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UN MAL DIAGNÓSTICO DE LA CRISIS

José Carlos Garrote Garrote
Economista, miembro de Red MMT España y del Instituto de Economía Política y Humana

El consumo es la acción que llevamos a cabo para satisfacer nuestras necesidades primarias y secundarias. Ese consumo es dependiente de los ingresos de las familias que necesitan generalmente vender su fuerza de trabajo para su subsistencia. Por ello es tan importante la calidad del empleo de los trabajadores.

Desde 2008 llevamos sumergidos en una profunda crisis económica global. Pese a los cantos de sirenas que llegan, aún muchos especialistas cuestionan que verdaderamente estemos viviendo una recuperación real, aunque los datos macroeconómicos muestren crecimiento del producto interior bruto y creación de empleo desde 2014. Es esencial fijarse en aspectos cualitativos, en cómo se crece y qué tipo de empleo se crea. Las dudas emergen cuando del empleo creado sólo uno de cada 10 nuevos empleos es fijo y casi la mitad es temporal.

En el imaginario popular nos han transmitido la imagen del empresario frugal, es decir, del individuo ahorrador o con disponibilidad de acceso al crédito preocupado por invertir y mejorar su capacidad productiva para no quedarse atrás en el juego de la competencia. Se incide especialmente en el aumento de la oferta de bienes y servicios que la economía produce, pero; ¿por qué producen los empresarios? Porque los trabajadores tienen unos ingresos suficientes para comprar los productos que éstos ponen a la venta. Si sus potenciales clientes no disponen de dinero para comprar estos productos, la producción no encuentra salida y no es transformada en beneficios.

La principal respuesta a la crisis en España ha sido llevar a cabo una devaluación salarial, es decir, la reducción de los salarios de los trabajadores. Entre las justificaciones al modelo de precariedad instalado en el mercado laboral se han dado diversos motivos, entre los que destacan la dificultad de acceso al crédito o la falta de trabajadores preparados para los puestos existentes. La devaluación salarial buscaba la competitividad de las empresas al reducir los costes laborales. Tal estrategia ha fallado porque este coste es a la vez la fuente de ingresos de sus potenciales clientes, los propios trabajadores. Esto solo podría tener éxito si esta competitividad ganada a partir de la devaluación salarial hubiese conseguido que los productos de las empresas españolas captasen amplios mercados exteriores, cosa que no ha ocurrido. Ni venden fuera todo lo que sería necesario para absorber el enorme desempleo existente, ni hay expectativas de que el consumo interno crezca ante la nueva figura del trabajador pobre que se ha instalado en nuestro país.

Parece curioso lo que nos muestra la encuesta sobre el acceso a la financiación de las empresas de la zona euro: al menos desde 2009 hasta finales de 2016 las PYMES de la zona euro coinciden en que el mayor problema al que se enfrentan es la falta de clientes (European Central Bank, 2017). Este es el principal obstáculo para producir y contratar trabajadores[1]. Las empresas no es que no fabriquen o no generen empleo debido a que no tengan acceso al crédito o a causa de los altos costes laborales, sino porque no tienen las expectativas de poder vender sus productos.

Se deduce entonces que la inversión depende del consumo, la demanda es la que crea la oferta, y una restricción a este consumo genera un obstáculo al aumento de la producción e inversión privada. Esto es lo que se conoce como la paradoja de los costes: si un empresario individualmente reduce el salario de sus trabajadores es posible que sus beneficios aumenten a causa de una disminución de sus gastos, pero si un país en su conjunto lleva cabo una devaluación salarial, los costes laborales de las empresas van a disminuir pero también así sus ingresos, ya que si los trabajadores no tienen recursos suficientes o seguridad de ingresos futuros no van a poder comprar los productos que el sector privado pone a la venta.

El Banco Central Europeo tiene la posibilidad de mantener el tipo de interés relativamente bajo para fomentar la inversión y existe mano de obra perfectamente capacitada, pero si el consumo no se acelera esa inversión esperada no va llegar a efectuarse, porque los empresarios no tienen ninguna razón para aumentar la capacidad instalada si no van a encontrar salida a la producción. Las medidas deben ir en otro sentido. La forma ideal de aumentar salarios y la calidad del empleo es mediante políticas encaminadas a reducir directamente la tasa de desempleo. Los salarios deben aumentar pero también los empleos indefinidos. La Unión Europea y el gobierno nacional han fracasado estrepitosamente en el diagnóstico de la crisis. En su afán por desahogar la difícil situación de las empresas han minado el ingreso inducido que es el salario de los trabajadores como fuente de sus ventas. La miopía de ver solo una parte de la ecuación de los determinantes de los beneficios pasará factura y pronto olvidaremos este espejismo al que muchos se han agarrado. Los ingresos permiten a los trabajadores consumir, y el consumo es el motor de la economía. Revirtamos las medidas tomadas, es hora de aumentar el salario de los trabajadores

 

 

[1] De acuerdo a esta encuesta, el 28.6 % de las PYMES españolas coinciden en que el mayor problema que tienen es la falta de clientes. Igualmente, el 19.5 % señalan a la competencia, el 9.3 % ponen el acceso a la financiación como el mayor problema, el 11.3 % piensan que lo es el coste de producción, el 12.5% alegan la disponibilidad de personal capacitado y el 10% afirman que el mayor problema al que se enfrentan es la regulación.

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