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Crisis del petróleo en los 70 y EEUU: ¿un ejemplo de políticas ecologistas?

Alberto Rosado del Nogal
Humanista y politólogo, colaborador del Cículo 3E de Podemos

Complejos y numerosos son los factores que condujeron en la década de los 70 a lo que se conoce popularmente como las crisis del petróleo (1973 y 1979). Analizar, aquí, estas causas no es el objetivo sino, más bien, ahondar en las consecuencias ecopolíticas que el cierre del grifo del crudo, total o parcialmente, tuvo en la sociedad estadounidense en la época. Antes de 1973 el precio del barril era de 3$ y, a finales de 1981, de 34$. ¿Qué ocurriría si un Estado se viera forzado a bajar su consumo de petróleo urgentemente? ¿Qué ocurriría si nos obligásemos a reducir drásticamente nuestras emisiones de CO2?

Evidentemente a ojos del gran capital no es lo deseado ni lo deseable habida cuenta de que el capital no incluye la dimensión ambiental en su valoración de riqueza y desarrollo. Incluso el Índice de Desarrollo Humano basado en el PIB per cápita, la esperanza de vida y la tasa de alfabetización y matriculación educativa no parece incluir los daños ecológicos y costes económicos que el crecimiento ambientalmente inconsciente supondrá -y supone- a las nuevas generaciones. Sin embargo, aunque esta dimensión ecológica haya sido en la historia ignorada por las grandes corporaciones y gobiernos permanentemente, sí han existido medidas drásticas que apuntaban -aunque por otras razones- a un desarrollo realmente sostenible.

¿Pero qué hechos ocurrieron en esta década de crisis del petróleo en Estados Unidos? Un corte en el suministro de los combustibles fósiles les obligó a tomar medidas extraordinarias que, si bien no fueron constantes durante los diez años, sí ocurrieron en ciertos periodos. Se citan a continuación a título ilustrativo las siguientes: los automóviles de matrícula impar solo podían repostar en días impares, así como los acabados en pares lo podían hacer los días pares; los rallys de Montecarlo o Suecia de 1974 o el 24 horas de Daytona se anularon para ahorrar y la NASCAR redujo un 10% la distancia de sus carreras; se estableció un límite de velocidad en ese mismo año a 90km/h; se instauró un horario de verano; se invirtió en concienciación ambiental en los medios de comunicación; se redujo el consumo máximo de los coches a 9 litros a los 100 km así como se implantó masivamente la tracción delantera por ser más eficiente que la trasera; también se ayudó en 1976 a aislar térmicamente edificios para mejorar la eficiencia energética; la investigación en energías renovables recibió un empujón importante bajo el amparo, como todas las medidas, de la National Energy Act de 1978. Otros países como Holanda -vetada de suministro durante meses como EEUU por la OPEP por el apoyo a Israel- prohibieron el uso del coche los domingos. La conclusión final es que entre 1973 y 1974 el consumo diario energético descendió entre un 6 y un 7%. Unos ejemplos, estos, no extrapolables a nada más allá de la influencia de la voluntad política para atacar un problema mundial como pudiera ser, volviendo al presente, el cambio climático.

Recordar esta acción de hace casi medio siglo solo pretende servir de inspiración y escarmiento a los poderes públicos del momento. La libertad continúa siendo nuestra bandera por antonomasia excepto, y es un excepto que merece la pena, cuando el terrorismo acecha nuestra seguridad. Algo sumamente comprensible en pos de una convivencia pacífica y con la plena confianza en nuestras autoridades. Ahora bien: ¿las consecuencias climáticas tan devastadoras que ya han llegado no son motivo suficiente para reubicar el listón y repensar el concepto de nuestra libertad? Nos cobijamos bajo miles de normas sociales que aceptamos para mantener la convivencia de la comunidad pero, sin embargo, pudiéramos escandalizarnos a priori cuando se intenta rebajar la libertad individual para conseguir una mejor libertad colectiva. Y pongo un ejemplo reciente: prohibir fumar en espacios cerrados pero abiertos al público significó un atropello a nuestra intimidad para parte de la sociedad española empujada por determinados sectores económicos y mediáticos. ¿Y ahora? Ahora es un consenso absoluto. El uso del cinturón de seguridad, no hacer hogueras en la montaña, no superar nunca los 120 km/h al volante, llevar casco en la moto, separar la basura para reciclar, y un largo etc. son ejemplos de medidas que reducen nuestra libertad individual -en un primer momento- en virtud de mejorar la calidad de vida de una sociedad y el bienestar de todos sus individuos.

¿Y si en nuestro mundo contemporáneo consensuáramos de manera urgente algunas medidas ambientalmente vanguardistas en beneficio de un mayor bienestar socioambiental? Arropando a esta retórica y utópica pregunta merecen un hueco dos ideas finales más: (1) la tecnología ya permite -y permitirá progresivamente más- hacer más con menos recursos y, en cualquier caso, (2) virar hacia actividades y relaciones sociales más sostenibles no significa, necesariamente, coartar nuestra libertad, sino, más bien, ampliar nuestras posibilidades en ella. De la política depende apuntar hacia un horizonte u otro. ¿Por qué esperar a que la situación sea límite como en el ejemplo estadounidense arriba expuesto?

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