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Que nadie se ponga nervioso

Sergio Pérez Páramo
Economista

Parecía que el debate iba a comenzar no con una, sino con dos ausencias. La de Mariano Rajoy, por un lado, y la de Pedro Sánchez, por el otro, quien tras desaparecer unos desconcertantes minutos acabó reuniéndose con algo de retraso junto con el resto de participantes en el plató de televisión. Pero, sinceramente, dio lo mismo, porque, diciéndolo ya desde el principio, solamente dos de los formaciones políticas participantes estuvieron adecuadamente representadas en este debate a cuatro: Podemos y Ciudadanos. Si bien, para ser del todo justos, habría que decir también que el candidato de este último partido acabó algo cansado e inquieto, pareciendo, en ocasiones, un juguete en manos de Soraya Sáenz de Santamaría, que daba la sensación de creer tener algún tipo de derecho sobre él.

La ronda de preguntas se abrió con una cuestión de alta tensión para cada candidato y a continuación el debate giró en torno al paro y la economía como tema central. Soraya Sáenz de Santamaría se vino enseguida arriba al afirmar que los jóvenes españoles son los que "mejor encuentran empleo de toda Europa", Pablo Iglesias continuó con alguna imprecisión al confundir "población activa" con "población empleada", mientras que Pedro Sánchez aportó datos del mercado laboral y una propuesta de incremento del salario mínimo, al contrario que Albert Rivera, que ahondó una vez más en las controvertidas medidas de contrato único y complemento salarial como solución a todos los males.

Como no podía ser de otra manera, y siguiendo la estela seguida en las últimas semanas por el candidato del PSOE, éste volvió a abogar por derogar la reforma laboral, sin aportar mayor concreción y pareciendo más una afirmación de marketing que de principios, no sin torpedear a continuación las propuestas económicas de Ciudadanos. A este rifirrafe entró lógicamente Albert Rivera e incluso Pablo Iglesias. ¿Quién estaba quedando fuera de este fuego cruzado? Sí, la persona enviada en representación del partido que más tenía que ocultar en todo este asunto, el Partido Popular.

No obstante, no pudo faltar en este sentido, hablando de impuestos, una alusión al incumplimiento de las promesas en esta materia del Partido Popular. Contra argumentó Soraya prometiendo una nueva rebaja fiscal, pero ¿quién le iba a creer ahora? Esta ocasión se dejó pasar por el resto de candidatos, si bien Pablo evitó caer en la barata fórmula del populismo demagógico para aclarar que quien más renta tiene ha de pagar más, promoviendo por tanto mayor progresividad fiscal, lo contrario, precisamente, de la propuesta de simplificación de tramos impositivos que aporta Ciudadanos.

Entraron a escena los recortes. Iglesias y Sánchez se enzarzaron sobre los objetivos de déficit. Si se deben modular o no las exigencias del ritmo que impone Bruselas. Queda claro que cualquier mínimo entendimiento, no solo en esto, sino en otros muchos asuntos, es imposible entre los candidatos de Podemos y PSOE. Por supuesto, ante la pregunta de si habría más recortes por parte de un próximo ejecutivo de Rajoy -o Soraya- la respuesta fue que no. Preguntas y situaciones muy sencillas las que debía afrontar hasta ese momento la candidata del Partido Popular.

Acertó Albert Rivera cuando le acusó, sin embargo, al Partido Popular de que lo que había hecho en la legislatura no eran reformas sino recortes y fue entonces cuando el debate entró en otro terreno controvertido: la educación. Un ámbito sobre el que todo el mundo parece reconocer que es necesario pactar y en el que por el contrario siempre han sido evidentes las faltas de acuerdos ampliamente consensuados. En este caso fue Pablo Iglesias quien analizó más certeramente la situación, explicando que el consenso se debe conseguir no solo entre partidos sino con la comunidad educativa, apuntillando que no se puede predicar la defensa de la educación pública, promoviendo al mismo tiempo la privada.

Se dio una nueva vuelta de tuerca al debate trayendo a colación la sostenibilidad del sistema de pensiones. Un cambio tal vez un poco forzado y que puso de manifiesto una cierta incapacidad del formato de debate presenciado para profundizar en la complejidad del conjunto de temáticas tratadas, llegando así el ecuador de una tertulia de muy baja intensidad hasta el momento.

La reanudación se produjo con otro tema de alta tensión: la corrupción. Soraya Sáenz de Santamaría trató de desvincular la imagen de su partido del conjunto de archiconocidas vergüenzas y escándalos, sin ningún tipo de éxito, por cierto, gracias la intervención que tuvo a continuación Pablo Iglesias. Tuvo que dejar ya sus modales de niña buena la representante del Partido Popular en la réplica, pero esto tampoco le valió. La intervención de Pedro Sánchez sobre esta materia pasó otra vez desapercibida, al contrario que la de Albert Rivera, que puso sobre la mesa la necesidad de que el poder judicial sea un poder verdaderamente independiente del ejecutivo para poder acabar de una vez por todas con la corrupción.

A estas alturas del debate, ya parecía que ese mismo azar por el que los candidatos de Podemos y Ciudadanos habían sido ubicados en el centro del plató televisivo de Atresmedia no era sino un presagio de cómo terminaría interpretándose el resultado de este debate a cuatro; como la expulsión definitiva de los antiguos partidos representantes del bipartidismo a los extrarradios de una nueva forma esencial de hacer política en España.

Pero no podía terminar todo sin que resultase abordada la problemática de Cataluña y el modelo de estado. Del "no romper España", de Albert Rivera, al "respeto a la Constitución", de Soraya Sáenz de Santamaría, Pedro Sánchez tampoco se salió del guión con su modelo de estado "federal", al igual que Pablo Iglesias con el "derecho a decidir" de Cataluña.

La amenaza terrorista constituyó una nueva oportunidad para que el conjunto de los españoles conociera la postura de las cuatro formaciones políticas representadas en el debate. Por lo tanto, como Izquierda Unida y otros partidos con menor intención de voto -según encuestas- no estuvieron presentes, su opinión resultó desconocida. A todo esto, Ciudadanos vertió una de sus últimas puyas sobre Podemos; ser el único de los cuatro partidos presentes que se sitúa fuera del Pacto Antiterrorista.

Y así llegó el turno final de conclusiones. Un minuto para cada candidato. Pedro Sánchez, desapercibido, otra vez. Soraya Sáenz de Santamaría, oficialista, apelando a la solvencia de su dudoso bagaje cosechado. Albert Rivera, cansado, pero firme en su apuesta por un cambio conservador. Cerrando el debate, finalmente, un Pablo Iglesias contundente, más centrado en la necesidad de recordar que en la de proponer.

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