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Italia y el “desorden” laboral

Fernando Luengo
Miembro de la Secretaría de Europa de Podemos
https://fernandoluengo.wordpress.com
Twitter: @fluengoe

El pensamiento económico dominante, siempre dispuesto a poner sobre la mesa indicadores que, de una tacada, proporcionen información significativa y sintética sobre la salud de una economía, utilizan a menudo los "costes laborales unitarios nominales" (CLUN). Su aumento dispara las alarmas, pues se asocia a la existencia de una presión alcista sobre los costes (laborales), con el consiguiente deterioro de la productividad y la pérdida de competitividad; mientras que un comportamiento moderado de los mismos es prueba de prudencia y revela fortaleza económica.

En Italia, entre 2010 y 2018, los CLUN, según la información estadística proporcionada por Eurostat, han aumentado un 6,2%; un porcentaje sustancial cuando se compara con lo acontecido en la economía española, donde, en idéntico período, han retrocedido más de dos puntos porcentuales, un 2,5%.

Para analizar qué hay detrás del crecimiento de los CLU en Italia –indagación imprescindible para extraer las conclusiones correctas en materia de política económica- conviene tener presente que este indicador relaciona el salario medio expresado en términos nominales (es decir, incluyendo los precios) y la productividad del trabajo real o en volumen (esto es, sin contabilizar la parte de ese aumento imputable a la variación de los precios).

Reparemos, por lo tanto, en que, al comparar una magnitud nominal (en el numerador) con otra real (en el denominador) es normal –sin entrar en el debate de si es "bueno" o "malo" en términos económicos- que se contabilice un crecimiento de los CLU; cabe calificar de excepcional, y de anómalo, lo contrario: la evolución de nuestra economía en los últimos años, y la de Alemania desde la implantación del euro.

Aclarado este asunto, estrictamente conceptual, entremos en materia. ¿Qué evolución han seguido en Italia los componentes que integran los CLUN? Se aprecia que la compensación nominal por empleado entre 2010 y 2018 ha aumentado un 6,6% (menos de un 1% anual). Como quiera que el índice de precios al consumo lo ha hecho en un 11%, el resultado es que los trabajadores en promedio han perdido capacidad adquisitiva. Esta evolución encaja con que la participación de los salarios en la renta nacional se haya reducido, en casi un punto porcentual aproximadamente.

Al mismo tiempo que los salarios han visto mermada su capacidad de compra, la fractura social en Italia avanza, en el conjunto de la economía y en el plano laboral. Todos los indicadores al respecto han empeorado. El índice de Gini, que mide la desigualdad en una escala de 0 (más equidad) a 100 (más inequidad) ha pasado de 31,7 en 2010 a 33,1 en 2016 (último año para el que Eurostat proporciona información estadística), lo que supone colocar a este país entre los más inequitativos de la Unión Europea. También apunta a un aumento de la desigualdad la relación entre los quintiles de más y menos ingreso (el 20% más rico y más pobre), que ha evolucionado desde el 5,4 en 2010 hasta el 6,3 en 2016. El 20% de la población peor situada en la pirámide social recibe un porcentaje cada vez más reducido del ingreso, al tiempo que las personas localizadas en el tramo más favorecido, el quintil superior, ha mejorado su posición. El número de italianos en situación de pobreza o exclusión social ha aumentado en ese mismo periodo en 2,6 millones, pasando desde el 25% al 30%. También ha crecido el de trabajadores pobres, que en 2016 ya suponían el 11,8% (frente al 9,7% en 2010).

Entretanto, las élites continúan disfrutando de una privilegiada posición, que han fortalecido con la crisis. Según el Global Wealth Databook publicado por el Credit Suisse, a mediados de 2016 el 3,4% de la población adulta concentraba una riqueza superior al millón de dólares, 69 personas tenían una fortuna situada entre 500 y 1000 millones de dólares, y 38 eran mil millonarias. El 10% de los adultos acaparaba el 54,7% de la riqueza, el 5% detentaba el 43,3%, y el 1% atesoraba el 25%. El contrapunto de esta situación lo encontramos en que, por abajo, el 50% de la población sólo disponía del 7,3% de la riqueza.

Poniendo ahora el foco en el denominador de la expresión, la productividad del trabajo (medida como la relación entre el Producto Interior Bruto y el número de trabajadores) se observa que ha retrocedido entre 2010 y 2018, un 0,6%; si, en lugar del volumen de empleo, se toma como referencia el número de horas trabajadas, la economía italiana ha conocido una leve mejoría del índice de productividad, equivalente al 1,1%. Esas diferencias se deben a que, a pesar de que el nivel de empleo ha crecido -ligeramente, un 2,3% en todo el periodo-, se ha asistido a una reducción en el número total de horas trabajadas y las realizadas por cada trabajador, en un 0,9% y 2,6%, respectivamente.

Esta aparente paradoja se explica por la generalización de la contratación precaria. En efecto, el número de trabajadores con contratos de duración limitada aumentó entre 2010 y 2016 (último año para el que Eurostat ofrece datos) un 13,5%; esta tendencia alcista fue todavía más intensa en lo que concierne a los de tiempo parcial, cuyo aumento fue del 26%. El resultado es que en 2016 el 18,5% de los trabajadores tenían contratos temporales (14,8% en 2010) y el 10,9% a tiempo parcial (9,6% en 2010). Téngase en cuenta que un buen número de trabajadores que padecen esa situación de precariedad desearían tener contratos de duración indefinida y a tiempo completo.

A pesar del aumento en las cifras de ocupación, a pesar de la extensión de la precariedad, la tasa de desempleo se mantiene en cotas elevadas. En 2018 estaba en el 11,3%, todavía por encima del registro de 2010, 8,4%; siendo la correspondiente al desempleo juvenil -tramo de edad comprendido entre los 18 y los 24 años- sustancialmente más elevada (28% en 2010 y 38% en 2016); a lo que hay que añadir el aumento tanto el número de desempleados de larga duración como el de los que no reciben la correspondiente prestación.

Tres conclusiones, a modo de resumen:

  1. El aumento de los CLU no se explica por la progresión de los salarios, sino, sobre todo, por el estancamiento en los registros de productividad. La insistencia en moderar los costes laborales para enfrentar los desafíos estructurales que enfrenta la economía italiana apunta –con argumentos ideológicos e interesados- en la dirección equivocada.
  2. Al contrario de lo mil veces proclamado por el relato dominante, alimentado desde los círculos de poder, el estancamiento de las retribuciones de los trabajadores no ha dado lugar a un aumento del empleo (tampoco a una mejora de la productividad). Además, buena parte de los puestos de trabajo generados son de pésima calidad. Un gobierno del cambio debe situar en el centro de su política económica el aumento del empleo decente.
  3. La desigualdad en la economía italiana –entre los ricos y los pobres, entre las rentas del trabajo y del capital, entre las elites empresariales y los trabajadores- ha continuado avanzando en estos años de crisis y se ha enquistado. Parece evidente que la fractura social, además de repartir de una manera injusta los costes de la crisis económica, dificulta su superación. De ahí la necesidad y la urgencia de que la equidad social sea la clave de bóveda de una política económica al servicio de las mayorías sociales.

 

 

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