EconoNuestra

Sobre la desigualdad social: nuevas aportaciones

José María Mella
Catedrático de Economía Aplicada en la UAM y miembro de econoNuestra 

Me permito reseñar a continuación las respuestas del profesor Maurizio Franzini, catedrático de la Universidad de Roma La Sapienza, a mis preguntas sobre las diferentes dimensiones de la desigualdad social; respuestas que, en algunos casos, poseen un carácter novedoso en el sentido de haber cobrado renovada fuerza en el análisis económico más reciente.

La publicación en los pasados meses del libro Desigualdad inaceptable. La inmovilidad económica en Italia, cuyo autor es el mencionado profesor, me ha animado a preguntarle sobre seis aspectos que, a mi modo de ver, resultan claves para comprender en su complejidad este fenómeno que algunos hemos considerado subyacente (y, a su vez, consecuencia) a la crisis económica, social, política y cultural actualmente vigente.

La primera cuestión tiene que ver con la desigualdad creada por las herencias (ser ricos o pobres, porque nuestros padres también lo han sido o lo son), que implica una transmisión de la renta y de la riqueza que puede tener un impacto directo en la movilidad (o inmovilidad) y en la posición de clase en las sociedades actuales. El razonamiento económico del profesor italiano se basa en que los datos muestran cómo los ingresos de las personas en el mercado de trabajo están altamente correlacionados con los ingresos de sus padres. Este hecho es evidente en los países mediterráneos, pero también en el Reino Unido y Estados Unidos.

Por tanto, los antecedentes familiares juegan un papel fundamental en la determinación de las oportunidades que uno tiene en la vida económica y social. Adviértase que Franzini se está refiriendo a las rentas del trabajo, no a las rentas procedentes del capital o de la riqueza fácilmente transmitidas por herencia. Los padres transmiten a sus hijos también lo que se requiere para obtener un mayor nivel de renta.

Este resultado es extraordinariamente importante en sí mismo. Porque, únicamente ahora, dada la disponibilidad de datos fiables, cabe establecer si una de las predicciones o promesas de las economías de mercado y del capitalismo se habría cumplido; es decir, a diferencia del antiguo régimen, las oportunidades de los individuos ya no dependerían de sus orígenes familiares.

Los datos nos dicen que esas promesas, en el mejor de los casos, se han cumplido sólo muy parcialmente, lo que resulta sin duda preocupante. La crisis, cabría añadir, se ha encargado de empeorar tan optimistas pronósticos, empobreciendo a las llamadas clases medias, precarizando a los trabajadores y negando un futuro laboral a los jóvenes.

La segunda cuestión se basa en que, en el contexto de movilidad social y transmisión intergeneracional de la desigualdad, uno de los factores claves es la formación del capital humano. Pero, ¿qué concluyen los estudios más recientes sobre la relación entre hijos con estudios de padres con estudios y de hijos con estudios de padres ricos? Pues, por un lado, que la educación está positivamente correlacionada con la renta; padres con estudios son en su mayoría padres ricos o acomodados.

Y, por otro, hay un efecto positivo de las condiciones económicas de los padres independientemente de su nivel educativo. Los hijos de padres ricos ganan más en media, por su posición social, aunque no posean necesariamente un mejor nivel de educación.

La tercera cuestión es consecuencia de que diferentes dotaciones de capital humano determinan desigualdades en la renta. El profesor señala que en media el capital humano —medido por el mayor nivel de educación alcanzado— garantiza un rendimiento positivo en el mercado laboral. Sin embargo, la dispersión de la renta por trabajo entre las personas con el mismo nivel educativo (la llamada "intradesigualdad") es enorme en todas partes.

Este hecho plantea un interrogante. Si  no es el capital humano, ¿cuál es la causa de tal dispersión? Los análisis apuntan a que, especialmente en los países mediterráneos, las redes sociales son la mayor causa de esta "intradesigualdad". Los mercados no son pues imparciales ni tampoco discriminan en contra de la asignación de rentas a los mejor posicionados en las redes de influencia social, sino que la promueven. Dicho de otro modo, los mercados aumentan la desigualdad en favor de los socialmente más poderosos. El poder e influencia social importa y, por lo que se ve, importa mucho.

La cuarta cuestión consiste en que la transmisión intergeneracional de la desigualdad es un problema muy serio de difícil superación en una sociedad desigual. Porque los ricos son, muy probablemente, hijos de ricos y los pobres hijos de pobres, lo que está en manifiesta contradicción con la pretendida "igualdad de oportunidades" y el reconocimiento de los méritos individuales.

Difícilmente es cuestionable la idea de que no hay mérito en la posición de pertenencia a las redes de dominio e influencia social y demérito en la pertenencia a familias cuyas condiciones económicas no permiten a sus miembros alcanzar altos niveles de educación.

Por tanto, el profesor Franzini plantea que para que la desigualdad sea aceptable debería al menos no depender de la ventaja proveniente de la posición en las redes sociales ni tampoco de un sistema educativo selectivo en el que los pobres estén en desventaja. Estas son condiciones de mínimos para acercarnos a una sociedad más equitativa y justa, por la que tantos y tantos estamos luchando.

La quinta cuestión profundiza en las relaciones entre desigualdad y movilidad social. Franzini argumenta que hay un círculo vicioso entre baja movilidad y creciente desigualdad, por medio de diferentes canales de poder político, institucional, social y de mercado. Sucede que hay fuertes vínculos entre baja movilidad y alta desigualdad, de modo que es erróneo pensar —como cree alguna gente— que altos niveles de movilidad intergeneracional pueden alcanzarse independientemente de los niveles de desigualdad de renta.

Los datos muestran que, donde la desigualdad es alta, la movilidad es baja. Por tanto, reducir la desigualdad podría ser una precondición para reforzar la movilidad. Todo ello implica que —dadas las condiciones actuales— en la próxima generación los ricos serán en gran medida los hijos de los ricos y los pobres los hijos de los pobres, la desigualdad persistirá corregida y aumentada, y se convertirá en un fenómeno socialmente cada vez más inaceptable.

En consecuencia, el profesor Franzini plantea tres políticas frente a la desigualdad para los países de la periferia europea.

La primera debería centrarse en que las personas de bajos niveles de renta puedan acceder a los más altos niveles de educación. La segunda debería establecer todos los mecanismos posibles para evitar que las minorías adquieran rentas (a través de los mercados y  los circuitos socio-políticos) que premian ventajas inmerecidas, derivadas de su pertenencia a poderosas redes sociales. Y la tercera forma parte de un nuevo diseño del Estado de bienestar. Se trata de la introducción de una renta básica que tenga en cuenta los ingresos de las familias perceptoras, que serán aquellas que no alcancen un nivel mínimo de ingresos. La renta básica debe garantizarse para todas las familias que estén en dichas condiciones, porque es el reconocimiento de que no todos los ciudadanos han nacido y se desarrollan en las mismas condiciones.

Finalmente, econoNuestra desea agradecer al profesor Franzini sus aportaciones, que enriquecen sin duda el debate actualmente en curso sobre la desigualdad social lanzado en España y otros países europeos por econoNuestra y FUHEM Ecosocial, entre otras organizaciones participantes. El programa y la inscripción para las jornadas —que se celebrarán en Madrid los días 24 y 25 de octubre— puede consultarse en: http://precarityandyouth.org/encuentro-internacional.

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