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Oportunidades y diálogos (im)posibles

Marcos Cánovas
Profesor de la Universidad de Vic - Universidad Central de Cataluña

Es posible que una de las claves para encontrar una vía que se aproxime a una solución estable a la relación entre Cataluña y España tenga que ver con un acercamiento más adecuado a la realidad. Porque parece que la realidad se interpreta a veces desde narrativas enraizadas en los sentimientos, ideologías e intereses enfrentados, y quizás no tanto en lo que se podría llamar, en el mejor de los sentidos, radicalidad democrática.

En la tormenta casi perfecta del independentismo coinciden factores bien conocidos que se han sumado a una base soberanista existente; entre ellos, multiplicados por la inoperancia del Gobierno central, la cuestión fiscal, el efecto del paso del Estatut por el Tribunal Constitucional o los estragos de la crisis. En este contexto, las acciones proindependencia de partidos y asociaciones han dado un cauce visible y organizado al descontento popular, y todo ello se ha reflejado en las urnas.

A partir de ahí, la fricción entre la postura partidaria de la separación y lo que se ha dado en llamar el unionismo (o, más bien, la retroalimentación mutua entre ambas posiciones, exacerbada en los últimos años) determina la polarización actual. Los partidos que habían sido el eje del sistema catalán se han resituado. A los socialistas, particularmente, la polarización los ha partido y demediado. Para Convergència, convicciones aparte, abrazar la independencia es una manera de subirse a la ola del movimiento popular y soslayar de paso graves problemas vinculados a la corrupción. Unió se quiso mantener donde estaba y ya no tiene representación en las instituciones parlamentarias. La izquierda que está con Iniciativa, Podemos y la gente de Ada Colau defiende el derecho a decidir y nada entre dos aguas; si se tuvieran que definir, como han hecho los socialistas, seguramente tendrían problemas, pero su lugar no debería estar en el debate de sí o no. Los partidos que no sufren en este sentido –eso no implica que no puedan sufrir por otras causas– son los que ya están fijos en el sí o en el del no. Otra vez, la polarización.

Sin embargo, puede que las corrientes de fondo de la sociedad catalana sean más tranquilas. La sociedad real no está tan dividida. Cabe pensar que un cambio espectacular, como el que va de una independencia apoyada, hace pocos años, por el 15% de la población, a casi el 50%, es fruto de una coincidencia de circunstancias como las que se enumeran arriba, pero podría ser una efervescencia que no hubiera calado hondo todavía. Una propuesta, desde el Estado actual, que fuera creíble y con una sensibilidad nueva seguramente podría recuperar un diálogo que no parece en su mejor momento.

En las últimas elecciones catalanas y en las semanas siguientes se ha visto que la independencia no está del todo madura –y no solo por no haber llegado al 50% de los votos–. Todo ello ha extendido la idea en ciertos ámbitos de que la independencia ha fracasado y no habrá ruptura. No, por el momento, pero puede ser cosa de tiempo que los partidos soberanistas evolucionen hacia posturas más operativas para sus intereses que las mostradas en las semanas anteriores a la investidura del nuevo President y que, al mismo tiempo, se consolide y expanda socialmente el independentismo, ya no como explosión, sino como convicción duradera. A partir de aquí, se podrían producir mayorías electorales claras –de votos y no solo de escaños– y continuadas que indicarían un indudable deseo de separación al que nadie podría cerrar los ojos, ni que fuera por la inestabilidad extrema y permanente que generaría una situación como esta. Este sería el auténtico punto de inicio del no retorno.

Pedro Sánchez ha recibido el encargo de formar Gobierno. Si algo hace falta, es dejar atrás el lastre del PP en muchas cuestiones, y la respuesta al llamado desafío catalán no es la menos importante (lo del desafío debería tener una lectura en positivo, si sirve para remover algo). Si se abrieran todas las opciones de diálogo, quizás se moverían algunos engranajes en la relación entre Cataluña y España y lo que pasa en Cataluña podría ser una oportunidad para España. Y a la inversa. Mientras, cabría esperar que el encaje en Europa fuera una ayuda para aclarar situaciones y posiciones, pero esta Europa contribuye poco al bienestar de sus pueblos y no parece que las perspectivas sean favorables en el contexto actual.

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