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Bosques para el siglo XXI: por una gestión forestal sostenible

Fernando Prieto
Miembro del Observatorio de Sostenibilidad y de econoNuestra

En este siglo los ecosistemas forestales aparecen amenazados por nuevos factores mientras no se acaba de conjurar los del siglo pasado y aparece, de forma nítida y contundente el cambio climático como eje vertebrador del nuevo escenario que va a modificar sustancialmente la vida en nuestras altitudes, empezando por el agua. Desde la publicación del último informe IPCC y de la conferencia COP21 donde 195 países abordaron el tema es evidente que tenemos que considerar el cambio climático.

Además la península ibérica, debido a la posición cerca del continente africano, y con su clima mediterráneo y árido en el 80% de su superficie, es particularmente vulnerable al cambio climático, por ello deben acometerse ya directamente acciones de adaptación al nuevo escenario de cambio climático. La gestión forestal sostenible basada en la mejor ciencia disponible es la pieza clave.

Es obligatorio hablar en este escenario de cambio climático: los bosques como base del ciclo hidrológico, de la biodiversidad, del clima, fijadores de suelo, creadores de paisaje...además de sus aspectos sociales y económicos.

Sin embargo, en España, continúan sometidos a importantes amenazas, como el fuego, que arrasa grandes superficies, (en 2015, unas 100 mil hectáreas de superficie forestal, el doble que en 2014 y el triple en superficie arbolada), las extracciones de madera –más por realizarse sin planificación que por excesivas– o las deposiciones ácidas derivadas de la contaminación atmosférica. El problema de los incendios forestales, y más en un escenario de cambio climático, dista mucho de estar controlado. No tiene sentido emprender nuevas repoblaciones, sino nos encontramos con que se repuebla por una parte mientras arde por la otra en una carrera hacia ningún sitio. Por otra parte, ni las extracciones de madera, ni otras actuaciones tienen en cuenta la biodiversidad o la proyección paisajística de los ecosistemas forestales, a pesar de la importancia de la biodiversidad para el mantenimiento de los mismos o la creciente demanda para el uso recreativo. España tiene una gran riqueza paisajística por su variedad de paisajes que debe ser conservada y contemplada en cualquier política de gestión.

La presión urbanizadora, la fragmentación por grandes infraestructuras o la falta de gestión tradicional y de pastoreo son problemas graves, procedentes del anterior siglo, que hacen que muchos de nuestros bosques languidezcan entre el abandono, la falta de planificación y el olvido de su biodiversidad. Es cierto que, según los inventarios forestales, han aumentado las superficies y los volúmenes de madera en pie. Sin embargo, si quisiéramos precisar la calidad de nuestras masas boscosas, el diagnóstico no sería tan positivo. El equilibrio tradicional que existía entre hombre, herbívoros y hábitat se ha roto y no ha habido una gestión inteligente que supliera la brecha y pusiera en valor un recurso de primer orden como son los bienes y servicios forestales.

Tan sólo entre el 1% y el 4% de la superficie forestal española cuenta con planes de ordenación y habría que ver hasta qué punto en este pequeño porcentaje se han aplicado criterios de sostenibilidad ecológica, económica y social. Además, salvo gloriosas excepciones, la gestión se ha llevado a cabo de una forma poco científica y demasiado corporativa. A estos condicionantes hay que añadir la protección legal, sobre el papel, al menos, para más de la cuarta parte de la superficie total de nuestro país, inmerso en el proceso de constitución de la red europea Natura 2000. Buena parte de esta extensión corresponde a superficie forestal (diez millones de hectáreas, más de la mitad de ellas arboladas). Mantener en ella los valores que la han hecho acreedora de ser protegida va a ser un importante reto para el futuro.

Debido a la enorme inercia de los ecosistemas forestales, donde un bosque maduro puede tardar en crecer y formarse varios cientos de años y en cambio su desaparición por cortas o incendios ocurre en tan sólo uno minutos, el marco general debe ser el principio de precaución o cautela.

La gestión debe ser multifuncional, e integral, considerando como pieza clave al hombre y sus usos tradicionales, especialmente en sistemas altamente intervenidos como dehesas, sotos o pinares pastoreados. Por otra parte debe basarse en la sostenibilidad, las extracciones de recursos forestales no deben ser superiores a las tasas de renovación. Además de la madera, la leña, la miel, la caza y otras producciones, se incluye el paisaje como recurso. Una tala a matarrasa no impediría la renovación de la masa forestal pero imposibilitará disfrutar del mismo paisaje, en ocasiones cientos de años. Un porcentaje de la menos del 15%, de las superficies sometidas a aprovechamiento forestal debe mantenerse intacto como refugio de especies y sus hábitats. Conviene tomar medidas de conservación y de gestión específicas para bosques maduros y viejos, masas con especies muy amenazadas, sistemas de matorrales y pastos de especial valor ecológico y árboles monumentales.

Las especies exóticas, como los eucaliptos, son altamente invasoras y luego muy difíciles de erradicar, deben limitarse y controlarse, evitando que invadan o sustituyan ecosistemas de más calidad. Hay que diferenciar claramente entre cultivos forestales y bosques. Las repoblaciones están fuera de lugar si ocupan masas con mayor grado de madurez y biodiversidad. El agua debe de ser uno de los ejes de la gestión forestal en un país como el nuestro, con predominio de clima mediterráneo. Sin embargo este binomio no ha sido suficientemente tenido en cuenta. Aunque las competencias en estos dos recursos tan estratégicos están repartidas entre las Administraciones central y autonómica, la gestión conjunta debería ser un objetivo político de primer orden.

Además, España tiene una importante cuota de responsabilidad en la destrucción de los bosques tropicales y de otros tipos por las importaciones de madera, en ocasiones, ilegal. La certificación forestal, debe avanzar desde los sistemas internacionales ya reconocidos, como el FSC a otros más exigentes que incluyan el cambio climático y que no permitan la certificación de cultivos forestales. Se debe exigir que las empresas importadoras adopten códigos de buenas prácticas, por ejemplo para la contratación con la administración.

Por otra parte, los beneficios que generan los recursos forestales deben repercutir de alguna forma en los usuarios y habitantes de las zonas sometidas a aprovechamientos. La distribución de ayudas en el mundo rural, por mantener valiosos hábitats, es una vía muy a tener en cuenta.

Las políticas que inciden sobre los ecosistemas forestales deben de ser complementarias, no pueden ser contradictorias, son a largo plazo, no deben marcar el rumbo variables administrativas o políticas coyunturales. No se puede permitir que ardan por una parte mientras se repueblan por el otro, masas de mucha menor calidad. Tampoco se puede permitir que los mismos ecosistemas se gestionen de formas muy diferentes según las comunidades autónomas donde estén. Los que están en las cuencas altas tienen responsabilidades sobre los delas cuencas bajas. Los planes y programas forestales requieren proyecciones a largo plazo. Decisiones cambiantes en periodos cortos crean inestabilidad, por lo que son necesarios consensos y pactos que impliquen a Administraciones y agentes sociales, basadas en principios científicos de gestión. Debe haber mucha más selvicultura, diversificando especies, diversidad en ecosistemas para aumentar la resistencia al fuego y a los cambios climáticos con el fin de aumentar la resiliencia de las masas. La transparencia y la participación pública deben estar a la orden del día. Los presupuestos asociados a las inversiones actuales en el sector son escasos si tenemos en cuenta la importancia estratégica del recurso. Los ecosistemas forestales necesitan más apoyo económico para articular medidas de protección, gestión y restauración, así como de educación y formación y por supuesto de seguimiento y vigilancia.

Estas ideas, pueden servir de punto de partida para el debate absolutamente necesario entre colectivos, usuarios y profesionales para definir cuál es el modelo de bosques que queremos para este siglo XXI. Es necesaria una gestión forestal sostenible basada en la mejor ciencia disponible para los ecosistemas forestales de este siglo XXI. Todos nos jugamos mucho.

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