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26J: ilusión versus miedo, España versus Venezuela

Alberto Rosado del Nogal
Humanista y politólogo, colaborador del Cículo 3E de Podemos @AlbertoRNogal

"Muchos se sienten confusos tan solo. El suelo tiembla, y no saben por qué y de qué.
Esta su situación es angustia, y si se hace más determinada, miedo.

Una vez alguien salió al ancho mundo para aprender qué era el miedo. En la época
recién transcurrida se ha logrado esto con mayor facilidad y más inmediatamente;
este arte se ha dominado de modo terrible. Sin embargo, ha llegado el momento (...)

Se trata de aprender la esperanza. Su labor no ceja, está enamorada en el triunfo,
no en el fracaso. La esperanza, situada sobre el miedo, no es pasiva como este, ni,
menos aún, está encerrada en un anonadamiento. El afecto de la esperanza sale de

sí, da amplitud a los hombres en lugar de angostarlos, nunca puede saber bastante
de lo que les da intención hacia el interior y de lo que puede aliarse con ellos hacia
el exterior. El trabajo de este afecto exige hombres que se entreguen activamente al
proceso del devenir al que ellos mismos pertenecen. No soporta una vida de perro,
que solo se siente pasivamente arrojada en el ente, en un ente incomprendido, o
incluso lastimosamente reconocido".

Así comienza Ernst Bloch el prólogo de una de sus obras maestras titulada "El principio de esperanza" (Das Prinzip Hoffnung). La esperanza, o la ilusión, es aquello que mueve a los sujetos a tomar las riendas de su propio destino en contraposición al miedo: aquel estado de ánimo que vuelve al ser humano quieto, pasivo, temeroso de pensar qué realidad habrá más allá de las sombras. La ilusión, por tanto, es una actitud protagónica de cualquier tipo de vida: la personal y la colectiva; la privada y la pública. Suenan los tambores de aquella vieja autosuperación nietzscheana, aquel superhombre capaz de doblegar los valores que vapuleaban la vida apolínea y dionisíaca. El miedo genera una sociedad gregaria; la ilusión: una sociedad democrática plena.

¿Cómo se genera miedo? ¿E ilusión? Y he aquí el paralelismo: Venezuela es compasión y España aceptación. Venezuela riega los ríos discursivos del establishment que la sociedad va bebiendo, progresivamente, hasta que el dolor de estómago provoca la genuflexión. España se debate entre el nihilismo activo y el pasivo, entre Dionisio y Jesucristo, entre ciudadanía y rebaño. España ha aceptado su realidad: un ciclo político agotado. Las élites, sin embargo, necesitan seguir chupando la poca sangre que queda y a cualquier precio. Sudán del Sur, Siria, Afganistán, Arabia Saudí, Palestina y un largo etcétera componen la primera división de los conflictos más infrahumanos que este mundo recordará —si la historia la escribieran los pueblos—. Pero la protagonista de esta serie es Venezuela: ¿miedo? Al menos es compasión. Compasión como sinónimo de agotamiento, de tirar la toalla, de compartir dolor para generar más dolor. España es la aceptación del dolor para superarlo, algo que esta campaña para el 26J no merece que se dispute.

Cuando la ciudadanía parecía que despertaba —si es que alguna vez dormimos—, nos regalan somníferos. Cuando España era el epicentro de su propio hundimiento, nos desvían la mirada. Cuando, por fin, el poder popular se aglutina en un mismo espacio, nos regalan etiquetas comunistas. Qué mejor señal que la desesperación ante el hundimiento de su Titanic. De lo que aun, quizá, no son conscientes, es que el barco nos sostiene a todos y todas. A las que quieren agujerearlo, y a las que queremos que emerja para no no volver a hundirse

No es que el miedo deba cambiar de bando, es que el miedo debe desaparecer como arma política para llamar a las urnas a quienes escuchan demasiados disparos cuando, en el fondo, tan solo hay aullidos de élites nerviosas que atisban el cierre de su particular chiringuito: estar por encima de la ley y en la misma liga que la clase política. La ilusión vencerá al miedo para eliminarlo definitivamente y que, por fin, en España se juegue limpio y, algún día, de verdad, hagamos política.

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