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Alemania no es el modelo a seguir

Fernando Luengo
Profesor de economía aplicada de la Universidad Complutense de Madrid. Miembro de Podemos (círculo de Chamberí)
https://fernandoluengo.wordpress.com
@fluengoe

Alemania. Símbolo de las buenas prácticas económicas. Modelo de austeridad y esfuerzo colectivo. Generosa con sus contribuciones al proyecto comunitario. Referente a partir del que construir una Europa fuerte, próspera, productiva y competitiva. Un ejemplo a seguir para salir de la crisis económica.

El contrapunto de tanta virtud está en las economías meridionales. Instaladas en el despilfarro, en un permanente desorden presupuestario, viviendo por encima de sus posibilidades, incumpliendo sus obligaciones y compromisos con las autoridades comunitarias, socavando de esta manera la Unión Europea y debilitando la Unión Económica y Monetaria. La ruta equivocada.

Alemania, ¿modelo a seguir? Buena parte de las estadísticas ofrecidas por los organismos nacionales e internacionales utilizan el país como unidad de análisis: "Alemania crece", "Alemania mantiene bajo control su déficit público", "Alemania exporta". En la ceremonia de la confusión a la que nos tienen acostumbrados la economía dominante y el poder todo se mete en el mismo saco, país y ciudadanía se funden y se confunden...y, desafortunadamente, el mensaje cuela.

Pero cabe preguntarse si hablar de "Alemania" es equivalente a hacerlo de los "alemanes" (o utilizar el término "España" es igual que decir "españoles"). Por la misma razón, es lícito interrogarse sobre la diferente posición social de los alemanes (y de los españoles) aunque ¡horror! esta pregunta nos lleve al inquietante espacio donde existen las clases sociales y los grupos y colectivos con intereses distintos o incluso divergentes.

Centrándonos en los alemanes, ¿todos ganan cuando la situación macroeconómica mejora?; y cuando empeora, ¿las pérdidas se distribuyen entre todos por igual? Para despejar estas dudas, presento a continuación algunas ratios que pueden dar cuenta del balance social. Con ello, claro está, no pretendo entrar en el complejo debate de las potencialidades y los límites de la política económica seguida en Alemania, pero sí quiero decir que una de los aspectos que, indudablemente, deben ser tenidos en cuenta a la hora de valorarla es su impacto en la gente.

El índice de Gini, habitualmente utilizado para medir la desigualdad de ingreso –que puede alcanzar valores comprendidos entre 0, igualdad total, y 100, inequidad extrema- nos devuelve un panorama de Alemania donde la inequidad avanza. En 2015, último año para el que Eurostat ofrece información estadística, dicho índice había aumentado en relación a su nivel de 2010 en 0,8 puntos, situándose en 30,1; en España en el mismo periodo el crecimiento había sido de 1,1 puntos, alcanzando el valor 34,6 (ocupando el dudoso honor de ser el cuarto más alto de la UE, sólo por detrás de los tres países bálticos).

Lo mismo ha sucedido con el indicador 80/20, que mide la relación existente entre los quintiles con mayor y menor ingreso. Dicha relación en Alemania ha pasado entre 2010 y 2015 del 4,5 al 4,8, mientras que en España ha progresado desde el 6,2 al 6,9. Si sólo tenemos en cuenta el 10% de la población con mayores y menores ingresos, el primer grupo ha mejorado su situación, en 2010 acumulaban el 23,4% de la renta y en 2015 el 23,6. Entretanto, el segundo había conocido una reducción en su cuota, que ha pasado desde el 3,3% al 2,9%. Los datos para la economía española son 24,6 y 24,8 para los que ocupan la cúspide de la pirámide social; 2,1 y 1,7 para los peor colocados.

El indicador que elabora Eurostat para conocer las personas que se encuentran en situación de pobreza o exclusión social (AROPE es el acrónimo en inglés) pone de manifiesto que en 2015, en la próspera y modélica Alemania, la quinta parte de su población formaba parte de ese grupo, esto es, 16 millones de personas no cubrían las necesidades básicas; 121 mil más que en 2010. El panorama todavía es más alarmante en nuestro país donde en 2015 el 28,6% de la población está atrapada en las redes de la pobreza o la exclusión social, más de 13 millones de personas; superando en más de 1 millón la cifra de 2010.

En lo que concierne a la evolución de los salarios encontramos una evolución más contrastada. Mientras que en España los trabajadores han perdido capacidad adquisitiva, un 2,5% entre 2010 y 2016, en Alemania ha aumentado en un 8%. En nuestro país, el peso de los salarios ha retrocedido un 3%, en tanto que en Alemania, aunque de manera moderada, ha crecido un 0,8%. También ha sido muy diferente el comportamiento del desempleo. En Alemania el valor más alto en los años de crisis fue alcanzado en 2009, el 7,6% de la población activa y en 2016 será del 4,4%. Muy lejos se encuentran nuestros registros. El pico del desempleo se alcanzó en 2013, un 26,1%, y en 2016 todavía se situará en el 19,7%.

De cualquier modo, al igual que entre nosotros, en Alemania ha aumentado el número de trabajadores pobres, que en 2015 ya representaba el 9,6% de la población trabajadora entre 18 y 64 años (7,1% en 2010). Nuestra economía ha evolucionado en la misma dirección y las ratios eran, respectivamente, el 13,2% y el 10,8%. Esta cuestión resulta especialmente relevante, pues la retórica del poder y el mantra esgrimido por las patronales insiste en que el empleo es la mejor política social, pues tener un trabajo debería permitir, según ese relato, escapar de la pobreza. Como demuestran los datos anteriores, nada más lejos de la realidad. La generalización de la precariedad laboral y los bajos salarios asociados a la misma están suponiendo que un porcentaje creciente de los trabajadores se mantenga por debajo de los umbrales de la pobreza.

En lo que concierne a la distribución de la riqueza, el informe recientemente presentado por el Credit Suisse (Global Wealth Report) y la base de datos que lo acompaña (Global Wealth Databook) revelan una fractura social aun más profunda que la del ingreso, presente tanto en Alemania como en España, y que, en realidad, recorre a la mayor parte de los países para los que se dispone de información.

Se calcula que el índice de Gini en 2016, aplicado a la riqueza, era para Alemania y España, respectivamente, de 78,9 y 68. En el primero de estos países, el 1% de la población adulta, con una riqueza individual superior al millón de dólares, acaparaba el 31,5% del total, mientras que el 10% reunía el 64,9%. En contraposición, el 60% de los adultos tenía el 5,6%. Los datos para nuestra economía también revelan una intensa polarización en el reparto de la riqueza. Las proporciones correspondientes al 1%, 10% y 60% de la población adulta son, respectivamente, del 27,4%, 56,2% y 14,7. En los dos países, este proceso de concentración ha tendido a intensificarse con el tiempo.

Es importante destacar que el aumento de la fractura social se ha registrado en unos años de crecimiento económico. Entre 2010 y 2016 el producto interior bruto de Alemania ha aumentado cada año, mostrado un crecimiento acumulado superior al 10%. La economía española, por su parte, está creciendo desde 2014, en los dos últimos años a tasas por encima del 3%. Confiar en que el crecimiento ofrece oportunidades para todos es un grave error. Ya era evidente antes del crack financiero y lo es más ahora, cuando la correlación de fuerzas se ha inclinado con claridad hacia el capital, cuando los instrumentos redistributivos asociados a las políticas públicas han sido en gran medida desmantelados y cuando la negociación colectiva ha salido debilitada y en muchos casos eliminada.

No quiero mirarme ni reconocerme en el espejo alemán, no acepto la fractura social (creciente y permanente) como modelo ni como hoja de ruta. No deseo para la ciudadanía un país en el que exista un norte y un sur, donde una minoría de privilegiados se enriquecen sin medida ni escrúpulos y una mayoría social ha sido excluida o está instalada en la precariedad. Y rechazo todo esto porque otra economía, otra sociedad y otra Europa son, además de deseables y necesarias, posibles. Hay propuestas, hay alternativas, pero también hay resistencias que vencer. Para ello necesitamos una ciudadanía activa, exigente, politizada y comprometida y un Podemos a la altura de los desafíos que tenemos por delante.

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