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Europa, ¿se vende a peso bruto o neto?

José Antonio Nieto Solís
Profesor de Economía Europea en la UCM, miembro de Econonuestra  

Vamos a tener una buena ración de Europa, hasta las elecciones de mayo. Unos nos venderán carne. Otros pescado. Algunos, comida vegetariana. Y la mayoría, aunque no lo pregonen, dieta para seguir adelgazando. Los cabezas de lista de los partidos políticos más clásicos querrán que compremos su Europa a peso bruto, incluyendo el esqueleto, la grasa y los desechos no comestibles. Tras ellos llegarán otras formaciones políticas, con sus menús de diseño. Cada uno presentará el guiso con sus condimentos nacionales, porque de eso se trata, de vender Europa al gusto de cada uno, en clave de política nacional, para saciar su hambre con el voto de los ciudadanos. Quizá, cuando hayamos votado, si te he visto no me acuerdo.

Yo quiero una Europa a peso neto, en la que sea visible lo que me están vendiendo, lo que puedo comer y lo que me puede sentar mal, cuánto me cuesta realmente, qué ingredientes tiene y quién está al frente de la cocina. Porque a la vista de cómo se está gestionando esta gran recesión, no tengo por qué fiarme de antemano ni del género ni de quién aplica las recetas. Quizá en mayo podemos encontrarnos con una Europa pretendidamente renacida, o con una Europa con la cara lavada, pero nada más, o tal vez incluso con una Europa letal, apoyada sobre un Parlamento elegido en medio del distanciamiento de un número importante de ciudadanos, algunos de los cuales puede que ni se acerquen a depositar su voto en el mercado electoral. Y eso sería una lástima y un indicador de que algo no funciona.

Pero me temo que no me van a decir cuánto es aprovechable de la Europa que cada uno me quiere vender. Me quedaré sin saber el peso neto, qué debo pagar por lo que puedo ingerir, o por lo que me quieren hacer tragar, y qué alternativas tengo a mi alcance. La mayoría me hablará de que el nuevo Parlamento podrá elegir al Presidente de la Comisión entre una lista de candidatos representativos de los tenderos que venden carne o pescado. Algunos también me dirán que nos espera una Europa federal o seudo federal, como si eso fuera una receta mágica que impide hablar de cómo se reparten los costes y los beneficios de la integración. Como si eso fuese un motivo más para seguir culpando a esta Europa, y a la que aún no ha nacido, de los distintos problemas nacionales, ya sean carencias nutritivas o trastornos digestivos de muy distinta índole. Mientras tanto, tendré dudas de qué Europa me están ofreciendo: a simple vista me puede parecer lustrosa, pero si le quito las partes no comestibles tal vez se quede tan encogida que no me sirva ni de aperitivo y no pueda compartirla con nadie.

Se avecina una carrera electoral con altavoces pregonando buenos precios y productos muy atractivos. Cuando se cierre el mercado, ¿qué ecos y qué contenidos nos quedarán? ¿Un amplísimo hemiciclo con muchas caras conocidas y algunas nuevas? ¿Eurodiputados que seguirán pensando en los hilos que mueven esta Europa, hilos institucionales para algunos, hilos de intereses económicos y financieros para otros, aunque no lo reconozcan o lo revistan de nacionalismos? Pero yo no quiero esa Europa, sino otra Europa.

No quiero una Europa que se preocupe solo de reproducir sus pretendidos equilibrios institucionales, ni que dé primacía a los supuestos intereses de cada país, ni que nos aísle del mundo, como si pudiéramos seguir siendo la isla de bienestar que parcialmente hemos sido hasta ahora. Como si nuestras fronteras y alambradas realmente pudieran hacernos olvidar el drama del hambre que azota a millones de personas en el mundo.

Quiero que me expliquen cómo vamos a luchar contra las desigualdades, porque yo creo que la cohesión nos dará más fuerza que las leyes de los mercados que se definen a sí mismos como libres, sin serlo. Y eso no se podrá conseguir sin modificar la fiscalidad y el presupuesto europeo, sin necesidad de tener que esperar a 2020 porque así lo marcan los actuales compromisos. Es más, eso no se podrá lograr sin cambiar "de facto" las normas de funcionamiento del Banco Central Europeo, mientras se busca cómo consensuar modificaciones "de iure", dado que las reformas de los Tratados suelen ser una Caja de Pandora que solo se abre por el lado del sí o del no, ignorando la existencia de opciones intermedias. Ignorando que debe haber más alternativas para que los ciudadanos no saquen la conclusión de que la moneda única solo beneficia a los poderes financieros y las grandes empresas. Porque si desconfiamos de la utilidad de los elementos más visibles de la integración europea, como el euro o las ventajas de la movilidad, ¿qué Europa buscamos, qué Europa queremos?

No me sirve que me metan miedo diciendo que podemos perder la actual Europa. Lo que a mí me gustaría es participar en la construcción de una Europa que me ofrezca esperanza. Es decir, que me permita pensar que habrá un marco de creciente transparencia y legitimidad democrática, construido sobre valores distintos a la codicia que lleva a los poderes públicos, incluida la actual Unión Europea, a favorecer la concentración de la riqueza en muy pocas manos. Y lleva también a olvidar que debería ser prioritario atajar el deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de los ciudadanos. Tendrán que explicarme cómo quieren favorecer la igualdad de oportunidades y la libre movilidad dentro de Europa, porque me consta que muchos europeos solo ven realmente libre la movilidad de los capitales, y —tras ella— la estela que dejan los crecientes niveles de endeudamiento y sus consecuencias sobre el bienestar colectivo. En realidad, detrás de todo eso está la idea de que liberalizar solo puede asociarse a "desregular" para favorecer más privatizaciones, aunque éstas no sean tan eficaces como se pretende ni faciliten una mejor asignación de recursos (salvo para los beneficiarios más privilegiados). Detrás está también el planteamiento de que las políticas públicas, incluidas las que podría emprender y apoyar la Unión Europea, son el origen de nuestros males; por lo tanto, no cabe plantearse la posibilidad de mejorarlas en términos de eficacia, equidad y estabilidad para el conjunto de nuestros sistemas económicos y sociales.

¿Es mucho pedir que se plantee un debate sereno y sin tapujos sobre esa otra Europa, dado que muchos ciudadanos no se identifican con la actual? ¿O que nos ofrezcan análisis rigurosos sobre la actual Europa y sus alternativas? ¿Podemos pedir que nos hablen de la Europa posible, aunque en la actual situación sea difícil precisar el contenido y el alcance de esa idea? ¿Debemos exigir que se aluda a la Europa real, en lugar de condicionar Europa a los intereses de cada uno y a los grandes intereses económicos y financieros, disfrazados de intereses nacionales? ¿Somos ciudadanos sin ciudadanía común, porque no se sabe como estructurar una ciudadanía europea teniendo en cuenta la voluntad de la mayoría de la población?

¿Asistiremos a un nuevo rapto de Europa o seguiremos la senda renovada del despotismo ilustrado, pero en esta ocasión con la promesa de que el Parlamento Europeo puede ser capaz de dar a luz algo nuevo, aunque no hayamos discutido antes sobre los ingredientes del nuevo guiso? ¿Nos dirá alguien —finalmente— "que tenemos que conformarnos con lo que hay", so pena de que el agua de la globalización suba de nivel e inunde nuestra isla de bienestar residual, mientras algunos reposan impunemente en sus paraísos?

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