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La austeridad precariza, carboniza y devasta

Esteban Cruz Hidalgo
Economista y miembro de Red MMT

Hay quienes, paradójicamente, utilizan el sentido común para hacer bandera del egoísmo y la individualidad, para cargar sobre las espaldas de cada persona el peso de la desigualdad social. Disfrazan una serie de falacias asociativas como verdades, tratándolas como conocimientos que se manifiestan en la experiencia de todos y cada uno de nosotros, un saber colectivo y general que no es necesario ni siquiera replantearse por estar ampliamente establecido en nuestra forma de pensar. Somos seres que necesitamos certezas, y tiramos de sesgos sencillos que nos ayudan a construir una historia coherente dándonos esa ilusión de control o de entendimiento. Estos sesgos cognitivos que habitualmente relacionamos con el sentido común son atajos mentales que nos permiten construir un argumento rápidamente, y son explotados a sabiendas de cómo nuestra mente agradece la facilidad cognitiva cuando está continuamente ocupada en otras tareas que captan su atención.

Debido al ritmo vertiginoso que esta sociedad nos impone en nuestro quehacer diario y la saturación de información y estímulos a la que nos vemos expuestos, no es difícil usar nuestros procesos cognitivos como herramienta para familiarizarnos con unos determinados clichés a través de la repetición frecuente. Si bien estos atajos mentales son útiles en situaciones en las que debemos tomar decisiones ágiles, no lo son tanto en cuanto están dirigidos a desarticular los lazos sobre los cuales se erige lo colectivo induciendo que, irracionalmente, defendamos posturas que van contra el interés público.

Una de las falacias narrativas favoritas de nuestras élites económicas divulgada en los medios de comunicación es aquella que señala que el presupuesto público funciona igual que el presupuesto de una familia, no podemos gastar más de lo que ingresamos. Efectivamente, esto para una persona física o empresa es cierto, puesto que su crédito deberá ajustarse a sus expectativas de ingresos o beneficios futuros, cosa que no ocurre, o al menos no tendría que suceder, con los Estados.

Que un Estado sea usuario de moneda al igual que los individuos y las empresas es una anomalía institucional que lleva consigo unos perversos mecanismos para disciplinar la democracia, provocando una deficiente gestión macroeconómica que fuerza a supeditar los objetivos de estabilidad de precios y pleno empleo al signo de las cuentas del gobierno. Para entender estas dos cuestiones debemos conocer primero qué es el dinero.

El dinero es una ficha que representa una deuda de un tercer agente con la cual hacemos nuestras transacciones cotidianas. Estas fichas de deuda son dotadas de transferibilidad y aceptación general porque este agente tiene una capacidad única que no tienen empresas e individuos, esto es, imponer obligaciones al resto en lo que elija que debe ser entregado para redimirlas. Así, el Estado se erige como monopolista de la moneda introduciéndola en la economía mediante dos formas: gastando o anticipándola a través de intermediarios.

Las instituciones actuales han pretendido y conseguido neutralizar la primera de estas formas que el Estado tiene para introducir su moneda, provocando una escasez de los fondos con los cuales el resto de los agentes ahorran, invierten y pagan facturas. Europa es el experimento en que la ideología neoliberal ha ido más lejos en su propósito de controlar el Estado, divorciando la política monetaria de la política fiscal, y protegiendo la independencia del Banco Central Europeo mediante reglas que solo pueden ser cambiadas por unanimidad. Semejante diseño deja a los Estados a merced de los bancos privados, al ver restringida su política fiscal a los fondos que sean capaces de conseguir endeudándose en su propia moneda, a la cual de otra forma no tienen acceso al verse despojados de su soberanía monetaria. Los mercados disciplinan a los gobiernos de una forma implacable ejecutando los instrumentos de castigo que la eurozona pone a su disposición: si no gustan las políticas de un determinado gobierno éste no tendrá acceso al crédito. Por si la opinión pública cuestiona las condiciones de los prestamistas, la combinación de huida de capitales y subida de la prima de riesgo ayudan a despejar las dudas culpando al gobierno como irresponsable y haciéndole arrodillarse a la voluntad de las finanzas, estrategia tremendamente eficaz para hundir gobiernos "populistas".

El desempleo es un fenómeno monetario, fruto de la crónica falta de gasto en la economía. La austeridad restringe la actuación del sector público afectando negativamente a la otra cara de su déficit, que es el superávit del sector privado, esto es, los ingresos de las familias y empresas. Es un principio contable muy básico: el gasto de un agente es el ingreso de otro. Siendo el dinero la deuda del Estado, esta particularidad ocasiona que técnicamente sea el único agente que puede mantener déficits sin quebrar y con capacidad de proveer de superávits a los demás. Con soberanía monetaria la deuda no actuaría como una carga, sino como un mero registro contable de los fondos que el sector público introduce en el sector privado. Esto significa que el Estado no se ve constreñido financieramente en su gasto, o no debería hacerlo a nivel operativo, sino por los recursos reales que existen en la economía. Si el déficit público es insuficiente, el resultado es que no se podrá emplear a todas las personas que buscan trabajar y las empresas no alcanzarán los objetivos de beneficios o ahorros deseados.

Este es el marco analítico sobre el cual deberían partir todas las consideraciones macroeconómicas en cuanto al presupuesto del gobierno, pero más interesante para nosotros es la dirección que se le puede dar a ese gasto para cubrir necesidades y llevar a cabo actividades que no son rentables para el sector privado y dejan sin hacerse, pero que son imprescindibles. Entendiendo qué es el dinero se refuta la tradicional excusa de que no hay fondos para afrontar este tipo de actuaciones, las cuales no tienen por qué ser guiadas por el ánimo de lucro que caracteriza a la inversión privada. La socialización de la inversión está orientada a transformar la sociedad, y el vehículo que proponemos desde Red MMT es la elaboración de Planes de Trabajo Garantizado o Empleo de Transición diseñados desde abajo con la participación de la sociedad, siendo el único elemento de centralización la financiación de los programas, o en caso indispensable por motivos funcionales, la coordinación de los mismos.

Un ejemplo de las actividades a las que se pueden destinar estos programas es a la lucha contra los incendios que año tras año nos asolan. La catástrofe reciente sufrida en Portugal, la devastación de Doñana, o el desastre de Sierra de Gata hace un año exigen más que lamentaciones momentáneas de nuestros políticos. El desconsuelo que producen estas tragedias se mezclan con la rabia de pensar que podían haberse impedido e incluso, con la indignación de que puedan ser intencionadas e incentivadas por leyes como la polémica Ley de Montes.

Las labores selvícolas para el control de los combustibles forestales, las infraestructuras de prevención y las acciones de sensibilización e información para saber cómo evitar que se puedan producir incendios y actuar en estos trágicos escenarios son a todas luces insuficientes, faltan personal y medios que deben garantizarse en unas condiciones dignas. Otra línea de actuación es la reforestación con especies autóctonas para evitar la amenaza que supone para la expansión de los incendios la plantación masiva de especies como el eucalipto, que también ocasiona problemas para la conservación del suelo y la gestión de recursos hídricos. Un tercer punto a tener en cuenta es cómo la despoblación motivada por la falta de oportunidades y servicios en el mundo rural condiciona también los usos forestales y el abandono de las actividades tradicionales, que en simbiosis con la naturaleza gestionan y conservan los recursos naturales.

Desde la izquierda y el ecologismo se reivindican cambios y mayor dotación de recursos a los servicios de prevención y extinción de incendios forestales, y esperamos que un correcto entendimiento del sistema monetario sirva para ayudar a traspasar el muro ideológico que dificulta que se atiendan sus propuestas, siempre dependientes de la dotación restrictiva del presupuesto a las diferentes partidas presupuestarias. El dinero no crece en los árboles, pero podríamos decir que casi, con soberanía monetaria estas actuaciones para evitar más catástrofes son perfectamente sufragables. La Teoría Monetaria Moderna ofrece herramientas para combatir en este sentido a los paladines de la austeridad, cuya cruzada ideológica sopla para propagar los vientos que avivan las llamas que arrasan nuestros bosques y montes, nuestra fauna y flora, nuestros pueblos y vidas. Dejemos a un lado por un momento el sentido común que nos inoculan y parémonos a reflexionar sobre qué sociedad construimos y cómo lo hacemos, que no se queme nuestra naturaleza depende de ello.

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