los beneficios, como el PIB lo haría en un 8%, también aumentarían y por valor de un 5%. Un maravilloso círculo virtuoso que la rigidez de los asalariados y sus sindicatos impiden poner en marcha.

De hecho, algo similar diría todo estudiante de económicas una vez bien deformado con los modelos neoclásicos y sus ajustes perfectos vía precios, de forma y manera que siempre hay un precio que iguala oferta y demanda.

Pero si en lugar de los modelos miran la realidad, verán que en España subían salarios y ocupación al mismo tiempo cuando la economía crecía y que han ido bajando ambas cosas en paralelo al decrecer la economía. Y ello por la sencilla razón de que el trabajo no es una mercancía, por mucho que algunos lo pretendan, ni se comporta como tal. Es un factor que se requiere en función del output o producto que se desee obtener, lo que a su vez depende de la demanda que del producto haya.

La demanda determina la oferta y no al contrario, por mucho que algunos aún crean que estamos en el siglo XVIII, cuando J.B. Say pregonaba que toda oferta crea su propia demanda.

Por mucho que bajen los salarios, ningún empresario aumenta plantilla si no es porque ve aumentar su demanda y decide aumentar la producción. Por tanto, a la bajada de salarios le seguirá una de la masa salarial y del consumo, lo que a su vez aumentará el paro. Ni más ni menos que lo que estamos viendo desde el inicio de la crisis.

Me dirán que mire Alemania y que vea cómo la contracción salarial desde antes de iniciar el siglo se ha traducido en récords de ocupación. Lo cual es cierto, pero siempre a costa de una reducción de la masa salarial —es decir, con un aumento de la ocupación inferior a la bajada de salarios— y, en consecuencia, con una caída del consumo que hubiera devastado la economía alemana de no haberla compensado con exportaciones.

Y también esa competencia internacional vía salarios bajos tiene sus límites. No todo el mundo puede exportar al mismo tiempo, por mucho que todos los países se conviertan en maquiladoras, y en el proceso de pretenderlo lo que sí consiguen es contraer el consumo global y hundir en el paro y en la pobreza a millones en todo el mundo.

¿Acaso estoy proponiendo aumentarlos? Por descontado.

Por un lado, el extremo superior que podría poner en peligro el crecimiento, por falta de inversión, no está lejos sino lejísimo. Por otro, la crisis actual se fue larvando a medida que las rentas salariales no subían al ritmo que lo hacía la productividad y eso hacía que aumentaran más que proporcionalmente los beneficios. Con ello, el principio de "pagar lo bastante en salarios como para asegurar que los trabajadores compren tanto como queremos venderles" saltó por los aires. Y aunque se quiso maquillar el problema a base de prestar el dinero necesario, eso no hizo sino aumentar el desequilibrio e inflar una burbuja hasta que explotó.

Por eso hay que corregir de inmediato un reparto del producto que además de injusto no es capaz de asegurar que se consuma tanto como se produce, y que como consecuencia  disminuyan la producción y la ocupación.

Las recetas que se aplican hoy no sirven ni siquiera para sus impulsores beneficiarios, ese 1% de la población que ve aumentar su parte de un pastel que se encoge; es decir, que la ve aumentar a base de dejar sin nada o muy poco al otro 99%. Y llegado a ese punto de codicia incompetente, ninguna élite ha podido nunca evitar ser apartada ni podrá evitarlo la actual.

Paradójicamente, solo podría evitarlo revirtiendo la distribución actual, es decir, aumentado salarios y además tributando tanto como les corresponde. Eso sí que pondría en marcha un círculo virtuoso de aumento del consumo, la ocupación, el PIB e incluso los beneficios en valor absoluto, aunque no en porcentaje.

¿Sabrán evitarlo o seguirán financiando torres de marfil para que justifiquen su codicia y alcancen a verse, como Midas, condenados a no podar gozar de tanto como han acumulado? Me temo que no sabrán, que será necesario apartarlos. Para eso tenemos las urnas. Y las elecciones más próximas, las de más arriba.

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