El azar y la necesidad

Se han cargado la Constitución.

El pasado martes se vivió una jornada histórica a la vez que inaudita en el Congreso de los Diputados. Fue histórica porque, por primera vez en la historia de la democracia, los representantes de un grupo notable en número y porcentaje de ciudadanos de una autonomía pidieron la transferencia de una competencia, la de convocar referéndum, con el objetivo de decidir su continuidad o no en el Estado. El plan Ibarretxe, en su día, no pretendía ir tan lejos.  El hecho resulta absolutamente novedoso y marca un antes y un después en la concepción de España como Estado y como nación.  A partir de este momento, las relaciones entre el Estado y Catalunya  estarán viciadas por la desconfianza y el resentimiento mutuos, y no por la naturaleza de la demanda, sino por la inflexibilidad de la respuesta.

La respuesta del Congreso a la proposición del Parlament de Catalunya es lo que convierte al pasado día 8 de abril en una jornada inaudita y hasta kafkiana. Ese no rotundo de los partidos mayoritarios, contrario a toda lógica política, cerró la puerta a la única posibilidad democrática de la que dispone España como Estado para frenar la secesión, que no es otra que la de convocar una consulta en Catalunya, tomar la iniciativa en el asunto y apostar por una unión dialogada y respetuosa. Esa vía --la misma que ha utilizado el Canadá frente a las pretensiones del Québec, o  el Reino Unido con Escocia-- parece ser la única capaz de sostener la unión de cualquier Estado que sufra tensiones secesionistas, porque éste se afirma en el diálogo y no en la intransigencia.

El no del PP y del PSOE, pues, no fue un acto de afirmación nacional,  ni de defensa de la unidad,  fue un auto de fe en el que se inmoló la Constitución, al negar a la Carta Magna el derecho a ser, a convertirse, en una herramienta flexible capaz de dar respuesta a las demandas de los ciudadanos. La fosilización forzada de la Constitución  es un hecho que afecta al conjunto de los españoles y que tendrá serias repercusiones en el futuro. Se han cargado la Constitución y no servirá de nada pensar en reformarla o hacer una nueva si los que la redactan la sueñan como una zanja donde atrincherarse.

 

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