El azar y la necesidad

Llorar a los vivos

El dolor físico es un mecanismo evolutivo que advierte al individuo afectado de un trastorno  al que hay que prestar  atención. Localizado el punto de donde surge, uno puede cauterizar la herida y tener una oportunidad de curarse. Pero hay otro dolor más siniestro, sin  sentido biológico aparente, que nace en las entrañas, que congestiona el pecho, que anuda el esófago y que estalla en el cerebro, algo que podríamos definir como una conmoción del alma, si ésta existiera. La actual crisis es una maquinaria que produce mucho dolor, dolor anímico, un dolor que no cuenta en los balances de los expertos económicos ni en la agenda de nuestros dirigentes políticos.

¿Cuánto dolor puede soportar un individuo  sin enajenarse y perder la razón? ¿Cuantos ciudadanos atenazados por el sufrimiento puede soportar una sociedad sin que ésta implosione? No hay indicadores macroeconómicos que evalúen el sufrimiento humano y que sean capaces de detectar, como un sismógrafo, los vaivenes de la angustia, la subida del dolor, la profundidad que alcanza en el cerebro el aguijón del miedo. ¿Qué valor económico tiene el dolor? ¿Qué bienes produce? ¿ Cómo se cotiza? ¿Conocen nuestros políticos cuál es el nivel de dolor de nuestra sociedad?

Por regla general, el dolor es un hecho inmaterial que en condiciones normales se traspasa sutilmente entre individuos, el dolor fluye, se comparte y en esas circunstancias, parece perder algo de intensidad. Pero ahora el dolor se disemina en todas direcciones, cada día son más los individuos golpeados por la crisis: al dolor propio hay que sumar el dolor que causa las desgracias ajenas. Vivimos rodeados de dolor, a veces se expresa directamente, otras simplemente se intuye o se siente. En el pequeño comercio que regento intuyo y siento a diario mucho dolor.

Manel es un jubilado de 83 años, sin familia, que malvive con una pensión de miseria y  que intenta equilibrar su maltrecha economía vendiendo calcetines. Anda con dificultad, luchando contra un traje desvencijado que  le desborda por todas partes y el peso de una cartera llena de calcetines que intenta vender en las tiendas del barrio. Manel es "L'home dels mitjons", el hombre de los calcetines, como se hace llamar. Manel tiene mala memoria, ayer me vendió tres pares y hoy ha vuelto a pasar por mi comercio para venderme tres más. Antes de que yo abra la boca, se percata del error y se da  una palmada en la frente: Quin cap que tinc!, -qué cabeza que tengo-. Me ofrece una castaña asada que saca de uno de sus bolsillos y se aleja sonriendo.

María es una mujer madura y atractiva, de unos cincuenta años, que vive sola. María fue azafata de vuelo, perdió su empleo hace unos años, consiguió con suerte colocarse de recepcionista en un hotel  pero, por desgracia, hace catorce meses, la despidieron. María tiene surcos profundos de angustia en la cara que a duras penas disimula con el maquillaje. María come poco, y lo poco que come lo comparte con su perro. María me dejó hace catorce meses un currículum y me pregunta si sé de algún trabajo, siempre que nos vemos lo hace. Suspira, conjurándose para que mi respuesta no sea la de siempre: ya le quedan pocos meses para perder el subsidio de desempleo.

Pablo es un chaval de 20 años que trabaja de jueves a sábado en una carnicería del barrio. Con su pequeño sueldo y el de su novia, han alquilado un pisito en Sant Celoni.  A Pablo le gusta fumar, pero no tiene ni para tabaco y gorrea cigarrillos a los vecinos, a mi entre ellos. Pablo es muy joven, como mis hijos, y me confiesa su angustia, no por su presente, que lo tolera alegremente, si no por su futuro, sin salida, condenado a malvivir, a ser arrastrado por las circunstancias. Pablo, a pesar de su juventud, se sabe vencido.

El dolor que causa la crisis, por desgracia, no se apagará ni se diluirá cuando termine, o cuando las condiciones mejoren, ese dolor quedará allí a la espera que alguien lo diluya. El dolor que soportamos exige justicia pero también nos exige un llanto, un gemido global reparador que humedezca el espíritu seco de los desesperados. Hoy, día de todos los santos, hay que llorar a los vivos, para que nuestros muertos descansen en paz.

 

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