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Theresa May frente al espejo

La vuelta al bipartidismo que auguran las últimas encuestas en Reino Unido ha provocado un gran desconcierto entre los analistas británicos (y europeos) que interpretaron las anteriores elecciones como el final definitivo del "juego de dos" entre los tories y el Labour. Y es que, atendiendo a las lecturas hegemónicas de los resultados del Brexit, la lógica animaba a proseguir la vía de la fragmentación política del país, un hecho propiciado por la regionalización de los partidos en un sistema electoral arquetípicamente mayoritario.

Sin embargo, debemos ser cautelosos a la hora de anunciar el resurgimiento del viejo bipartidismo. La razón no proviene de la improbabilidad de la recuperación del terreno perdido en las últimas décadas por parte de los conservadores y los laboristas, un hecho solo a falta de ser consumado, sino de la revisión crítica del discurso que interpretó los resultados del referéndum de salida de la Unión Europea como una victoria aplastante de los euroescépticos del UKIP.

A la vista de las próximas elecciones del día 8, los resultados del Brexit se muestran como un termómetro inmejorable para comprender por dónde van a ir los tiros. Claro está que el sesgo mayoritario de las circunscripciones electorales matizará la proporcionalidad absoluta del referéndum (un ciudadano, un voto), pero es posible emprender, a la vista de los últimos sondeos, una reinterpretación del relato sobre "el descalabro de los británicos", vendido por los medios de comunicación más importantes de toda Europa como un arrebato de irracionalidad paleta y racismo reaccionario.

El hundimiento del UKIP en las encuestas da fe de ello. Con unos resultados que rondarían el 4% de los votos, los xenófobos se quedarían fuera del parlamento de Westminster, invalidando las lecturas rápidas que tradujeron el Leave (salida de la UE) como una entrega de los británicos a los brazos identitarios de la extrema derecha. Es posible que algunos piensen que el antieuropeísmo de la propia Theresa May ha podido contrarrestar la capacidad de arrastre del UKIP, constituyendo en el espectro derecho del electorado un nuevo campo de batalla. Pero ese antieuropeísmo se ve relegado, en las elecciones generales británicas, a un segundo plano, reemergiendo a la primera línea el sentimiento de hartazgo con las élites políticas. Este hartazgo puede tomar dos caminos opuestos: la desafección desmovilizadora o la movilización de última hora.

Que las últimas encuestas muestren una tendencia creciente por parte del Partido Laborista de Jeremy Corbyn, no hace más que situarnos, a escala británica, en los parámetros de las recientes presidenciales francesas. Como Mélenchon, Corbyn está aprovechando la debilidad del sistema político para colocar la incertidumbre en medio de la escena. Este mínimo hecho –la remota posibilidad de disputar la victoria- sirve de combustible y da alas a una candidatura que hasta hace nada parecía abocada al fracaso.

Así pues, la cita electoral del próximo día 8 va por el camino de convertirse en otra oportunidad más para que la ciudadanía evidencie el rechazo enérgico que siente por las élites políticas. Esto puede implicar, colateralmente, un éxito del laborismo, aunque el partido de Corbyn se equivocaría profundamente si extrajera del ahora posible vuelco electoral de última hora una lectura autocomplaciente. Como en las primarias laboristas, la suerte de Corbyn depende mucho más de su antagonismo respecto de las élites tradicionales que de un detallado programa que implique un claro giro a la izquierda, por otro lado muy difuso. Para entendernos, el sabotaje interno por parte de Tony Blair y el ala dura del partido impulsan a una candidatura que probablemente diste mucho de estar a la altura.

Se hace especialmente interesante (y provocadora) una lectura en clave europea de los resultados que dibujan las encuestas. ¿Y si después de todo los británicos no fueran tan antieuropeos como parecían tras el Brexit? ¿Y si el racismo, sin duda existente, fuera sobre todo un mecanismo discursivo puesto en circulación para desprestigiar lo que ahora se muestra como un grito de rechazo contra el poder? Los hipotéticos buenos resultados del laborismo de Corbyn podrían ser reinterpretados como un movimiento reactivo contra la reorganización discursiva de las élites tras la derrota del referéndum, una sinigual muestra material de la madurez política de una sociedad que sabe "usar" en cada ocasión la máquina de guerra electoral más propicia.

Puede que sea demasiado aventurado sacar conclusiones tan optimistas de unas simples encuestas. Pero en los últimos meses hemos visto cerrarse, sin apenas cicatriz, la herida provocada en el corazón del sistema por el Brexit. La falta de un discurso por parte de la izquierda transformadora de toda Europa que mirase con confianza la decisión soberana de los británicos ha dejado vía libre para que la versión oficial de las instituciones europeas se impusiera en el sentido común de la desunida Unión.

Así pues, debemos contraargumentar que el Brexit fue, ante todo, una patada en el culo del desprestigiado gobierno de Cameron. Las dudas de última hora de Theresa May la sitúan frente al espejo, que le devuelve una imagen envejecida y alejada del look popular que adquirió durante la campaña del referéndum. Por eso se niega a los debates televisados, como queriendo mantener un cierto aura antiestablishment. Pero si se oculta, mal, y si se muestra, peor.

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