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Precariedad

Rubén F. Bustillo
Máster en Economía Internacional y Desarrollo.

Juan acaba de cobrar el salario correspondiente al mes de diciembre. Tiene que ir urgentemente a un dentista que en estos momentos no puede costear. Necesita un préstamo personal pero, asegura, al no tener una nómina reciente ningún banco se lo va a conceder. Juan lleva trabajando prácticamente toda su vida laboral en la misma fábrica aunque ha estado en situación de ERE permanente durante los últimos siete años. Su jornada de trabajo no se ha reducido, siendo a veces incluso mayor, y mientras en la empresa aumenta el número de pedidos a él no le pagan las horas extras. La actitud de su jefe, dice, es arrogante e incluso violenta. "¿Tú lo que quieres es hundir la empresa?" Le dijo la última vez que Juan le pidió el salario de los cinco meses que todavía le debe. Juan se queja que sus compañeros no protestan por miedo a represalias y los sindicatos, asegura, no hacen nada porque no hay movilización entre los trabajadores.

Jaime lleva varios años trabajando como contable en una empresa de envío de dinero al extranjero. La empresa crece y abre sucursales aunque él, con carrera y un máster, considera que se ha quedado estancado en términos profesionales. No tiene posibilidad de ascenso ni de mejora de sus condiciones laborales y, asegura, después de tantos años en ese puesto ve complicado encontrar otro mejor. Jaime no llega a mileurista, trabaja jornada partida y recientemente les han informado de un cambio. Tendrán que trabajar dos sábados extra al mes, por el mismo salario.

Por su parte, Carlos, con dos carreras, una en el extranjero, un máster y experiencia profesional, lleva varios meses buscando trabajo. Hace unas semanas le llamaron de una conocida compañía de seguros para una vacante como comercial. La empresa, en caso de superar la fase de selección, le ofrecía un contrato mercantil, modalidad conocida como "falso autónomo". Tras tres meses de formación cobrando entre quinientos y seiscientos euros mensuales, más comisiones por ventas, empezaría a cobrar mil euros más comisiones. En caso de incorporarse al equipo Carlos debería costear su Seguridad Social y comprar la tablet de la compañía, la cual podría financiar a plazos. Carlos superó una dinámica de grupo, dos entrevistas personales y una prueba psicotécnica pero finalmente le informaron que no fue seleccionado para el puesto. Casualmente a su pareja, con un curriculum similar y prácticamente el mismo tiempo buscando empleo, solo le ha llamado para una entrevista de trabajo otra compañía del mismo sector que le ofrecía prácticamente las mismas condiciones. Ella lo rechazó confiando encontrar una oferta mejor aunque "ve su futuro muy negro". Ambos creen que tendrán que rehacer su curriculum y quitar formación. Paradójicamente, a sus treinta y poco se consideran viejos para acceder de nuevo al mercado laboral y sobre-cualificados para las ofertas que solicitan.

Basta con pensar en algún amigo o conocido cercano para que surjan nuevos ejemplos. Dani, representante de muebles, no levanta cabeza, el sector, ligado al de la construcción, ha caído y la competencia de Ikea es arrolladora. Sara, trabajadora social, despedida por un conocido sindicato donde llevaba trabajando siete años, ha conseguido trabajo en una fundación tras varios años en el paro. Aunque le encanta la parte social de su trabajo soporta una gran responsabilidad que no se ve compensada por su salario (el cual ronda los mil euros) y prácticamente todos los días llega a casa destrozada por las largas jornadas que tiene que hacer para sacar el trabajo adelante, y por el estrés que éste le produce. A Jorge le contratan meses aleatorios y los que no trabaja los dedica, infructuosamente, a buscar trabajo y a apretarse el cinturón y a Pedro, contratado recientemente por una empresa, le encargaron como primera tarea despedir a varios empleados de la misma. Pablo, mientras encuentra "algo de lo suyo", lleva meses trabajando días sueltos como extra en una empresa de catering, normalmente los fines de semana. Aunque su remuneración por hora es un poco mejor que la media del sector, le ofrecen los turnos al inicio de la semana, a veces también de un día para otro, y tiene miedo a rechazarlos porque la empresa "les castiga" si no aceptan los trabajos que les ofrecen. No puede hacer planes para el fin de semana, excepto en agosto que sabe de antemano que no hay trabajo, a pesar que hay semanas que no le llaman ni para trabajar un día. Sus bolos suelen ser de seis horas diarias aunque el último día trabajó diecisiete. A la salida del trabajo, decía, le dolían tanto las piernas y las plantas de los pies que apenas podía andar.

Los descritos son ejemplos cercanos y representativos (aunque los nombres han sido modificados por privacidad), que me ayudan a poner cara y nombre, a las frías cifras de los informes publicados recientemente sobre la situación laboral y social, tanto en España como en otros países. Entre ellos destaca el informe sobre el mercado laboral, "Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo: El Empleo en Plena Mutación" que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó en mayo. Este estudio analiza el cambio de tendencia hacia la precarización en las condiciones laborales, señala sus consecuencias económicas y sociales y propone aumentar la protección de estos trabajadores. La precariedad laboral se ha impuesto rápidamente y como afirma este informe, "el modelo estándar de empleo (aquel en cuyo marco los trabajadores tienen un trabajo estable y trabajan a tiempo completo) es cada vez menos predominante en las economías avanzadas". En nuestro país la precariedad laboral aumenta rápidamente a la vez que lo hace el número de millonarios, que desde 2008 creció un 40 por ciento según el último Informe Anual de la Riqueza en el Mundo 2015 de Capgemini y RBC Wealth Management, confirmando un insultante crecimiento de la desigualdad.

En este contexto, y ante unas cifras de desempleo abrumadoras y una legislación laboral regresiva, el poder de negociación de los trabajadores y los sindicatos es, a día de hoy, prácticamente inexistente, lo cual retroalimenta la situación descrita. Además, la conciencia de clase trabajadora se ha diluido y el individualismo se ha convertido en una definición de nuestra sociedad. En lugar de emerger una conciencia colectiva fuerte ante una situación de precariedad generalizada se impone las máximas que definen el actual como un sistema supuestamente basado en la meritocracia. Según éstas premisas cada uno "cosecha lo que ha sembrado", "el que se esfuerza llega donde quiere" y, consecuentemente se deduce, la situación personal de cada uno sería simplemente un reflejo del esfuerzo individual realizado por esta persona en el pasado.

Personalmente y en términos generales la observación de mi entorno me demuestra lo contrario. Veo gente trabajadora que se ha esforzado toda su vida y que sin embargo, cuando debería poder disfrutar de una seguridad merecida, un trabajo estable, una familia, una casa, se encuentran en una situación de continua incertidumbre. Veo gente que tras haber invertido muchos años en su formación hoy en día se encuentra sobrecualificada o, en su treintena sienten que no pueden competir con jóvenes recién salidos de la carrera que lo "aguantan todo sin protestar". Veo gente trabajando en unas condiciones muy por debajo de su nivel de cualificación a los que se les exige enormes responsabilidades. Veo gente que ha tenido que emigrar para limpiar hoteles o servir cafés en el extranjero. Veo infracciones laborales, ERES que no existen, jornadas de trabajo desmedidas, abusos de poder. Veo tristeza y resignación prácticamente cada vez que pregunto a alguien como le va la vida.

Decía Sismondi que "sin duda, llegará el momento en que nuestros descendientes nos juzgarán tan bárbaros, por haber dejado sin garantías a las clases trabajadoras, como juzgaron, y nosotros mismos juzgamos, a los pueblos que redujeron a la esclavitud a esas mismas clases" [1] . Esta afirmación de 1824 cobra especial relevancia a día de hoy. La tarea es difícil y las condiciones existentes dificultan la acción pero no podemos permitir que la precariedad laboral y social se normalice e instaure indefinidamente.

Es importante tener presente, como recuerda la canción, que "si toleras esto, tus hijos serán los siguientes".
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[1] Sismondi, S. "Sobreproducción y subconsumo", Maia Ediciones, Madrid, 2011, pg 82.

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