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¿Ayuda o insulto? La Ayuda Oficial al Desarrollo mengua hasta el ridículo.

Chus Melchor
Economista Consultora en Economía del Bien Común.

Oxfam Intermón publicaba a finales de marzo su informe anual Realidad de la Ayuda, donde se analizaban los datos de la política de cooperación al desarrollo del estado español durante el año 2015.

 ¿Ayuda o insulto?  La Ayuda Oficial al Desarrollo mengua hasta el ridículo.

Mapa extraído del informe Oxfam Intermón

El altiplano peruano, incluidas zonas habitadas, está siendo devorado por la minería de zinc y cobre. En Argentina grandes fortunas europeas y estadounidenses se reparten la Patagonia para explotaciones ovinas, vacunas y agrícolas que esparcen agroquímicos como el glifosato sobre las tierras y la salud de los pobres. En el delta del Níger los continuos derrames de petróleo han impregnado lagos y marismas con el líquido mortal.  Las petroleras chinas engullen en su apetito voraz la selva de Ecuador. En India las tragedias por explosiones o vertidos de fábricas textiles se reproducen cada cierto tiempo, arrebatando la vida y las expectativas de los desprotegidos.

A cambio los países desarrollados colaboran con sus vecinos pobres con lo que llamamos AOD: Ayuda Oficial al Desarrollo. Perú, país con calidad de prioritario en estas ayudas, en el año 2015 recibió de España 16,3 Millones de euros. En el mismo año más de trescientas empresas españolas operaron allí, la mayoría relacionadas directa o indirectamente con la minería: Avengoa, Acerinox, Ferrovial o la minera Cuñado S.A., constructoras como OHL, Sacyr y Perex, y empresas de seguridad como Prosegur o de servicios como Grupo Eulen.

Mapa extraído del informe Oxfam Intermón

La prensa y los informativos se hacen eco de los 1.261 Mill que España donó al tercer mundo en 2015. Un 0,12% de la Renta Nacional Bruta, un mínimo histórico. Países como Botswana, Samoa, Bután, Mauricio o Mongolia recibieron de nuestro país, según el informe, cantidades ridículas que no llegaban a los mil euros.

Sin duda esas ayudas han sido útiles en casos concretos, sin duda han paliado situaciones próximas al desastre, han salvado vidas y han atenuado la indefensión en la que se encuentran las víctimas de expolios, guerras o pobreza extrema, según explica la ONG en el mismo informe. Pero ya no sirven. La situación actual es tan desmesuradamente injusta que es el momento de replantearse estas relaciones. Llegados a este punto las migajas concedidas por las ayudas al desarrollo suponen un insulto. La única contrapartida digna sería aquella que pudiera compensar el destrozo del altiplano, los ríos envenenados en Asia y África, el aire rociado con tóxicos en Argentina, los árboles amputados a la tierra en los bosques amazónicos o indonesios, las malformaciones genéticas o las enfermedades de la piel de los desposeídos paraguayos.

Las relaciones norte-sur se han ido afianzando en la desigualdad, de manera que son las grandes corporaciones multinacionales las que tienen capacidad para extraer, invertir y fabricar a gran escala. Los recursos son en su mayoría devastados en el sur y engullidos en el norte. Son esas grandes corporaciones las que más se benefician del estado actual de las cosas, de la laxitud de las leyes de países que aún disponen de recursos naturales y de la glotonería consumista de los supuestamente desarrollados. Y son además esas mismas empresas, las que componen los mercados y presionan la promulgación de tratados de comercio que beneficien sus intereses a costa de los derechos de la naturaleza y de la vida en los países en desarrollo. Las que además están interesadas en seguir disponiendo de la biosfera en países con gobiernos cómplices capaces de atentar contra sus poblaciones o sus tierras.

Gerardo Tecé escribía recientemente en su artículo Amancio visita el cortijo que "si la solidaridad te sale a devolver no es solidaridad". La Ayuda al Desarrollo se ha convertido en una humillación. Las ONG solicitan un incremento de la ayuda, volver a la senda del compromiso o responder a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, pero quizás en esto como en tantos otros ámbitos, la vuelta a atrás no sea suficiente. Quizás sea el momento de reinventar las relaciones norte-sur con un gesto decidido de rechazo de las migajas a cambio de buscar la forma de impedir que la voracidad consumista de nuestra civilización acabe definitivamente con los recursos del planeta.

 

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